ESCOBAR Y CARVALLO, Alejandro (Santiago, Región Metropolitana, Chile, 27/02/1877- Santiago, Región Metropolitana, Chile, 26/11/1966).
Médico homeópata, poeta modernista, precursor de las ideas socialistas en Chile entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, fundador de la Unión Socialista (1897) y de la Escuela Socialista (1909), luego militante demócrata y finalmente ibañista entre 1927 y 1931.
Alejandro Escobar y Carvallo debe ser una de las figuras más controvertidas del movimiento obrero de comienzos de siglo XX en Chile. De fundador de las ideas socialistas y anarquistas a fines del siglo XIX, su militancia fue moderándose pasando con posterioridad a las filas del Partido Democrático y desde éste a apoyar el proyecto del dictador Carlos Ibáñez del Campo en 1929. Sin embargo, su relevancia en el movimiento social durante las primeras tres centurias del siglo XX, nos obliga a nombrarlo insistentemente en toda investigación histórica alusiva a esa época.
Su padre, Zacarías Escobar, descendía de una familia española asentada en un sector llamado “Quebrada de los Escobares” (a 6 km de Villa Alemana, región de Valparaíso), constituido hoy como uno de los pueblos más antiguos de Chile. Su madre, Manuela Carvallo, descendía de una familia de pequeños agricultores de la comarca de “El Olivar”, en el Departamento de Rancagua. Ambos se conocieron en la ciudad de Santiago, cuando Zacarías había instalado un taller de mueblista y Manuela realizaba sus estudios de Matrona en la antigua Maternidad de Santiago. A ésta última, Alejandro la describe como una mujer de rica cultura, lo que fue fundamental para su temprana conciencia social. Del matrimonio nacieron ocho hijos. Entre ellos hemos podido encontrar a Zoila Rosa (1875), Alejandro (1877), Mercedes (1880), Roberto (1882-1945), Alfonso (1890-1919) y Alejandrina (1895, fallecida poco después de nacer).
Según las actas del Registro Civil, el 30 de marzo de 1901, Alejandro Escobar y Carvallo contrae matrimonio con Ernestina Flores Jorquera en Valparaíso. Por motivos que ignoramos, se queda viudo contrayendo nuevamente matrimonio el 25 de julio de 1902, esta vez con Rosa María Oyarce Torres, siendo uno de sus testigos su compañero Luis Olea Castillo. Pero tampoco duró mucho con esta pareja, pues casi paralelamente, en la Colonia Tolstoyana, su pareja oficial era Zunilda Zenteno Castillo (Ovalle 1891-Santiago, 18/11/1987, hija de Samuel Zenteno y Emilia Castillo). Con esta mujer finalmente logra formalizar, teniendo varios hijos: Aristodemo (19/11/1911-15/12/1988); Ana Stella (nacida 7/12/1913); Moisés (nacido 24/12/1918); Leonardo (fallecido 28/07/2010).
Inicios políticos. Respecto de sus inicios políticos se puede contar que producto de la rica cultura de la que era portadora su madre, reforzado con las enseñanzas de sus maestros de escuela, tempranamente el joven Alejandro se interesó por la política y la situación social de las clases desvalidas. Siendo un inquieto adolescente de 14 años, en el verano de 1891 se produjo la sublevación de la escuadra contra el Gobierno de Balmaceda iniciándose la Guerra Civil. Según cuenta el mismo Escobar y Carvallo en sus Memorias, a pesar de que leía el diario El Ferrocarril, fue un Manifiesto dirigido al pueblo por el Presidente Balmaceda en forma de folleto, el que forjó los primeros principios de una “conciencia clasista.” Fue así como durante sus años de estudiante observaba con ingenua curiosidad el contraste entre la vida regalada de las clases ricas y la resignada pobreza de las familias obreras.
En paralelo entraba a la Escuela de Artes y Oficios a estudiar mecánica e iban germinando sus primeras inquietudes literarias y políticas, las que sin darse cuenta lo llevaron a nutrirse de literatura de vanguardia y entablar amistades con sectores obreros: Hipólito Olivares Meza y su hijo Gregorio Olivares, quienes editaban el semanario obrero La Igualdad, periódico en el que comenzó a publicar sus primeros escritos literarios, que luego se transformaron en punzantes artículos de crítica social.
