MOLINA LARA, Alejandro (El Carmen, La Unión, El Salvador, 20/05/1944 – Los Ángeles, California, Estados Unidos, 17/12/2020).
Líder histórico del movimiento sindical salvadoreño.
Alejandro Molina Lara fue un dirigente importante en el movimiento sindical en la década de 1970, a un nivel local y también nacional. Criado en una familia pobre, no pudo terminar sus estudios secundarios.
A una edad joven, Molina Lara aprendió a soldar y en 1966 consiguió trabajo con Mariscos El Salvador, una empresa camaronera en Puerto El Triunfo, Usulután (el primer puerto camaronero de América Central durante los años 70). Dio muestra de su espíritu militante porque a los pocos años él se convirtió en un dirigente del Sindicato de la Industria Pesquera (SIP) donde se dedicó a impulsar una campaña de afiliación entre las trabajadoras jóvenes, las peladoras y las empacadoras de la empresa. Para 1972, prácticamente toda la plantilla de Mariscos pertenecía al sindicato. Las mujeres jóvenes constituían la mayoría de empleados en la planta y, por consecuencia, eran indispensables para cualquier movilización sindical de importancia. Pero esta composición femenina se extendía a otras empresas de la industria pesquera, lo que favoreció la militancia sindical de mujeres. Entre ellas se encontraba Gloria García (exiliada en Los Ángeles, Estados Unidos a fecha de 2017), Ana Alvarenga (exiliada en 1989 hacia Montreal, Canadá), Carmen Minero y Virginia Reyes, líderes y activistas del Sindicato Tierra y Adela Amaya, dirigente del Sindicato Agua, entre otras. En la línea de esta acumulación de movilizaciones sindicales, en los años 80 varones como Ovidio Granadeño, Ricardo Jovel, Rolando Franco, mientras Mauricio Benítez, Ruperto Torres o Migdonio Pérez promovieron la expropiación y la coopertivización de Pezca S.A.
El movimiento de trabajadores salvadoreños estuvo en auge en la década de 1970. A través de procesos huelguísticos dicho movimiento se había desarrollado durante más de dos décadas a la sombra de regímenes militares. Hacia fines de la década la militancia obrera presionó al régimen a tomar medidas altamente represivas que, a su vez, condujeron a una expansión todavía mayor del movimiento. Si usamos el número de huelgas y huelguistas como rasero, para 1979 el movimiento obrero salvadoreño seguía proporcionalmente al de Brasil en la lista de los más combativos en las Américas. Si se toma como indicador de militancia las tomas de plantas, el movimiento de trabajadores salvadoreños a finales de la década de 1970 fue el cuarto más combativo en la historia latinoamericana, solamente superado por sus camaradas obreros en Argentina, Chile y Uruguay. Específicamente la industria camaronera, en la que se inscribía la militancia de Molina Lara, fluctúo entre la segunda y tercera fuente de divisas más importante en el país antes de su derrumbe en los 1990, y fue controlada por las figuras más pudientes de la industria cafetalera y algodonera. En 1974, Molina Lara dirigió la primera huelga legal en la historia del país. Logró unificar a las obreras y los obreros de Mariscos de El Salvador en una lucha por conseguir el respeto por un contrato pero, sobre todo, por el sindicato y sus miembros. El dueño de la empresa era el oligarca Rafael Guirola cuya familia era de las cuatro más acaudaladas del país, era dueña de 52 fincas de café y empresas valoradas en aproximadamente US$50 millones. Molina Lara maniobró entre la acción directa y el acatamiento estricto del Código de Trabajo y así pudo obtener la legalidad de la huelga que le dio una gran ventaja ya que Guirola no pudo optar por emplear rompehuelgas. Ganaron la huelga, obligando a la empresa a reincorporar a los obreros despedidos, al pago de los salarios perdidos y a otros beneficios como el derecho a vacaciones y becas para los hijos de los trabajadores.
