VANDENDORP, Pablo (Francia, c. 1870 – San Ignacio, Misiones, c. XX/05/1949).
Comerciante, cofundador del Sindicato de Obreros Yerbateros de San Ignacio, Misiones.
Nacido en Francia hacia 1870. El censo nacional efectuado el 10 de mayo de 1895 lo registró en San Ignacio, provincia de Misiones, como “Vandendrop (sic) Pablo, 25 años, soltero, francés, peón de cantera, lee y escribe”. La cantera donde trabajaban Vandendorp y otros trece peones (siete italianos, dos españoles, uno suizo, dos argentinos y uno brasileño) era explotada por el italiano Alejandro Anselmi.
Años después, en 1910, llegaba a San Ignacio el escritor Horacio Quiroga, quien se hizo muy amigo de Vandendorp. Quiroga era afecto a las bromas y gustaba de incorporar en sus cuentos a personas de existencia real, pero con perfiles deformados, empezando por sí mismo. Así, en su cuento “Van-Houten”, con versión anterior de 1919 bajo el título “En la cantera”, hacía una jocosa descripción de Vandendorp:
Van-Houten, su socio, era belga, flamenco de origen, y se le llamaba alguna vez Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razón de que le faltaba un ojo, una oreja y tres dedos de la mano derecha. Tenía la cuenca entera de su ojo vacío quemado en azul por la pólvora. En el resto era un hombre bajo y muy robusto, con barba roja e hirsuta. El pelo, de fuego también, caíale sobre una frente muy estrecha en mechones constantemente sudados. Cedía de hombro a hombro al caminar y era sobre todo muy feo, a lo Verlaine, de quien compartía casi la patria, pues Van-Houten había nacido en Charleroi. Su origen flamenco se revelaba en su flema para soportar adversidades. Se encogía de hombros y escupía, por todo comentario. Era asimismo el hombre más desinteresado del mundo, no preocupándose en absoluto de que le devolvieran el dinero prestado, o de que una súbita crecida del Paraná le llevara sus pocas vacas. Escupía, y eso era todo.
Horacio Quiroga, “Van-Houten”, Los desterrados, Buenos Aires, Babel, 1926
Esta poco favorable descripción era una chanza dedicada a su amigo; a Vandendorp sólo le faltaban dos dedos de una mano y tampoco era belga: en las partidas de bautismos, en las que figura como padrino, se consigna su nacionalidad francesa. Sí eran reales su oficio de cantero y su desprendimiento de los bienes materiales, como se verá en el transcurso de las huelgas yerbateras de la provincia de Misiones en Argentina.
El 25 de julio de 1916 nació su hija Amelia, fruto de su unión con la argentina Lucía Santandrea. Ese mismo año, Vandendorp figuraba en la Guía General de la República como propietario de un almacén de ramos generales al por mayor; una importante casa de comercio, casi al mismo nivel de las que tenían las poderosas empresas yerbateras La Plantadora y Martín y Cía.
A principios de 1920, la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) acordó en su IX Congreso de orientación sindicalista revolucionaria enviar al delegado Luis Lotito de gira de organización por las provincias del centro del país y toda la zona del litoral. El domingo 13 de junio de ese año arribó a San Ignacio (localidad de la provincia de Misiones), en la lancha “Julia”, una delegación compuesta por Lotito y varios miembros de la Federación Obrera Marítima (FOM) de Posadas: Luis Roselli, Eusebio Mañasco, Ángel Cáceres, Mariano Vergara, Pedro Crespo, Tomás Jara, Juan Báez, Daniel Vázquez, Ángel Castillo, Manuel Espache, Cándido Martínez, Facundo Britos, Antonio Vega, Tomás de Tomaso, Paulino Pintos y Antonio Micalici. En el puerto les esperaba una numerosa comisión y tras el desembarco, “en medio de grandes aclamaciones”, ambas comitivas se encaminaron hacia el pueblo al lugar donde se realizaría la primera asamblea de trabajadores de San Ignacio: el almacén de ramos generales de Vandendorp.