Al fragor del contacto con Leopoldo Lugones (Córdoba, 1874-Buenos Aires, 1938) y José Ingenieros (Palermo, 1877-Buenos Aires, 1925) de la revista La Montaña, de Buenos Aires y de su cercanía al peruano Mario Centore (Tacna, 1875–Valparaíso, 1920) quien editaba en Santiago la Revista Selecta, el joven Escobar y Carvallo se hizo socialista, comenzando a recibir del propio Ingenieros paquetes de libros y periódicos como el diario socialista La Vanguardia, de Buenos Aires, El Socialista, de Madrid, La Antorcha Valenciana o La Lucha de Clases, de Bilbao. El mismo Escobar recuerda de forma especial un folleto enviado por Ingenieros con dedicatoria. Se titulaba, “¿Qué es el socialismo?”; éste se reprodujo luego en la revista masónica Cadena de Unión. De ahí comenzó una etapa de la cual dejaría una marca indeleble participando en la formación de los primeros núcleos socialistas y luego anarquistas de la región chilena. Todo ello era coronado por entonces con su expulsión de la Escuela de Artes y Oficios, a causa de su indisciplina, pero en verdad según sus propias palabras, “se me expulsó por mis reclamos ante la Subdirección en defensa de los alumnos y por mis ideas de avanzada”. (Escobar y Carvallo, 1959a).
Ya con más tiempo y guiado por las lecturas, sintió la necesidad de difundirlas y llevarlas a la práctica. Fue así como se acercó al Centro Social Obrero que funcionaba en el local de la Sociedad Filarmónica Francisco Bilbao, en calle Huérfanos. Estaba dirigido por el joven periodista J. Rafael Carranza, quien era además reportero del diario radical La Ley. A éste le propuso la formación de un Partido Socialista, con base de los componentes del Centro. Carranza no aceptó la idea, pero le propuso plantearla directamente en una reunión del Centro. Y así lo hizo, ante una asamblea de unas cuarenta personas.
“Me formularon variadas preguntas a las cuales di respuesta con el mayor tino. La casi totalidad de 1os asistentes se manifestó reacia a seguir mis postulados; pero dos jóvenes, de buena presencia, hablaron valientemente a mi favor y terminaron por declararse partidarios de la tesis socialista y dispuestos a unirse a mi empresa. Al retirarme y despedirme de la reunión, me acompañaron y ofrecieron su leal amistad. Eran Luis Olea Castillo (Santiago, 1866-Guayaquil, 1911) y Magno Espinoza Vásquez (Santiago, 1876-Santiago, 1906). A ellos debo añadir mi condiscípulo de la “Escuela de Manejo de Motores”, Belarmino Orellana, quien había sido mi primer convertido, y en su casa, donde tenía su pequeño taller de carpintero, comenzamos a reunirnos a menudo. Así marchaban las cosas cuando cumplí veinte años de edad, a comienzos de 1897.” (Escobar y Carvallo, 1959a)
Los cuatro acordaron dar los primeros pasos para iniciar el movimiento de organización del nuevo partido, a1 cual le preveían gran éxito popular, “dada la novedad y el brillo de sus doctrinas”. En ello buscaron alianza de los ya nombrados Olivares, quienes, según habrían expresado a Escobar, tenían la misma idea. Comenzaron entonces a preparar una serie de reuniones que debido a la cantidad de interesados se hicieron inter diarias y se resolvió editar un periódico semanal llamado El Proletario, a cuya dirección se puso Luis Olea Castillo.
En vista del éxito de las asambleas y de su poder de convocatoria, resolvieron fundar la Unión Socialista, fijando su inauguración para el domingo 17 de octubre de 1897. La concurrencia fue enorme: más de 6 mil personas se reunieron y apenas iniciada la asamblea una tropa de 200 “garroteros”, mandadas por las mismas autoridades irrumpió en escena atacando a los asistentes. Después de esto, la incipiente Unión Socialista se desbandó, dispersándose la mayoría de sus elementos y los que quedaron se enfrascaron en discusiones y acusaciones mutuas. Así, tiempo después de la brutal represión, el grupo de Escobar y Carvallo, acusó la participación de infiltrados en el partido:
“Germán Larrechea militaba en el partido conservador; Ricardo Zañartu, nuestro segundo secretario, quien llevaba los libros de actas y registro, era agente secreto de la sección de seguridad y, asimismo, el directo Juan de la Cruz Riquelme. Y Manuel A. Escudero, del círculo de los Olivares, era algo así como agente político de la Intendencia”.
A ello se sumaban los distintos tonos y estrategias que germinaban al interior de esta Unión Socialista. Por ejemplo, Luís Olea, en su entrevista con el Intendente Joaquín Fernández Blanco -luego de que la reunión inaugural de la Unión Socialista fuera fuertemente reprimida- le respondería a éste que “si en adelante no se respetaban nuestros derechos ciudadanos, el Partido Socialista respondería a la violencia con violencia”.
