SANTILLÁN, Darío Alberto (Partido de Tigre, provincia de Buenos Aires, Argentina, 18/01/1981 – Partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina, 26/06/2002).
Militante argentino que participó del Movimiento La Patria Vencerá (MPV), organización de tendencia nacionalista popular revolucionaria, y de las organizaciones piqueteras Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) y Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón”. Formó parte de un proceso de ocupación de tierras desde el que se reivindicaba el derecho a la vivienda digna. Llegó a convertirse en un referente del movimiento piquetero argentino. El 26 de junio de 2002 fue asesinado junto a Maximiliano Kosteki durante la represión a una masiva protesta. Tenía 21 años. El hecho causó una conmoción nacional y su figura se convirtió en un estandarte para las organizaciones populares de Argentina.
Darío Santillán nació el 18 de enero de 1981 en Don Torcuato, un barrio de familias trabajadoras del departamento de Tigre, en el norte del conurbano bonaerense, provincia de Buenos Aires. Su madre, Mercedes Isabel Castillo, fue enfermera. Su padre, Luis Alberto Santillán, también enfermero, se convirtió en el principal vocero del reclamo de justicia tras el asesinato de su hijo. Darío tuvo dos hermanos y una hermana: Javier, mayor que él; Noelia y Leonardo, más chicos.
Después de una breve estadía en Don Torcuato, la familia se mudó a un inquilinato en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Once. En 1984 Mercedes gestionó la adjudicación de una vivienda social. Estaba embarazada de su cuarto hijo y necesitaban más espacio para la familia ampliada. Lo logró, y en ese mismo año se mudaron al complejo habitacional de Don Orione, en Claypole, partido de Almirante Brown, al sur del conurbano bonaerense.
Durante la segunda mitad de la década de 1980, Darío cursó la escuela primaria en el Colegio San Pio XII, en Don Orione, donde vivía. Para la secundaria se anotó en la Escuela de Enseñanza Media nº 2 Don Luis Piedrabuena, de San Francisco Solano, Quilmes. Tenía que viajar en colectivo hasta otro municipio, pero estaba conforme porque allí cursaba su hermano mayor, Javier.
En ese colegio entró en contacto con la militancia y la lectura, dos prioridades en su vida. Sin embargo, ambas pasiones las desarrolló fuera de las aulas. Participó un breve tiempo de una agrupación para disputar el Centro de Estudiantes, la “Lista Roja”, aunque su propuesta no fue la más votada. Allí conoció a Griselda Cugliatti, “Grillo”, compañera del colegio con quien estableció una relación de amistad basada en el intercambio de poemas y canciones. Cuando cursaba segundo año conoció a Andrea Gallegos, profesora suplente de Lengua y Literatura. De manos de ella, que por entonces tenía 30 años y un pasado militante, recibió libros como Actas tupamaras (una foto retrata a Darío leyéndolo en su habitación); Todos los hombres son mortales, de Simone de Beauvoir (recuerda Andrea que a Darío lo conmovió su lectura); algunos libros de Eduardo Galeano y otros de poesía de Juan Gelman y Raúl González Tuñón. También disfrutaba la poesía de las canciones y la música en general. A tono con los gustos de su generación, escuchaba a la banda de rock-metal Hermética, pero también el folclore de José Larralde o el tango setentista del Cuarteto Cedrón.
En 1998, con 17 años, empezó a militar en la agrupación juvenil 11 de Julio. Se integró a partir de una actividad en la plaza del centro de Quilmes, el 24 de marzo de ese año, en repudio al golpe de Estado de 1976. La agrupación era impulsada por otro joven de su edad, Mariano Pacheco, con quien Darío estableció un vínculo de confianza política y amistad. Reivindicaban al Che Guevara, las luchas revolucionarias de los años 70, y viejas consignas de la organización político-militar Montoneros que publicaban en revistas artesanales o pintaban en murales callejeros. En un folleto definían sus ideas como parte del “nacionalismo latinoamericano, popular y anticapitalista”.
Terminó la secundaria en 1999. Durante los dos años siguientes intentó empezar la carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires. En el año 2000 se inscribió en el Ciclo Básico Común, aunque abandonó después de asistir a unas pocas clases. Sin embargo, no le faltaron estudios: completó su formación con lecturas autodidactas y los textos que circulaban en los espacios políticos de los que participó. Leyó varios libros sobre el Che Guevara; los libros sandinistas La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, de Omar Cabezas, y La paciente impaciencia, de Tomás Borge; y abundante literatura sobre la lucha revolucionaria en su país, como La patria fusilada, de Francisco Urondo, o los diversos tomos de La Voluntad, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós.