En los años siguientes, la militancia en la que participaba Lara Molina logró éxitos y luchaba por derechos de las mujeres trabajadoras que se desempeñaban desde el centro de primeros auxilios hasta el cafetín. Se lograron espacios para que ellas pudieran expresarse y ejercer su militancia. Uno de los logros más significativos fue obtenido en agosto de 1979 a través de una huelga contra la empresa Pezca S.A.: se otorgó status de trabajadoras permanentes a las obreras contratadas como eventuales y quienes representaban el 40% de la fuerza laboral.
Lara Molina fue elegido secretario general del SIP cinco veces por mayoría. No estuvo exento de comportarse como un caudillo sindical, tal como se revela en el poema escrito por una obrera camaronera:
Nosotros de Puerto El Triunfo, nunca hemos perdido una huelga
Siempre luchamos unidos como hermanos de clase
Y no dejamos que nos ultrajan los farsantes patronales
Que a diario nos quieren dar;
Nuestro líder es Alejandro Molina Lara
Es una perla preciosa que encontramos en el mar,
Todos los trabajadores de la industria pesquera,
Para que a él le hagan daño primero nos matarán
Pues no dejaremos fracasar la nobleza de sus principios.
Sin embargo, la dinámica de la relación entre Alejandro y la fuerza laboral predominantemente femenina era mucho más compleja que lo que da a entender el poema. Molina Lara y sus compañeros hombres tuvieron que pasar por una transformación, especialmente en lo que se refiere a sus ideas sobre las mujeres y la femineidad.
Tuvieron que reconocer a las trabajadoras militantes como mujeres y no como estereotipos de un lenguaje despectivo. Es más, tuvieron que comenzar a tratar a las mujeres como sus iguales, intelectual y moralmente.
En reconocimiento por sus logros como dirigente sindical, la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), federación vinculada a la izquierda, lo eligió como secretario de organización. FENASTRAS había ofrecido apoyo solidario decisivo en varias huelgas en Puerto El Triunfo. A lo largo de 1979, la izquierda radical logró dirigir muchas de las huelgas y ocupaciones en el área metropolitana de San Salvador. Molina Lara tuvo participación eventual en el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) una organización popular de estrategia armada vinculada al Partido de la Resistencia Nacional (PRN). La confrontación social se agudizó y tras la multitudinaria marcha del 22 de enero de 1980 en la que celebraba la unificación de la izquierda, se cobró la vida de varios militantes por parte de las fuerzas paramilitares, entre los abatidos cayó Virginia Cortes, miembro del sindicato de Lara Molina.
Molina Lara, a diferencia de otros dirigentes de la izquierda revolucionaria, cuidaba mucho de que los militantes de FAPU, u otras organizaciones populares, se inmiscuyeran en los asuntos sindicales; es decir, intentaba trazar una línea entre la acción sindical y la acción política. De hecho, en Puerto El Triunfo el apoliticismo del sindicato fue la clave de su éxito, y de la sobrevivencia personal y del sindicato ya que lograron incorporar a militantes de Organización Democrática Nacionalista (ORDEN), la organización derechista paramilitar y contrainsurgente. Y ellos, a su vez, advertían a sus compañeros en el sindicato de cualquier movimiento de la Guardia Nacional o de los escuadrones de la muerte.
Sin embargo, Molina Lara estuvo en la mira de las fuerzas de seguridad y tuvo que escapar de dos atentados. Fue arrestado cuatro veces, siendo la última detención el 15 de enero 1981 en la sede de FENASTRAS. Varios agentes de policía vestidos de civil irrumpieron al local y lo amarraron y vendaron. Lo metieron en un calabozo en el sótano del cuartel general de la Policía Nacional. Durante varias semanas, Molina Lara fue vendado, golpeado y torturado con descargas eléctricas, mientras que los interrogadores le exigían que les proporcionara nombres a cambio de salvar su vida y la de su familia; al respecto él declaró: “No me doblegaron.” Finalmente, la Cruz Roja llegó a la cárcel y cesaron las torturas. Dos semanas después fue trasladado a la penitenciaria de Mariona y al cabo de casi seis meses fue liberado y se exilió en Estados Unidos. Para entonces, la federación también denunciaba persecución a sus dirigentes: Manuel de Jesús Rivera Vigil y miembro de la Junta Directiva sub-seccional de Pezca, S.A. y José Margarito Cruz Reyes conserje del Sindicato de la Industria Pesquera (SIP).