Todos estos elementos habrían contribuido a acelerar la desarticulación de la Unión Socialista. A Escobar y Carvallo, le molestaba la dirección y personalismo que prevalecía en los Olivares, aduciendo que éstos tenían el concepto partidista rutinario, idéntico al de la mayoría de los políticos dirigentes de esa colectividad: “escalar los puestos representativos, pastorear el rebaño de la asamblea y retener las riendas del partido contra viento y marea. Pero nada de iniciativas creadoras, ninguna obra de bien general ni de realización del programa”. (Escobar y Carvallo, 1959b)
De modo que, los que continuaron en sus filas luego del episodio represivo, se reunían igualmente, pero ya sin iniciativa. No obstante, a pesar de colaborar Escobar y Carvallo en algunos números del periódico de la colectividad, El Martillo (1898), el grupo que conformaba junto a Espinoza y Luis Olea se había distanciado del Partido, y “sin acuerdo previo, ni conflicto alguno, fuimos rezagándonos de las filas del partido”. (Escobar y Carvallo, 1959b).
Ya en enero de 1898, Alejandro Escobar Carvallo enviaba una carta a José Ingenieros confirmando la recepción de dos paquetes de impresos enviados con valiosos materiales de lectura para las instancias de sociabilidad y cultura obrera de Santiago. En la ocasión, sin embargo, le recalcaba la ausencia de la revista La Montaña, motivo por el cual le solicitaba enmendara dicha falta, pues “yo quisiera leer toda, por considerarla muy utilísima é instructiva, en socialismo, principios y conclusiones”. Le solicitaba luego otro favor a Ingenieros: que hiciera llegar a Rubén Darío un ejemplar de su propia revista editada en Chile, donde se reproducía un poema del intelectual nicaragüense, haciéndole presente a la vez que aquello era “una humilde ofrenda de admiración, amistad y compañerismo con que le distingue este joven luchador” (“Carta de Escobar y Carvallo a Ingenieros”, 1898).
Ese verano fue particularmente prolífico para Escobar y compañía, y acorde con varias lecturas enviadas desde Buenos Aires, concluyeron que “el socialismo no era ni podía ser un partido, de modo semejante como la iglesia no es tampoco la religión”. Según Escobar, había que “agrupar a los hombres para instruirlos y asociarlos en la persecución de un ideal común” y ello lo lograría “sólo como movimiento de masas orientado hacia el camino infinito de la igualdad, la libertad y la fraternidad” (Inquietudes políticas y gremiales, 1959b, p. 11)
Eso era el socialismo sin partido, libertario, que pronto comenzaron a propagar desde la revista La Tromba (1898-1899), y más claramente, desde el periódico El Rebelde (1898-1899).
Como grupo de afinidad, estaban claros que era en el mundo obrero en donde tendrían que hacer una labor de propaganda a través de conferencias y propaganda escrita para lograr adherentes. De ahí que, en palabras de Escobar y Carvallo, “preparábamos, entonces, nuestras acciones. Iríamos a los grupos de trabajadores agremiados, generalmente en sociedades mutualistas, y trataríamos de inculcarles el conocimiento de las nuevas doctrinas sociales”. (Inquietudes políticas, 1959b, p. 11)
Las oportunidades se dieron en los salones de la Sociedad de Carpinteros y Ebanistas Fermín Vivaceta, “cuyo patrono se encontraba impregnado de la filosofía de inspiración masónica”; en el Salón de los Panaderos, “prácticamente un gremio libre, carente de verdadera organización”, iniciando una serie de conferencias instructivas, “conquistando ahí unos cuantos buenos camaradas que siempre nos acompañarían en las luchas venideras”. Estratégicamente, se movieron también hacia el centro de los obreros ferroviarios, “cuya única entidad por entonces era la Sociedad de Instrucción y Socorros Mutuos Caupolicán” (Inquietudes políticas, 1959b, pp. 11-12)
En ese ambiente de población comercial y fabril según recuerda el mismo Escobar, “conocimos a varios artesano y trabajadores de la Maestranza de los Ferrocarriles; entre ellos, a Marcos Yánez Úbeda (n. Santiago de Chile, 1870), dueño de un taller de relojería; a Esteban Cavieres Valenzuela (Santiago de Chile, 1868 – Santiago de Chile, 13/11/1904), limpiador de máquinas y calderero; al carpintero Clodomiro Maturana, y al zapatero Luís Morales Morales, todos de lúcida actuación en la organización del elemento laborioso. Se formó de ese modo un grupo de personas, de distintas ocupaciones (obreros, empleados, intelectuales y artistas) que quisieron plasmar sus inquietudes en común y sus ideales en una hoja. Nació así, tiempo después, el periódico La Luz (Santiago, 1901-1903). Por su parte Olea y Espinoza, cada uno por su parte, reclutaron al pintor de brocha fina Benito Rebolledo Correa (1880-29 de junio de 1964) y al ebanista José Manuel Cádiz, respectivamente. “En esta forma tomaba cuerpo nuestro movimiento socialista en el campo económico y cultural, libre de las trabas engorrosas y retardatarias de un partido político estrecho y dogmático” (Inquietudes políticas, 1959b, p. 12).