La agrupación juvenil era parte del “trabajo de masas” del Movimiento La Patria Vencerá (MPV), una organización política que se proponía recrear un “nacionalismo popular revolucionario” que sintetizara “lo mejor de las tradiciones revolucionarias argentinas”. El MPV era conducido por un núcleo de jóvenes dirigentes peronistas de la zona sur del conurbano bonaerense, exintegrantes de la agrupación Descamisados, que se habían radicalizado en la confrontación con las políticas neoliberales del presidente Carlos Menem, también peronista. Eso los había llevado a romper con el Partido Justicialista (PJ) conducido por Menem y a explorar vías independientes de organización. El MPV llegó a reunir cerca de medio centenar de integrantes volcados principalmente al trabajo social y político barrial. En esa organización Darío Santillán estudió textos de Juan Domingo Perón, del líder venezolano Hugo Chávez (quien por aquellos años recién empezaba a tener protagonismo a nivel continental), de Rodolfo Walsh, del dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) Carlos Olmedo, del líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) Mario Roberto Santucho, y también obras clásicas de Karl Marx, Vladimir Lenin y Mao Tse Tung.
El MPV orientaba la militancia juvenil hacia las periferias urbanas, con la propuesta de realizar ollas populares, celebraciones del día del niño, brindar clases de apoyo escolar o promover cualquier otra actividad que les permitiera ir tejiendo vínculos en los barrios. Como parte de esa orientación, una vez egresado del colegio, Darío Santillán participó de las primeras asambleas de desocupados en Don Orione, donde vivía. De allí surgió el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de esa localidad, Almirante Brown.
Darío tenía 19 años cuando su madre falleció. Hasta ese momento él había compartido el departamento con ella, Javier, Noelia y Leonardo. Pero, a partir de entonces, decidió buscar su propio espacio donde vivir.
Se sumó a una ocupación de tierras en el Barrio La Fe, en Lanús, en la zona sur del conurbano bonaerense. No era un lugar demasiado alejado de Don Orione, pero la elección no tuvo que ver con esa cercanía sino con una opción militante. La toma de terrenos estaba organizada por el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Lanús. A poco de empezar a participar, Darío, que ya llevaba un tiempo de militancia, se convirtió en referente. En junio de 2002, cuando es asesinado en la represión a una protesta piquetera, ya tenía su propio terreno conquistado por la lucha, aunque solo había podido levantar una construcción precaria de madera y chapas. Mientras esperaba poder construir su casa vivió de prestado, un tiempo con sus hermanos y su hermana, otro rato en la casa de compañeros y compañeras de militancia.
En el año 2000 se alejó del MPV un grupo de militantes entre los que estaban Darío, Mariano Pacheco y otros integrantes con experiencia territorial, cuyo aporte fue determinante para definir la militancia en la que se formó Santillán de ahí en más: Florencia Vespignani, Pablo Solana y el “Negro” Luis Salazar. Este sector proponía concentrar los esfuerzos en el movimiento de desocupados, que se extendía por las barriadas pobres de todo el país, permitía la organización de base y demostraba capacidad de lucha. La conducción del MPV, en cambio, evaluó que era hora de volcarse a la lucha política más tradicional. Poco tiempo después, esa organización se sumó a un espacio electoral peronista antimenemista que buscaba acumular legisladores y concejales en la provincia de Buenos Aires de la mano de la candidatura del cura carismático Luis Farinello.
El sector del que era parte Darío no impulsó una nueva organización política, aunque sí adoptó una dinámica colectiva. Conformaron un grupo al que no pusieron nombre. Como resultado de los debates y replanteos de ese período editaron un folleto que se conoció como Apuntes para la militancia – Estrella Federal. Ese título era un guiño a una serie de textos que había publicado John William Cooke durante la resistencia peronista en los años 60 (Apuntes…) y a una revista montonera de los años 70 (Estrella Federal). El nuevo grupo complementaba esa mística nacionalista-revolucionaria con cierta idea guevarista. De esa época es el diálogo que reconstruyeron quienes militaron en ese momento con Darío Santillán, en el que él se preguntaba “¿Qué haría el Che, pero no medio siglo atrás, sino ahora, en nuestra situación?”. El grupo se respondió que, para la realidad argentina y latinoamericana de esos años, “nuestra ‘Sierra Maestra’ serían las periferias urbanas, y los ‘sujetos’ de la política revolucionaria, los pobres y los desocupados marginados del sistema”. Ese fue un período clave para la formación política de Darío Santillán.
