RODÓ, José Enrique

Ejerció un extendido magisterio entre la juventud latinoamericana, sobre todo a partir de su obra Ariel (1901), que lo consagró como pensador idealista, al tiempo que lo ubicó en actitud de cuestionamiento al expansionismo norteamericano y al utilitarismo que estaba en su génesis.

Afiliado al Partido Colorado, lo representó como diputado en varias legislaturas. Aunque mantuvo una línea política moderada, su informe sobre el proyecto de ley de trabajo presentado por José Batlle y Ordoñez al término de su mandato, elevado a la Cámara de Representantes en 1908 (Del trabajo obrero en el Uruguay), constituyó —junto con el que tres años antes elaborara Benjamín Fernández y Medina uno de los análisis mas rigurosos y tempranos sobre la cuestión social en el país. Demostrativo del conocimiento circunstanciado de la legislación social comparada y de la situación que atravesaban los sectores asalariados en Uruguay, el informe se alejó de cualquier tentación demagógica, ubicando al Estado como garante de la justicia social.

En octubre de 1909 —constituyendo una excepción entre los elementos de su prestigio social y político— participó del mitin de pro­testa celebrado en Montevideo por el ajusticiamiento del librepensador anarquista, Francisco Ferrer Guardia, en Barcelona, ocurrida el día 13 de octubre de 1909. Esta definición pública motivó la remisión de una carta abierta por parte de la escritora asturiana (por entonces residente en Buenos Aires) Eva Canel, quien cuestionó la conducta de Rodó y sus implicancias en el ambiente cultu­ral americano.

Dos años mas tarde, al comentar “Moralidades” de Rafael Barret, Rodó aportó nuevos elementos para la comprensión de su tesitura ante los conflictos entre capital y trabajo:

[…] en nuestro tiempo, aún aquellos que no somos socialistas, ni anarquistas, ni nada de eso, en la esfera de la acción ni en la doctrinal llevamos dentro del alma un fondo, mas o menos consciente, de protesta, de descontento, de inadaptación, contra tanta injusticia brutal, contra tanta hipócrita mentira, contra tanta vulgaridad entronizada y odiosa, como tiene entretejidas en su urdimbre este orden social transmitido al siglo que comienza por el siglo del advenimiento burgués y de la democracia utilitaria.

Esta misma concepción lo llevó a formular —al considerar al “trabajador intelectual” como “un proletario”—, una sugerente proposición:

[…] el obrero es, por definición, ‘el hombre que trabaja’, es decir, la única especie de hombre que merece vivir. Quien de algún modo no es obrero debe eliminarse, o ser eliminado, de la mesa del mundo.

Autor prolífico, conjugó el cultivo cuidadoso de la forma con la independencia de criterio, la capacidad polémica y la audacia para disentir con las corrientes de pensamiento hegemónicas.

A partir de 1913 se alejó de la vida política, discrepando con las orientaciones de Batlle y Ordoñez. Se dedicó entonces al periodismo. Como corresponsal del semanario porteño Caras y Caretas, emprendió en 1916 un viaje por Europa, falleciendo en Palermo, Italia, en mayo de 1917.