Casi paralelamente, la cofradía también se organizaba en el gremio de los gráficos, donde elementos de avanzada –Luis A. Soza (1875-1940), Manuel J. Montenegro (1860-1949), Julio E. Valiente (1882-1965)- ya habían logrado conformar la primera sociedad de resistencia conocida en Santiago, la Asociación Tipográfica, que posteriormente (1901) pasaría a llamarse Federación de Obreros de Imprenta (FOI). En Valparaíso se realizó un trabajo similar, siendo verdaderos pioneros de la organización sindical de carácter libertario en esa ciudad: Magno Espinoza, los carpinteros Luis A. Pardo (1882-1946) y Manuel Montano Rojas (1880-1931), el tripulante de vapores Ignacio Mora Avendaño (1884-1911), la matrona Ángela Muñoz Arancibia y el propio Escobar y Carvallo.
Así germinó una primera fase en la organización obrera anarquista en las ciudades. Nacieron combativas sociedades de resistencia y se dio pie a un primer ciclo de huelgas en Chile con dirección ácrata, el cual se inició en 1901 con la huelga de los gráficos, para terminar en diciembre de 1907 con la Matanza de Santa María de Iquique. Escobar y Carvallo, tuvo destacada participación en varios de estos conflictos, primero bajo el estandarte anarquista, luego, ya en 1905, siguiendo los principios del Partido Democrático, donde militaría hasta 1928.
Paralelo a ello, se fueron creando espacios alternativos de sociabilidad y cultura, como el Ateneo Obrero, el Areópago del Pensamiento Libre, varios Centros de Estudios Sociales, todo lo cual era dinamizado con la aparición de la prensa obrera. Los periódicos circulaban de mano en mano, muchos de forma gratuita, por ejemplo: La Campaña (1899-1902), Rebelión (1901-1902), El Ácrata (1900-1901), La Ajitación (1901-1904), El Faro (1901-1903), La Luz (1901-1903), El Martillo (1902), etc. Junto con ello proliferó un nuevo circuito de conferencias con temáticas de vanguardia: la “Cuestión Social”, el librepensamiento, el neomaltusianismo, el naturismo, el feminismo, etc. Así, se fue gestando una red de sociabilidad y cultura alternativa que se planteaba como contrahegemónica. (Lagos Mieres, 2009)
Nuestro personaje fue animador constante en la gestación de todas estas manifestaciones. No sólo escribía incansablemente en la prensa obrera, sino que animaba sus veladas y conferencias. Al fragor de estos espacios culturales y propagandísticos se fueron también cultivando una serie de creaciones literarias obreras, cuya finalidad era fundamentalmente la propaganda de los postulados anárquicos que posteriormente la revista literaria Selva Lírica (1917) definió como poesía ácrata. En ésta, Escobar y Carvallo dejó huellas imborrables a través de poemas como “Ideal” (1898), “Canción de la Anarquía” (1902), “Pampa Esclava” (1906), entre otros. Su trabajo como poeta libertario le llevó a ser considerado en prácticamente todas las compilaciones que de poesía ácrata u obrera se hicieron durante los primeros años de cultura obrera en Chile. Por otra parte, el propio Escobar, realizó algunas publicaciones de sus poemas, espacialmente con motivo de la Matanza de Santa María de Iquique (Policarpo Solís Rojas, 1904; Alejandro Escobar y Carvallo, 1908)
Sus poesías ácratas fueron reproducidas en infinidad de periódicos obreros a lo largo de los años, llegando incluso a ser consideradas en publicaciones recientes.
Vanguardias culturales
Durante estos años Escobar no sólo participó del mundo de la sociabilidad obrera sino también en el de las vanguardias culturales y artísticas, bien presentes en las colonias tolstoyanas de comienzos del siglo XX. Allí, junto con conocer escritores y artistas como los futuros premios nacionales de literatura, Augusto D` Halmar (seudónimo de Augusto Jorge Goeminne Thomson, Valparaíso, 1882-Santiago, 27 de enero de 1950) y Fernando Santiván (seudónimo de Fernando Antonio Santiváñez Puga; Arauco, 1886-Valdivia, 1973), conoció a pintores de la talla de Alfredo Helsby (Valparaíso, 1862-Santiago 1933), Pablo Burchard Eggeling (Santiago, 1875-Idem 1964), Julio Ortíz de Zárate (Santiago, 1885- ídem, 1946), Julio Fossa Calderón (Valparaíso, 1884-París, 1946) y el ya nombrado pintor, futuro premio nacional de artes, Benito Rebolledo Correa. En estos espacios, Escobar y Carvallo reafirmó su preferencia por la vida sana y la alimentación vegetariana, haciéndose además antivacunista y médico homeópata.