Apuntes para la militancia fue impreso en junio de 2000. Allí analizaban el momento histórico, la etapa y la coyuntura; reafirmaban principios estratégicos y proponían líneas de acción. Afirmaban que la ofensiva neoliberal que había marcado la década de los 90 estaba en crisis y que se la podía derrotar. Concluían que lo más adecuado para la etapa era el impulso de movimientos de masas que no escindieran la lucha reivindicativa de la lucha política. A la vez, reafirmaban la intención revolucionaria, que a tono con la búsqueda de nuevas formas de expresión en aquellos años denominaban “cambio social” (la consigna de los MTD era “Trabajo, Dignidad y Cambio Social”). De ese modo, afirmaban, sería más efectiva la lucha por derrotar al gobierno de Fernando de la Rúa que había asumido en diciembre de 1999 y llevaba adelante una política de más ajuste y represión. Ese cúmulo de lineamientos definía una especie de insurreccionalismo de resistencia en función de un ideario revolucionario y anticapitalista, aunque sin mayores certezas sobre qué hacer si la resistencia resultaba exitosa y habilitaba el paso otra etapa (esa falta de proyección política quedó expuesta después del estallido de diciembre de 2001). Siguiendo esos criterios, el pequeño grupo de militantes decidió volcar todas sus energías a masificar el movimiento de desocupados.
En Argentina se llamó “piqueteros” a las y los desocupados que adoptaron como principal método de protesta el piquete, es decir, el bloqueo de carreteras o puentes de acceso a las principales ciudades. También los trabajadores y trabajadoras en actividad realizaban piquetes frente a las fábricas: el método es parte de las luchas históricas del movimiento obrero, como complemento de las huelgas fabriles. Sin embargo, en esa época las organizaciones de desocupados habían desplazado las protestas de las fábricas a las rutas. Si para la clase obrera ocupada la forma de forzar a la patronal a negociar era paralizando el trabajo, para las y los desocupados, el método de lucha buscaba interrumpir la circulación de la producción. Darío Santillán lo sintetiza en una entrevista que le realizaron en el corte de la autopista Buenos Aires – La Plata, el 25 de enero de 2002: “Los piquetes están concebidos como el bloqueo de la circulación de mercancías, que es lo que jode realmente al capitalismo”.
Influidos por el Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de México, y ciertas ideas anarquistas revitalizadas por los movimientos altermundistas, Darío y su grupo plantearon que las nuevas formas de organización debían “prefigurar la sociedad que queremos”. Siguiendo ese principio impulsaron asambleas, en vez de reproducir las lógicas centralizadas tradicionales que “escindían a los dirigentes de sus bases”; organizaron grupos de trabajo autogestivos como salida a la desocupación, donde no hubiera jefes ni empleados; propusieron coordinadoras con otros grupos piqueteros o sectores en resistencia en base a la participación de delegados/as con mandatos, como alternativa a las estructuras rígidas de la izquierda tradicional. Darío Santillán participó de todas esas instancias: fue organizador de asambleas en los barrios bonaerenses de Don Orione y Lanús, integró un grupo de trabajo autogestivo en el barrio La Fe, y fue delegado mandatado por las bases a las reuniones de distintas coordinadoras de lucha.
A diferencia del autonomismo, también en boga por esos años, el sector donde militaba Darío no se planteaba la “horizontalidad” como criterio absoluto (quienes sí lo hacían solían caer en posiciones anti-organización). Preferían hablar de “democracia de base” para dar cuenta de que se podían estructurar organizaciones nacionales con niveles de centralización que respetaran los mandatos, sin caer en el “centralismo burocrático”, como denominaban a las desviaciones del centralismo democrático. Por esos años, la crisis de representatividad de los partidos políticos y sindicatos afectaba también a la izquierda.