Dice el periódico sindicalista La Organización Obrera: “al llegar al lugar de la reunión, casa Vandendorp, se repitieron los vivas entusiastas a la FORA, a los obreros de San Ignacio y Posadas”. La asamblea se constituyó con la presencia de “más de quinientos trabajadores”; abrió el acto Luis Roselli, secretario general de la FOM, siguiendo en el uso de la palabra Ángel Cáceres, quien habló a los “mensús” directamente en guaraní, produciendo “entusiasmo en forma delirante a los obreros de ésta, que aplaudieron muchos de sus pasajes”. Luego habló Tomás Jara, en guaraní y en castellano, y el último orador fue Luis Lotito, quien venía de haber estado en los dominios de La Forestal en el norte santafesino. Lotito trazó un paralelo entre el sistema de explotación imperante allí con el de San Ignacio y aseguró que la FORA había conseguido suprimir el pago con vales y obtenido la jornada de ocho horas de trabajo, éxitos que se repetirían en los yerbales misioneros gracias a la organización sindical de la clase obrera. La crónica sindical de la asamblea detalla que
Después leyó el acta de fundación del Sindicato de Trabajadores en General de Misiones (Sección San Ignacio), y puesta a votación, todos los obreros presentes levantaron sus manos como un juramento solemne, significando con ese gesto que desde ese momento iniciaban la cruzada redentora. Presentó al compañero Eusebio Magnasco (sic), al cual designó delegado durante los trabajos de organización, quien fue saludado con grandes aplausos, lo que agradeció en breves frases. Acto seguido se designó la comisión del nuevo sindicato, compuesta por los compañeros Vandendorp, Doviña, Herrera, Paniagua, Ghietti, Hilbert y otro cuyo nombre no recuerdo en este momento.
La Organización Obrera, Año III, n° 137, 26-06-1920, Buenos Aires.
El domingo siguiente, 20 de junio de 1920, se reunieron Vandendorp y la comisión del nuevo sindicato para redactar un proyecto de pliego de condiciones de catorce puntos “que será sometido a consideración de la asamblea del domingo 27, y una vez aprobado será pasado a las compañías de San Ignacio”. El pliego se presentó a las empresas yerbateras el 12 de julio y ante la negativa de las patronales, la huelga estalló hacia el 16 o 17 del mismo mes. Esa primera huelga finalizó rápidamente, el 22 de julio, con una victoria obrera, pero tal como sucedió en la Semana Trágica de 1919, en las huelgas patagónicas y en los dominios de La Forestal, los empresarios no cumplieron con el convenio y los obreros volvieron al paro en octubre de 1920. Así comenzó la llamada “Huelga Grande” en los yerbales misioneros.
El gremio, que para entonces había cambiado el nombre a Sindicato de Obreros Yerbateros, se sentía fuerte, pues tenía 913 peones cotizantes a partir del rápido triunfo anterior. Pero esta vez los empresarios no subestimaron la fuerza de sus trabajadores unidos, se organizaron y constituyeron la sección local de la Liga Patriótica Argentina, curiosamente liderada por ciudadanos venezolanos: los hermanos Palacios, también administradores de la yerbatera “La María Antonia”. Así, la huelga se prolongó durante meses, con diversos hechos de violencia patronal como el degollamiento de los obreros Fausto Ríos y Leandro Villalba en Puerto Istueta, en febrero de 1921.
El sindicato declaró un boicot contra las compañías yerbateras con el apoyo de la FOM que estableció un bloqueo marítimo e impidió que las empresas se abastecieran de insumos y mercaderías procedentes de Posadas. Poco después, se vio un acontecimiento completamente inusual en San Ignacio:
El día 1° de Mayo se llevó a cabo una manifestación a la cual asistieron más de mil personas, e hicieron uso de la palabra tres valientes compañeros, disertando en fogosos discursos sobre el significado del día y otros temas proletarios, habiendo reinado el mayor orden, sin que durante el largo recorrido la policía al mando del oficial Verón tuviera que intervenir en asunto alguno.
