TORRES BERNAL, Esther (Guanajuato, México, 27/09/1897 – Ciudad de México, México, sin fecha precisa de fallecimiento pero posterior a febrero de 1975).
Esther Torres Bernal, viuda de Morales, como ella mismo se presentaba, fue costurera afiliada a la Federación de Sindicatos del Distrito Federal (FSDF) y militante de la Casa del Obrero Mundial (COM). A los 19 años formó parte del comité organizador de la huelga general de julio de 1916 en la Ciudad de México, única en su tipo en la historia de México hasta el momento.
Hija del minero Agapito Torres y la arriera Marcelina Bernal, Esther estudió la escuela primaria en su natal Guanajuato, situación poco frecuente para las mujeres en el México de principios de siglo XX. La temprana escolaridad de Esther tal vez fue posible dado que su padre sabía leer y escribir lo cual le aseguró una mejor posición dentro de la mina trabajando como supervisor de barreteros, según el propio relató de Torres Bernal. También recuerda que Francisco I. Madero realizó un mitin durante la campaña electoral de 1910 –la cual a la postre desencadenó la Revolución mexicana– en la mina donde trabajó su padre, La Pingüica o La Valenciana, financiada por capital estadounidense. Durante el mitin, Madero prometió mejoras salariales y reducción de la jornada de trabajo la cual llegaba a ser de 12 horas más los traslados a la mina. El acto fue reprimido por los “pelones”, como se denominó a los soldados del ejército federal durante el porfiriato, según Torres Bernal.
Al terminar sexto de primaria, Esther Torres se muda a la Ciudad de México junto a su madre y sus cinco hermanas para buscar trabajo tras la muerte de su padre. En Guanajuato las mujeres sólo podían acceder al empleo doméstico como criadas. Ya en el gobierno constitucional de Madero (6 de noviembre de 1911 al 19 de febrero de 1913) entra a trabajar junto a su madre Marcelina y hermana Ignacia Torres (“Nachita”, de 10 años) a la Cigarrera Mexicana, frente a la mítica Buen Tono en la calle de Ernesto Pugibet de la colonia Americana –actualmente colonia Juárez—de la Ciudad de México. Las forjadoras o envolvedoras de cigarros en México trabajaban jornadas de 12 horas, de 6 a.m. a 6 p.m. con enfermedades asociadas a su tipo de trabajo. Por esta razón, las Morales cambiaron de empleo a la bonetería La Perfeccionada y el taller de costura La Concordia. En ambos casos también de capital estadounidense, donde trabajaban a destajo en la tradicional zona de costura de San Antonio Abad.
Ante la crisis económica por la guerra de facciones revolucionarias entre 1914 y 1916, Torres y su familia fueron despedidas de los talleres hasta que llegaron a uno donde cosían uniformes militares administrado por españoles. En ese tiempo, la carestía y crisis de abasto también la llevó a enrolarse en la vida sindical por invitación de otra costurera Guadalupe Gutiérrez según el mismo testimonio de la propia Esther.
Esther Torres se afilió a la Casa del Obrero Mundial (COM) después de que sus dirigentes firmaran el Pacto de los Batallones Rojos con Venustiano Carranza en febrero de 1915, el cual comprometió a la COM a pelear en contra de villistas y zapatistas a cambio de permitirle fomentar la sindicalización y repartir su propaganda por los territorios en pugna. Los dirigentes, todos hombres, de la COM que aparecen en rubricados en el Pacto son: Rafael Quintero como Secretario general; Carlos M. Rincón, Leobardo Castro secretarios auxiliares; Jesúes Torres Polo su tesorero, y como vocales: Jorge Barragan Hernández ( tipógrafo), Rosendo Salazar (tipógrafo y poeta), Jacinto Hutrón (metalúrgico), Celestino Gasca (originalmente trabajador del calzado), Vicente Mendieta (carpintero), Juan Tudó (albañil), Roberto Valdes (mecánico de la fábrica de armas), Salvador Gonzálo García (metalúrgico), Rodolfo Aguirre (tranviario), Manuel Herrera Ortiz (electricista), Cresencio Magaña , Manuel Farfán (sastre), Salvador Álvarez (sastre), Adolfo Salgado (zapatero), Ernesto Méndez (mesero) (Luis Araiza, 1975).
Junto a su hermana Nachita fueron fundadoras del sindicato de costureras en la Ciudad de México y delegadas, por el mismo, para discutir y definir las acciones que tomaría su gremio por la escasez de productos e inflación que azotaban a la Ciudad de México en lo que el historiador Ariel Rodríguez Kuri —quien escribió una historia sobre la Ciudad de México durante la Revolución mexicana— denominó el “largo 1915 del hambre” que va de mediados de 1914 hasta finales de 1916. En la entrevista que les dio a las investigadoras María Isabel Souza y Carmen Nava 49 años después, Torres afirma que:
“a mi me habían enseñado que por medio del sindicato deberíamos conseguir lo que quería el trabajador y que… como el alma del sindicato era la huelga, yo proponía que fuera una huelga fuerte, una huelga de todos los gremios y todo eso, bueno entonces dijeron: “Una huelga general” (Souza y Nava, 1975, p. 30).
La huelga general del 31 de julio al 2 de agosto de 1916 en la Ciudad de México estuvo precedida por una importante ola de sindicalización y protesta obrera contra la carestía de la vida. La demanda central fue el pago de salarios en patrón oro y no en billetes infalsificables expedidos por la facción constitucionalista de Venustiano Carranza, quien ocupaba ya de manera permanente la capital mexicana como parte del desenlace victorioso de la guerra de facciones contra los ejércitos populares de Villa y Zapata. Así, la demanda fundamental de los trabajadores sindicalizados del Distrito Federal fue detener la carestía de las mercancías producto de la hiperinflación que vivía el país. En concreto, la huelga estalló contra la negativa del gobierno presidido por Carranza de detener la emisión de billetes infalsificables, los cuales no contaban con respaldo en metálico (oro nacional), para pagar los salarios.