Entre 2000 y 2001 se potenciaron las luchas piqueteras en todo el país. Darío pasó de militar en el MTD de Almirante Brown al MTD de Lanús. Allí integró un grupo de trabajo de elaboración de bloques de hormigón que se utilizaron para la construcción del centro comunitario y algunas viviendas. También promovió la organización de una Comisión de Prensa, tarea que incluía capacitar a jóvenes en el uso de computadoras y coordinar la difusión de las actividades del movimiento con distintos medios de comunicación comunitarios y alternativos, como el portal Indymedia y la Agencia de Noticias Red Acción (ANRed).
En ese período se multiplicaron los cortes de ruta y, al calor de esas protestas masivas, se consolidó la coordinación de las organizaciones piqueteras llamadas “independientes”, porque no dependían de partidos políticos ni sindicatos. El 7 de agosto de 2001 se dio a conocer la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) “Aníbal Verón”, que articuló a una decena de movimientos de base del conurbano sur y otra cantidad de grupos similares en las provincias de Tucumán, Río Negro y Santa Fe. La coordinadora llevó el nombre de Aníbal Verón, un obrero despedido, activista piquetero que había sido asesinado en la represión a un corte de ruta en General Mosconi, provincia de Salta, el 10 de noviembre de 2000.
Santillán conocía a muchos de esos grupos. Había tejido una relación de admiración y solidaridad con el MTD de San Francisco Solano, en Quilmes, sur del conurbano bonaerense. Allí, el movimiento piquetero se organizaba en una parroquia de la iglesia católica, promovido por integrantes de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Darío construyó lazos de amistad y colaboración militante cuando el grupo sufrió represiones y desalojos. Aunque no profesaba una fe religiosa en su etapa adulta, había conocido las labores sociales de la iglesia en los barrios pobres durante su infancia, y manifestaba su valoración por las ideas de la Teología de la Liberación.
A finales de 2000 Darío Santillán ya era uno de los voceros y referentes de la CTD “Aníbal Verón”. En ese período su imagen y su voz aparecieron en medios radiales y televisivos que cubrían los cortes de ruta en el conurbano, las movilizaciones a la Capital y los bloqueos en el Puente Pueyrredón.
A principios de junio de 2001 viajó a la ciudad de Santa Rosa, capital de La Pampa, invitado por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de esa provincia. Allí participó, como delegado de la CTD “Aníbal Verón”, de una charla pública sobre el movimiento piquetero. Fue entrevistado en una radio y habló en una conferencia de prensa en el local del sindicato provincial de los docentes.
A fines de ese mismo mes viajó a un encuentro de organizaciones populares que se realizó en la “Carpa del Aguante”, en la plaza principal de General Mosconi, una ciudad al norte de la provincia de Salta golpeada por el desempleo. Una semana antes, el 17 de junio, allí habían sido asesinados Oscar Barrios y Carlos Santillán, en la represión a una protesta en reclamo de puestos de trabajo. Varios de los referentes de la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de Salta tenían pedidos de captura, pero se mantenían acampando en la plaza pública, donde no podían ser detenidos porque eran protegidos por la población. En ese marco, el encuentro al que viajó Darío se convirtió en un plenario del que participaron organizaciones piqueteras de todo el país y delegaciones sindicales combativas, como las y los obreros de la fábrica Zanon, que había sido ocupada y pronto sería puesta a producir bajo control obrero.
Aunque en aquellos tiempos álgidos de luchas piqueteras no hizo otros viajes fuera de Buenos Aires, mantuvo un interés especial por vincularse con distintas experiencias de resistencia de todo el país. Una foto lo muestra junto a Carlos “Perro” Santillán, dirigente estatal jujeño de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), en una movilización en Plaza de Mayo; en 2002 volvió a tomar contacto con los obreros de la empresa recuperada Zanón, a quienes acompañó en las protestas frente a la Casa de la Provincia de Neuquén, en el centro porteño.
Los meses previos al estallido social de diciembre de 2001 fueron los de mayor actividad de las organizaciones piqueteras. Dentro del amplio abanico de sectores y tendencias, la CTD “Aníbal Verón” fue uno de los vectores más combativos.
Darío, que en todo ese período participó de más de medio centenar de marchas y piquetes, se movilizó el 20 de diciembre de 2001 con las y los jóvenes de la Coordinadora de desocupados. Participó de las barricadas en la llamada “Batalla por la Plaza de Mayo”, el intento por recuperar la Plaza desafiando la represión. El hecho de que haya habido muertos por balas de plomo policiales ese día lo motivó a pensar en las formas de mejorar el cuidado de sus compañeros y compañeras. En los meses posteriores, esa preocupación lo llevó a ser parte de los esquemas de seguridad de cada movilización.