La Organización Obrera, 21-05-1920, Buenos Aires.
Horacio Quiroga hizo una colorida descripción de esa manifestación desde la voz de un “mensú”, donde aparece nuevamente su amigo Pablo Vandendorp como el bolichero Vansuite:
Asimismo se alborotamos la muchachada, y entre uno que quería ganar grande, y otro que quería trabajar poco, alzamos como doscientos mensús de yerba para celebrar el primero de mayo. (…) Celebramos, como te digo, el primero de mayo. Desde quince días antes nos reuníamos todas las noches en el boliche a cantar la Internacional. ¡Ah!, no todos. Algunos no hacían sino reírse, porque tenían vergüenza de cantar. Otros, más bárbaros, no abrían ni siquiera la boca y miraban para los costados. Así y todo aprendimos la canción. Y el primero de mayo, con una lluvia que agujereaba la cara, salimos del boliche de Vansuite en manifestación hasta el pueblo. ¿La letra, decís, patrón? Sólo unos cuantos la sabíamos, y eso a los tirones. Taruch y el herrero Mallaria la habían copiado en la libreta de los» mensualeros, y los que sabíamos leer íbamos de a tres y de a cuatro apretados contra otro que llevaba la libreta levantada. Los otros, los más cerreros, gritaban no sé qué. (…) Así íbamos en la primera manifestación obrera de Guaviró-mi. Y la lluvia caía que daba gusto. Todos seguíamos cantando y chorreando agua al gringo Vansuite, que iba adelante a caballo, llevando el trapo rojo. ¡Era para ver la cara de los patrones al paso de nuestra primera manifestación, y los ojos con que los bolicheros miraban a su colega Vansuite, duro como un general a nuestro frente! Dimos la vuelta al pueblo cantando siempre, y cuando volvimos al boliche estábamos hechos sopa y embarrados hasta las orejas por las costaladas.
Horacio Quiroga, “Los precursores”, La Nación, 14/4/1929, Buenos Aires.
La reacción de las yerbateras, con el apoyo de las autoridades y los elementos de la Liga Patriótica, fue continuar con los hechos de intimidación y de violencia dirigidos contra el local sindical y sus militantes. Se respiraba un ambiente de tensión extrema que alcanzó su cenit el 7 de junio de 1921: el colono Allan Stevenson fue derribado de un balazo por un piquete huelguista en la picada del Yabebirí cuando intentaba llevar hierros e insumos mecánicos a “La María Antonia”.
La muerte de Stevenson —que a todas luces fue un desgraciado hecho incidental y no un homicidio premeditado— fue hábilmente explotada por las yerbateras para acabar con el movimiento. Las autoridades clausuraron el local sindical y encarcelaron a Eusebio Mañasco, junto con otros referentes de la huelga, derrotando así a los obreros.
En el cuento ya citado, “Los precursores”, Quiroga aporta algunos elementos de valor para la comprensión de este drama. Allí dice que el movimiento obrero se inició “en el boliche del gringo Vansuite (Van Swieten)”, al que describe como un holandés que “no era mensú, pero sabía tirarse macanudo de hacha y machete”. Quiroga anota que la huelga pudo sostenerse porque Vandendorp-Vansuite puso los alimentos de su almacén a disposición de los mensús: “Cuando empezó el movimiento los muchachos le metimos de firme al fiado, y en veinte días no le quedó ni una lata de sardinas en el estanteo”, situación que no perturbó al flemático bolichero porque entonces “el gringo pidió a Posadas más mercadería, y nosotros caímos como langosta con las mujeres y los guainos a aprovistarnos”.