Desde temprano concilió su compromiso con las ideas anarquistas con otras tendencias del pensamiento como el naturismo, el neomalthusianismo, las ideas de amor libre y finalmente el teosofismo. Era, sin duda, un personaje multifacético. Algunos pasajes de Memorias de un Tolstoyano, bien revelan esta diversidad de prácticas. Santiván cuenta que estando él enfermo, Escobar y Carvallo le recetó “baños y envolturas de agua fría. Como alimento: sólo jugo de frutas”. En casa de Escobar y Carvallo, cuenta el mismo Santiván,
“sentábamos ante una pequeña mesa, situada bajo la sombra de un árbol, y allí, ante una variadísima exhibición de platos vegetarianos, agrupados sobre blanco mantel, desarrollaba Alejandro interesantes disertaciones”. Había en su mesa: “sabrosas ensaladas de cebollas y tomates, jugos de frutas, duraznos, sandías, melones. No faltaban, a veces, sopas de hortalizas y legumbres, con perfumes de campo” (Fernando Santiván, 1997, p.184).
Escobar y Carvallo, a quien Santiván califica como un exponente de una nueva moral, llevaba sus prácticas mucho más allá, llegando incluso a las prácticas de amor libre. A diferencia de los tolstoyanos, veía la castidad como antinatural, tal cual se desprende de las disertaciones “médico-psicológicas” que daba a Santiván, donde “insistía especialmente en los peligros de la castidad. No concebía que hombres jóvenes y vigorosos pudieran vivir sin contacto con mujeres. Según aseguraba, la ciencia preveía los peligros a que se exponen aquéllos que contravienen las leyes naturales” (Fernando Santiván, 1997, pp., 177 y ss.).
Ello bien lo expresaba en sus artículos, sobre todo aquellos en los que atacaba a los curas, señalándoles como seres corruptos que, no soportando la castidad, realizaban orgías múltiples entre ellos (El Rebelde, 2 abril 1899). Para Escobar, el sexo era algo natural, expresión de salud, de belleza, de vitalidad; no algo morboso. Señala Santiván que enterado Escobar y Carvallo del mal que le afectaba, y bajo pretexto de que él debía viajar a Santiago, le dejaría solo en su casa de San Bernardo junto a su propia pareja, Zunilda Zenteno Castillo, y su cuñada para que teniendo sexo desapareciera dicho mal. Ambas mujeres, seguramente guiadas por las disertaciones de Escobar se manifestaban gustosas a dicha aventura, pero el escritor finalmente lograría rehuir del encuentro sexual arguyendo un malestar que lo aquejaba.
Sin embargo, en contradicción con los postulados del amor libre, Alejandro Escobar se había casado legalmente. Y no solamente una vez como ya señalábamos.
Escobar y Carvallo llevaba a la práctica una serie de conductas y nuevos códigos, acorde con las nuevas ideas y nueva moral, y ello parecía predominar por sobre sus posiciones políticas, convirtiéndose en una verdadera “seña de identidad”. Paralelo a su vida en el mundo de la lucha social, Escobar y Carvallo participaba activamente en la Colonia de Pio Nono a principios del siglo XX, en donde se cultivaron todas estas ideas y prácticas. Quizás todas estas facetas llegaron a Escobar por intermedio de Tolstoy, cuyas ideas debían ponerse en práctica en la nueva sociedad, sin dilación:
“seamos comunistas y libertarios; realicemos para todos y cada uno la gran comunión de ideas y aspiraciones que traerá la Fraternidad Universal, y una vez que nuestro ejemplo sea seguido por los escépticos y los reacios, habremos avanzado la mitad del camino; entonces la Revolución estará ya hecha en la conciencia de una buena parte —quizás la mejor— de la humanidad, y el resto, será la obra de la evolución, del tiempo, y del progreso de la Revolución Social. Tolstoy no es pues, una ‘adormidera’, como parecen creerlo ciertos revolucionarios líricos de los tiempos que vendrán… Es un revolucionario que no espera mesías alguno que no confía sólo en lo porvenir, ni se conforma con prédicas…
El pensamiento demoledor, revolucionario y comunista libertario de Bakunin, Kropotkin, Reclus, Malatesta, Cafiero, Grave, Faure y otros ilustres pensadores, sabios, artistas y filósofos ha tenido su conclusión y su coronamiento en la inmensa obra de perfeccionamiento y de cultura individual y social del puro y grande maestro cristiano ruso.