La CTD “Aníbal Verón” jugó un rol protagónico en la jornada nacional de lucha del 26 de junio de 2002 que incluyó movilizaciones y bloqueos en todo el país. Los movimientos piqueteros de la zona sur del conurbano bonaerense debían garantizar el corte total del Puente Pueyrredón, principal acceso a la ciudad de Buenos Aires desde el sur. Allí, el gobierno de Eduardo Duhalde concentró una represión que pretendió ser “aleccionadora”, según declaró uno de sus funcionarios. Hubo disparos policiales con balas de plomo que dejaron más de 30 heridos graves.
Darío Santillán estuvo al frente de la seguridad de la columna de su organización. Cuando ayudaba a un compañero baleado, Maximiliano Kosteki, fue fusilado por la espalda. Tras los asesinatos, el gobierno nacional montó una estrategia de persecución contra las organizaciones piqueteras. Se las acusó de violar la Ley de Defensa de la Democracia. El discurso oficial responsabilizaba a los manifestantes por los disparos y las muertes: “se mataron entre ellos”, fue la frase que repitieron ante los medios de comunicación. El ministro de Justicia Jorge Vanossi presentó una denuncia ante la Justicia Federal acusando a los militantes por la comisión de 17 delitos, lo que podría haber provocado detenciones masivas. Sin embargo, la estrategia fracasó cuando una serie de fotografías periodísticas permitió despejar las dudas y se supo que las muertes habían sido provocadas por la acción policial. La represión primero, y el intento de justificación después, causaron un fuerte rechazo popular. Hubo nuevas movilizaciones y crecientes pedidos de justicia. El presidente Duhalde debió adelantar las elecciones y finalizar de manera anticipada su gobierno.
Por los crímenes de Kosteki y Santillán fueron condenados a cadena perpetua dos policías, uno de ellos Comisario Mayor. En cambio, no se investigaron las responsabilidades políticas. Diversas organizaciones populares, junto a los familiares de Darío y Maximiliano, llevan adelante una campaña para que el expresidente Duhalde y sus funcionarios involucrados en la orden represiva sean sometidos a la justicia y paguen por los crímenes.
Al momento de asistir a Kosteki, minutos antes de ser asesinado, Darío Santillán se ocupó de organizar el repliegue del resto de sus compañeros y compañeras, para alejarlos del peligro. Era consciente del riesgo que implicaba enfrentar en soledad a los tiradores de la policía, pero aun así eligió quedarse junto al compañero caído. Ese gesto contrastó con la actitud policial: el comisario a cargo del operativo lo incitó a irse del lugar, y solo cuando Santillán le dio la espalda para salir de allí, el policía le disparó. El gesto solidario del militante, en contraste con la actitud criminal del comisario, generó indignación y una fuerte reacción popular.
Tras conocerse los detalles de ese hecho, la actitud solidaria de Darío generó interés en sectores de la prensa y otras organizaciones sociales, sindicales y políticas que desconocían la dinámica del movimiento piquetero. A partir de entonces se conoció el trabajo de base, el impulso a los comedores comunitarios, las panaderías y los obradores, como el del barrio La Fe donde trabajaba Santillán.
La figura de Darío se convirtió en un emblema de compromiso militante y solidaridad para la juventud combativa. En 2004 los movimientos piqueteros que habían integrado la CTD “Aníbal Verón” con Darío, junto a otros sectores estudiantiles, activistas sindicales y de la cultura, conformaron una nueva organización que, en su homenaje, lleva su nombre: el Frente Popular Darío Santillán. En 2013 la estación de trenes de Avellaneda pasó a llamarse “Maximiliano Kosteki y Darío Santillán”, después de 11 años de reclamos y movilizaciones para que se oficializara el cambio de nombre. De igual modo se bautizaron aulas con sus nombres en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Darío fue recordado y homenajeado por medio de murales, muestras artísticas, obras de teatro como “La pasión del piquetero”, de Vicente Zito Lema, y canciones, como “Junio”, de Jorge Fandermole. En distintos barrios a lo largo del país hay bibliotecas populares, merenderos infantiles, bachilleratos autónomos y agrupaciones militantes que llevan su nombre.
Cómo citar esta entrada: Solana, Pablo Marcelo (2022), “Santillán, Darío”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org.
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