Quiroga ofrece también unas claves para entender cómo operaba la nueva realidad en la mente de los mensús. La peonada escuchaba, sin entender, los discursos sobre reivindicación social de los oradores: “Los chúcaros del Alto Paraná decían que sí con la cabeza, como si comprendieran, y les sudaban las manos de puro bárbaros”; “Los más bárbaros creían que lo que iban ganando con el movimiento era sacar siempre al fiado de los boliches”; “Todos oíamos con la boca abierta la charla del delegado; pero nada nos decíamos”. Cuando se decide declarar el boicot a las yerbateras, y pedir un delegado a Posadas para que organizara el movimiento, apunta: “Pero entonces casi ninguno no conocíamos los términos de la reivindicación, y muchos creían que don Boycott era el delegado que esperábamos de Posadas”. Así, “La cosa iba lindo: paro en los yerbales, la muchachada gorda mediante Vansuite, y la alegría en todas las caras por la reivindicación obrera que había traído don Boycott”.
Quiroga también hace notar cómo los mensús comprendían la importancia de su participación en el movimiento: “Algunos corajudos se acercaban después por la mesa y le decían en voz baja al caray: ‘Entonces… Me mandó decir el otro mi hermano… que lo disculpés grande porque no pudo venir…’”; “Un otro, cuando el delegado acababa de convocar para el sábado, lo llamaba aparte al hombre y le decía con misterio, medio sudando: ‘Entonces… ¿Yo también es para venir?’”.
Con respecto a la muerte de Stevenson y la subsecuente derrota del movimiento obrero, Quiroga apunta, deslizando una nueva broma destinada a su amigo:
Y ahora, patrón: ¿qué me dice? Yo creo que Vansuite había sido siempre medio locotabuí, decimos. Parecía buscar siempre un oficio, y creyó por fin que el suyo era reivindicar a los mensús. Se equivocó también grande esa vez. Y creo también otra cosa, patrón: ni Vansuite, ni Mallaria, ni el turco, nunca no se figuraron que su obra podía alcanzar hasta la muerte de un patrón. Los muchachos de aquí no lo mataron, te juro. Pero el balazo fue obra del movimiento, y esta barbaridad el gringo no la había previsto cuando se puso de nuestro lado.
Horacio Quiroga, “Los precursores”, La Nación, 14/4/1929, Buenos Aires.
¿Cuánto de veracidad habría en estos elementos, ofrecidos por Quiroga en su cuento de ficción? En los primeros días de la fundación del sindicato, las crónicas de La Organización Obrera consignaban algunas observaciones que podrían avalarlos. Un ejemplo es que pareciera ser que, para la peonada, el carnet sindical contendría alguna suerte de atributos mágicos:
El entusiasmo es muy grande, y se manifiesta en la afluencia diaria de compañeros que vienen desde 10 o 15 kilómetros a inscribirse como asociados y retirar sus carnets, el que para ellos tiene la virtud de un talismán.
“Gira a cargo de Luis Lotito – De San Ignacio”, La Organización Obrera, Año III, n° 138, 03/07/1920, Buenos Aires.
Respecto a la falta de militancia gremial, Lotito apuntaba en un artículo publicado en la misma edición del periódico sindicalista:
No sé si todos se dan cuenta de la parte que les corresponde en la tarea, pero debo ya prevenirles que es un error creerse desligado de la misma, o suponer que son otros los que deben hacerla. Hay compañeros muy buenos y entusiastas, pero, aquí más que en otra parte, se tiene la creencia de que las cosas debe hacerlas uno —el secretario—, y de él se espera todo.
“El porvenir del proletariado de Misiones – ¡Hace falta un misionero de la F.O.R.A.!”, La Organización Obrera, Año III, n° 138, 03/07/1920, Buenos Aires.