Así, mientras vosotros continuáis esperando… y a vuestros hijos enseñáis que esperen la venida del mesías prometido —la Revolución Social— nosotros vamos a su encuentro, camino de la vida, hacia un rincón de la selva o a una cueva de monte, donde al sol y al viento, descalzo y desnudo, en medio de los esplendores de la Naturaleza, podamos vivir la vida del Ideal, pero bien vivida, realmente, por el Amor y para la salvación nuestra y del mundo!” (Lo Nuevo, nº 21, 15 de septiembre de 1903, Valparaíso).
Escobar y Carvallo apoyaba las ideas tolstoyanas, sobre todo en lo que decían sobre el cambio desde la cotidianidad: asumir nuevas formas de vida sin esperar una revolución panacea que de la noche a la mañana cambiara todo. Mejor optar por nuevas formas de vida consecuentes con las prédicas para iniciar así el camino de la liberación de las mentes, los miedos y los prejuicios. No obstante, no era un tolstoyano porque también creía que había que movilizar al mundo obrero, organizar sociedades de resistencia, fundar periódicos de propaganda. Tampoco era Tolstoyano en el sentido que veía como antinatural la abstinencia sexual, rescatando en ello las influencias vitalistas.
Todo esto le abrió a Escobar y Carvallo las puertas de distintos grupos y tendencias. La misma revista Lo Nuevo, dirigida por Alfredo Helsby, se definía como antivacunista y naturista. En la localidad de Casablanca, Valentín Cangas editaba El Oráculo —órgano que, tras la incidencia de Escobar y Carvallo, pasó a llamarse Tierra y Libertad, abriendo espacio para las plumas ácratas, pero preservando su propaganda en torno al naturismo, neomalthusianismo, regeneracionismo y espiritismo. Otra muestra de este eclecticismo que determinaba el actuar de Escobar fue la revista El Consejero del Pueblo (1909) que abogaba por el naturismo, neomalthusianismo, maternidad libre, librepensamiento, etc. En este órgano de corta duración, daba consejos a las mujeres sobre higiene y se reproducían artículos de los regeneracionistas franceses.
Si revisamos los periódicos anarquistas de comienzos de siglo, podemos notar en varios de estos, la incidencia de tendencias como las ya señaladas. Incluso su compromiso con estos postulados llevó incluso al mismo Escobar y Carvallo hacia 1903 a criticar dicha incidencia:
“Hace algún tiempo que consideramos fuera del campo anárquico a ese periódico, pues nunca hemos visto en ningún periódico nuestro el fenómeno que se ha operado en El Faro. Dirijiendo ataques fuera de lógica y razón a la anarquía y a los anarquistas, como al mismo tiempo se han publicado preferentemente trabajos mui dignos de una revista espiritista pero no de un periódico libertario. Esa es nuestra opinión: puede que estemos en un error, el que estamos prestos a rectificar siempre que se nos convenza con la verdad” (La Luz, 1º de octubre de 1903).
Asimismo, este médico homeópata, naturista, antivacunista, anarquista y demócrata era secretario de la “Rama Arundhati” de Santiago, de la “Sociedad teosófica universal”, hacia 1914 como se deja ver en los nº 29 y 30 de Nueva Luz.
Pero ello no lo alejó del movimiento social. Hasta 1905 participó en las huestes libertarias, para sumarse al Partido Democrático (PD) en la sección que lideraba Luis E. Recabarren Serrano (Valparaíso, 6/07/1876 – Santiago de Chile, 19/12/1924). Dicho vuelco era toda una sorpresa para el mundo obrero ya que no hacía mucho tiempo el mismo Escobar criticaba justamente estas volteretas de otros militantes libertarios como el zapatero Luis Morales Morales. En sus Memorias, Escobar explica que este cambio se produjo en Tocopilla, cuando a mediados de 1905 cuando junto a Luis E. Recabarren y Lindorfo Alarcón Hevia (n. Vichuquén, 11/06/1871) hicieron el “pacto tripartito” de fusión demócrata-socialista tras la cual se apostaba por la evolución gradual de la democracia hacia el socialismo, dando paso a la formación del Partido Socialista Chileno. Señala que después de fundar una escuela nocturna en la Mancomunal de Trabajadores de Tocopilla, de dictar una conferencia sobre el socialismo en la agrupación demócrata del departamento, de realizar una gira por todas las oficinas salitreras y componer las estrofas de “La pampa esclava”, regreso a Antofagasta a fines de ese año para dar a conocer su conversión mediante una “Carta política” dirigida a sus ex camaradas, a quienes explicaba e invitaba a sumarse a la empresa. Hacia 1906, encontrándose en la misma ciudad, publica un “Manifiesto a la Juventud intelectual” donde defiende las ideas de la democracia que sólo pocos años antes combatiera. Titulado “La organización política de la clase obrera a comienzos del siglo”, ese manifiesto apareció en La Defensa, Coronel Lota.