El dinero emitido por los gobiernos que se sucedieron desde 1910, tuvo una rápida devaluación sin excepciones. El papel moneda que para 1910 equivalía a cincuenta centavos de dólar estadounidense, en 1915 sólo valía siete centavos de dólar y para el verano de 1916 el billete constitucionalista o infalsificable correspondía a 2 centavos. Este tipo de moneda sólo se utilizaba para pagar los salarios de los obreros y artesanos, el resto de operaciones comerciales eran realizadas bajo el patrón oro.
La huelga general estuvo precedida de una serie de huelgas sectoriales (telefónicas-telegráficas, electricistas y tranviarios, entre las más destacadas por su posición estratégica) con la misma reivindicación del pago de salario en patrón oro –como el resto de transacciones comerciales ante la descontrolada devaluación— que el jefe militar de plaza Benjamín Hill les prometió cuando firmó un acuerdo en abril de ese año que nunca se concretó. La huelga fue declarada por la Federación de Sindicatos del Distrito Federal (FSDF).
La huelga general de julio de 1916 duró 72 horas y logró paralizar a la Ciudad de México. Ésta interrumpió los servicios de telefonía, agua potable, tranvías, servicios funerarios, transporte público (coches y carretas), las labores en talleres y fábricas varias, así como la producción y venta de pan y tortillas, y el suministro eléctrico. Éste último de importancia estratégica pues suministraba la energía para la fábrica de municiones de la Ciudadela en el contexto de la invasión estadounidense del general John J. Pershing a territorio mexicano en búsqueda de Pancho Villa en la conocida como Expedición punitiva tras su incursión a Columbus el 15 de marzo de 1916.
Según diversas estimaciones, la única huelga general que se ha declarado en México contó con una participación, directa o indirecta, de entre ochenta y noventa mil trabajadores (Ribera Carbó, 2010).
El primero de agosto, Venustiano Carranza declaró la ley marcial basado en el decreto juarista del 25 de enero de 1862 en los inicios de la Segunda intervención francesa en México. Bajo presumibles engaños de Gerardo Murillo, “Doctor Atl”, el Comité de huelga del que era parte Esther Torres fue llevado a Palacio Nacional para entrevistarse con Carranza. Ella misma describió aquel encuentro, inmortalizando el momento en que contrario al primer jefe de la revolución constitucionalista.
“Cuando llegamos a Palacio, ya estaba una escolta ahí, luego, luego nos rodeó la escolta, ya subimos escoltados (…) saludamos al señor presidente, el nos saludo también y la emprendió con los compañeros: que eran unos traidores a la patria (…) Siguió el señor Carranza tratando con los compañeros. Y ellos haciéndole ver que la cuestión era socio-económica, y él diciendo que no, que estaban en connivencia con ellos, con los gringos, y por fin cuando llega a su máximo coraje del señor Carranza, le dice al jefe de nuestra escolta: ‘Llévenselos a la penitenciaria que se les aplique la Leu del 25 de enero de 1862; aparte a las mujeres’. Le dije: ‘No señor, nosotras corremos la misma suerte de nuestros compañeros’. El señor Carranza dijo: ‘Todos’. Por eso fuimos todos” (Souza y Nava, 1975).
En las reuniones y formaciones de la COM, Esther Torres conoció a su marido José María Morales con quien contrajo matrimonio en 1918. Morales era un zapatero afiliado al sindicato correspondiente, militante de la COM y miembro de los Batallones rojos. Tras la huelga general, la pareja fue incluida en las listas negras patronales por lo cual no fue contratada en las sastrerías y fábricas de telas de la Ciudad. Tuvieron que trabajar a destajo por temporadas o vender entre sus conocidos lo que Esther cosía para sobrevivir en los primeros años tras la aprobación de la Constitución de 1917 y su artículo 123 sobre el derecho al trabajo.
Aunque a Esther Torres no se le ha localizado como militante u organizadora sindical en las décadas postrevolucionarias, la información disponible deja ver que continuó vinculada a la Casa del Obrero Mundial el resto de su vida. A ella se le localiza trabajando en el Grupo Cultural Casa del Obrero Mundial presidida por Luis Araiza, una casa en el norte de la Ciudad de México, donada por parte del gobierno mexicano para los veteranos de la COM durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz.
El proceso de incorporación e institucionalización de los sectores y dirigentes populares de la Revolución mexicana fue una política de los gobiernos priistas desde la década de 1950, sobre todo con el financiamiento a veteranos y la construcción de una “historia de bronce” de la gesta armada.
Como Secretario de Gobernación (1963-1969), Luis Echeverría Álvarez –el artífice de la “Guerra sucia” contra la insurgencia armada socialista en el país ya como presidente (1970-1976) — inauguró la casa museo de la Casa del Obrero Mundial, coincidiendo con los cincuenta años de su fundación. En ese marco, Torres y varios miembros más entre los que destacó Luis Araiza, hicieron una gira conmemorativa por los sitios donde el Obrero Mundial tuvo presencia durante la Revolución de 1910. La gira comenzó por Palacio Nacional el 1º de mayo, pasando por Puebla, Veracruz y Michoacán. Hacia el final de su vida, Esther Torres, como todos los sobrevivientes de la COM recibieron una casa y mil pesos por parte del gobierno mexicano ya durante la presidencia de Echeverría Álvarez.
Cómo citar esta entrada: Bautista Páez, Diego (2024), “Torres Bernal, Esther”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org.