En Los Ángeles, fue contactado por militantes de FENASTRAS, quienes le pidieron que emprendiera una gira en apoyo a sus camaradas encarcelados. Previamente se habían presentado desavenencias entre Lara Molina y un dirigente del FAPU, presente en el sindicato, a razón de que aquel no logró llegar a tiempo al congreso de FENASTRAS donde saldría elegido como Secretario General. El dirigente de FAPU quiso sancionarlo y obligarlo a buscar un trabajo fabril. Molina Lara no aceptó la sanción y con la ayuda de los compañeros del SIP en Puerto El Triunfo logró volver a Los Ángeles en 1981. Al cabo, FENASTRAS se disculpó con Lara Molina, explicando que el dirigente había sido disciplinado. Así, éste retomó sus labores de colaboración y durante el resto de 1982 se dedicó a viajar por Estados Unidos. Con el patrocinio de “Committee in Solidarity with the People of El Salvador” (CISPES) y sindicatos progresistas, se desplazó desde las minas de carbón de West Virginia hasta las minas de cobre de Arizona, dando discursos apasionados a miembros de sindicatos sobre las luchas obreras salvadoreñas.
Alejandro volvió a Los Ángeles e inmediatamente llevó a sus cuatro hijos y su ex esposa para que vivieran con él. Un contacto en el Sindicato de Trabajadores Eléctricos Unidos (United Electrical Workers’ Union, UE) que conoció durante sus giras le consiguió un trabajo como soldador en una pequeña fábrica industrial de alambres. Se involucró decididamente en la seccional 1421 de la UE, en esos tiempos uno de los sindicatos más progresistas. Al cabo de un año, los trabajadores hispanohablantes lo eligieron delegado sindical y en algunas ocasiones fue presidente de la seccional 1421 con presencia en siete fábricas. Su espíritu de rebeldía por una parte, y su falta de dominio del idioma inglés, por otra, le impidieron ascender a la dirigencia nacional de la UE.
En 1998, Molina Lara dirigió una huelga mayormente exitosa contra la Industrial Wire Company en procura de un aumento salarial (de US$9.30 la hora a US$13) y en contra de turnos de 12 horas sin pago de horas extra. Al igual que en el puerto en 1979, Molina Lara de nuevo dirigió una huelga que duró por meses. Después de la huelga, la gerencia tomó represalias contra él, cambiándolo de su trabajo como soldador de mantenimiento a la línea de producción. Una confrontación con un dirigente sindical regional lo privó de un apoyo posible justo en este momento crítico. El cambio a la línea de producción resultó agotador porque estaba más ajustado para personas mucho menores y en ese momento Alejandro se acercaba a los 60 años de edad. Después de dos años, una bobina grande de alambre industrial le cayó encima; sufrió graves heridas en la espalda y el hombro. Tuvo que jubilarse.
En fin, Molina Lara fue un gran dirigente sindical en El Salvador pero al llegar a un terreno ajeno no dejó atrás su espíritu sindicalista y a la vez nunca perdió el interés en el movimiento en su país natal. Dejó cuatro hijos, Alejandro Molina, Saúl E Molina, Evelyn Rivera, Carlos E Molina y quince nietos. Su compañera fue Noemí Parada.
Cómo citar esta entrada: Gould, Jeffrey (2021), “Molina Lara, Alejandro”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org