Ya de regreso en Santiago, junto a otros correligionarios (el ex ácrata Policarpo Solís Rojas (n. 1872), fundó en 1909 la Escuela Socialista. Dicho grupo fue gestado en un contexto de división en el PD. Entre las fracciones doctrinarias —Bonifacio Veas Fernández (n. Quillota, 1865) y Zenón Torrealba Ibabaca (Curicó, 1875 – Santiago, 1923)— y reglamentarias, lideradas por Malaquías Concha, venía a concretarse una tercera fracción de este partido, cuya base ideológica era demócrata-socialista, y en el cual destacaban Luis E. Recabarren, Luis B. Díaz, Luis Eduardo Díaz y los ex ácratas José Tomás Díaz Moscoso y nuestro biografiado Escobar y Carvallo. Del seno de esta fracción se formó este grupo llamado Escuela Socialista, pensada como una instancia para reunir la tendencia socializante dentro del partido y anticipar lo que sería la futura organización del Partido Socialista. Destacaban en este grupo, además de Escobar, impulsor principal, el ex ácrata Policarpo Solís Rojas, Ricardo Guerrero, Avelino González Gallegos, Nicasio Retamales, Manuel Hidalgo Plaza (Santiago de Chile, 1878 – Santiago de Chile, 1967), Carlos A. Martínez (Santiago de Chile, 1885 – Santiago de Chile, 1972) y Evaristo Ríos. Según Escobar, Recabarren no apoyó esta fracción sino más bien a la fracción liderada por Zenón Toerrealba de posición marcadamente antisocialista (Escobar y Carvallo, 1960a y 1932, Grez, 2016).
Dicha tendencia prosperaba y extendía su radio de acción a las comunas rurales de Buin, San Antonio y Melipilla, cuando Escobar y Carvallo fue tentado para trabajar en la redacción del diario demócrata La Voz del Pueblo, de Taltal. Hacia 1911, nuestro biografiado se encontraba en el pueblo de Refresco, con un cargo en la Municipalidad de dicho pueblo.
Enterado de la marginación de la tendencia socialista al interior del Partido Demócrata por parte de la fusión de los seguidores de Malaquías Concha Ortíz (Villa Alegre, 1859-Santiago de Chile, 1921) y Zenón Torrealba Ilabaca, Escobar regresó a la capital con intenciones de fundar el Partido Socialista, “en cuyas filas se reunieran todos nuestros correligionarios dispersos”. Según su relato:
“Hablé personalmente con más de un centenar de ellos y a los demás les dirigí una carta-circular, invitándoles a una reunión preliminar. Más como yo carecía de fondos para llevar a cabo los trabajos le pedía ayuda económica a mi cuñado Miguel Silva Acevedo. La citada reunión que me tocó presidir, tuvo lugar en septiembre de 1911, acordándose por unanimidad la formación del Partido Socialista” (La organización política, p. 10).
No obstante, Escobar mismo no se inscribió como militante, como sí lo hicieron Manuel Hidalgo Plaza, Carlos A. Martínez, Ricardo Guerrero, Policarpo Solís Rojas, Evaristo Ríos, Julio E. Moya (Grez, 2016, p. 221). Según el propio Escobar, “conocida por todos mi situación dentro del Partido Democrático, solicité el consentimiento para quedarme por un tiempo más al margen del nuevo partido, pues yo no abandonaba la primitiva idea de llevar en cuerpo la democracia hacia el campo socialista, conforme el Plan de Tocopilla 1905” (La organización política, p. 10).
Así, tras encargar al estudiante de leyes Luis Zuloaga redactar la “Declaración de principios”, “Programa” y “Reglamentos”, quedó fundado el Partido Socialista. Se enviaron comunicados a distintas regiones de Chile y se sumaron más de 150 miembros de la Escuela Socialista. Sin embargo, Escobar informa que Recabarren restó importancia a esta iniciativa y fundó la suya propia en Iquique en 1912: el Partido Obrero Socialista en el cual tomó una posición de liderazgo en la expansión socialista en Chile (La organización política, p. 10).
En consecuencia, Escobar y Carvallo permaneció en la democracia, arguyendo precipitar el socialismo desde el interior de esta colectividad, cuestión que nunca llegó a concretarse. Así lo advierte el historiador Sergio Grez (2007, p. 211): “en momentos claves, al debatirse las grandes líneas estratégicas del partido, Escobar asumió posiciones que en nada contribuían a generar una definición socialista”, al citar a Guillermo M. Bañados, Convención Extraordinaria del Partido Demócrata, Santiago, Imprenta y Encuadernación La Universal, 1922, pp. 178-183.