Ya terminado el movimiento, el sindicalista Alfonso García reflexionaba sobre las causas de la derrota obrera. Entre las razones del fracaso, destacaba el haberse fiado solamente del número de obreros en huelga, sin tomar en cuenta su grado de conciencia sindical, y subraya el tema de los alimentos para sostener el conflicto, resaltando que Mañasco
Se olvidó también de consultar la intendencia, sobre provisiones de boca, y el mayor número de sus soldados eran conscriptos inexperientes y faltos de voluntad para la lucha, pero sí atentos al toque de racionamiento; por lo tanto, cuando comenzó a escasear en su cuartel la provisión de boca, comenzaron las deserciones.
La organización en San Ignacio, La Organización Obrera, 13/08/1921, Buenos Aires.
Quien también ha reflexionado acerca de la veracidad de “Los precursores” fue el poeta José Pedroni, en carta al escritor Roberto Salama, fechada en Esperanza (Santa Fe) en 1960:
Quienes hemos sido, ya actores o ya simple espectadores de algún movimiento laboral de 30 ó 40 años atrás, o sea cuando el proletariado de tierra adentro estaba poco o nada informado y no existía en él verdadera conciencia de clase, no podemos menos que encontrar fidedigna la relación de sucesos que Quiroga hace en Los precursores (…) Así lo vemos nosotros que hemos presenciado de hechos análogos en nuestro medio, con ser éste mucho más evolucionado que el de la región de los yerbales. La realidad de aquella hora era, a nuestro ver, tal como Quiroga la presenta: acciones instintivas, ningún conocimiento, mucha ignorancia y bastante barbarie. Nadie sabía nada de nada. Solamente se sentía sobre las espaldas el látigo cruel y se esperaba la señal —que vendría de alguna parte algún día— para salir con grito y palo por el desquite. Tenga usted la seguridad que ninguno de los actores de aquel suceso conocía el significado del término “Boycott”, y que es cierto lo que anota Quiroga de que muchos lo tomaron por el nombre de un personaje providencial, de un salvador.
Carta de José Pedroni a Roberto Salama, 06/09/1960.
Después de la derrota del movimiento no se registran datos de que Vandendorp haya continuado con actividades sindicales, aunque tuvo alguna participación en la vida pública del pueblo: en los comicios celebrados en San Ignacio el 12 de septiembre de 1926, resultó electo “Concejal de Obras Públicas”.
Luego su figura se pierde en el tiempo hasta que en mayo de 1949, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal viajó a San Ignacio en compañía de Darío Quiroga, hijo del escritor, para documentar algunos aspectos de la vida y la obra del ya fallecido narrador rioplatense. En esa indagación los viajeros visitaron a Pablo Vandendorp y le tomaron una fotografía, la única que se conoce hasta ahora de él (y que acompaña esta entrada biográfica).
Respecto de Vandendorp, Rodríguez Monegal compara al hombre que tiene frente a él con el Van-Houten quiroguiano, y consigna:
Salvo alguna acentuación del grotesco (tiene ambas orejas; le faltan sólo dos dedos) este Pablo Vandendorp que tengo ante mi vista en San Ignacio es el mismo que Quiroga presenta en Los desterrados, aunque ahora, emergiendo de la siesta y de la sombra de una galería de madera en una casa semitropical, parezca más un personaje de los convocados por la imaginación y la experiencia de Joseph Conrad que el pobre Lélian. Ante su figura plena de vida a los ochenta años se advierte lo que supo trasladar Quiroga al relato: la fuerza indestructible, la jocunda actitud ante la vida. No importa que todo el resto (anécdota, tratamiento dramático) sea creación literaria y carezca de todo apoyo en la realidad, quizá trivial. Para Quiroga bastaba el impulso que emana de esa naturaleza poderosa: la sustancia literaria, la ejemplaridad de su destino trágico, serían obra suya exclusivamente.
Emir Rodríguez Monegal, “Con los desterrados de Horacio Quiroga”, en Marcha n° 532, 23/06/1950, Montevideo; reeditado en La Gaceta Literaria n° 6, julio de 1956, Buenos Aires.
Cómo citar esta entrada: Silva, Horacio Ricardo (2022), “Vandendorp, Pablo”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org