Según Grez (2016, p. 222), hacia 1918, Escobar proclamó la necesidad de superar las antiguas divisiones entre doctrinarios y reglamentarios, para avanzar a la fundación del Partido Demócrata Social, de índole colectivista, sin distinción entre obreros y profesionales en su militancia. Más tarde, en la Convención del partido efectuada en La Serena en 1919, fue elegido Secretario del Directorio General.
Encontrándose en este cargo todavía hacia fines de 1921, en una Convención Extraordinaria del PD se discutió la posibilidad de llegar a un entendimiento con la Federación Obrera de Chile y el Partido Obrero Socialista para crear un Partido Laborista como partido único de la clase obrera. En la ocasión, Escobar no apoyó esta noción. Por el contrario, presentó un proyecto de pacto de Alianza Liberal elaborado conjuntamente con un correligionario y dos dirigentes radicales. La finalidad era renovar la alianza entre los partidos democrático, radical y liberal (Guillermo M. Bañados, Convención…, cit. por Grez, 2016, pp. 278-292).
Durante los años siguientes, se generó un contexto de agudo quiebre en el interior del PD, cuya señal más notoria fue el funcionamiento de dos Directorios: uno bajo control de Luis Malaquías Concha Stuardo (Santiago de Chile, 1883 – Santiago de Chile, 1961), del ala autonomista (prohibición de celebrar pactos con otros partidos) y otro, dirigido por Nolasco Cárdenas Avendaño (Corral, 1878- Santiago 1965) de los demócratas proclives a la reconstitución de la Alianza Liberal. Escobar permaneció en esta última tendencia, aunque abogando por la unión y entendimiento llamando a una Convención Extraordinaria en Santiago el 1º de mayo de 1925. Sin embargo, dicho entendimiento no llegó.
El PD tuvo escasa participación en la Asamblea Constituyente desarrollada en Santiago en marzo de 1925. Uno de los pocos que destacaron como relator fue precisamente Escobar y Carvallo. Luego, cuando Alessandri llamó a plebiscito, la mesa directiva de su partido (en la cual actuaba Escobar como uno de sus secretarios), aprobó la noción de éste y los militares dándole apoyo al proyecto de reformas constitucionales propugnadas (Grez, 2016, pp. 361-362 y p. 376).
Cuando el gobierno empezó a proponer la realización de una Convención de todos los partidos políticos —desde el conservador al comunista— que designara un candidato único al sillón presidencial, el PD demostró indecisión en un principio, producto básicamente de su rechazo a unirse en un bloque con las fuerzas conservadoras. Finalmente, el partido aprobó un proyecto de acuerdo presentado por el mismo Escobar y Carvallo, modificado luego por Juan Pradenas Muñoz (Lebu, 1890 – Santiago de Chile, 1966), en el sentido de aceptar la propuesta del gobierno (Grez, 2016, p. 379).
Una de las últimas actuaciones destacadas de Escobar y Carvallo en el seno de la democracia se presentó en tiempos de languidez política de este partido, cuando ya controlaba el poder el coronel Carlos Ibáñez al actuar como ministro de guerra hacia fines de 1926. Fue entonces cuando la Directiva del PD quiso llevar adelante una reestructuración interior de su organización. Escobar y Carvallo, junto con Juan Vargas Márquez y otros militantes de Santiago reunidos en la Asamblea demócrata permanente de obreros, profesores y empleados, tuvieron la idea de propiciar la eliminación de las cantinas en todos los organismos vinculados al Partido. Por otra parte, propusieron “impulsar una nueva formación partidaria comunal en las grandes ciudades que permitiera la mantención de organismo demócratas sin cantinas”. En el marco de estas iniciativas el propio Escobar planteó la idea de cambiar el nombre del partido como Partido Democrático Socialista. No obstante, ni el saneamiento del PD ni el cambio de nombre llegaron a concretarse. A comienzos de 1927 ya la Dictadura de Ibáñez estaba entronizada en el poder (Grez, 2016, pp. 404-405).
El PD fue la colectividad política en donde Ibáñez encontró más apoyo: “casi todas las corrientes, fracciones, tendencias y subtendencias de este partido adhirieron al dictador” (Grez, 2016, p. 412). Escobar ocupaba entonces el cargo de segundo vicepresidente de la colectividad. Según el “Manifiesto político. A las agrupaciones demócratas del país”, los demócratas justificaban su posición en razón de que los partidos políticos históricos habían explotado el poder en beneficio exclusivo de las clases gobernantes hasta llegar a constituir una burocracia “fosilizada”, utilitarista e insaciable que absorbía toda la savia económica del país. Y en este contexto, las instituciones armadas, ajenas a las luchas de los partidos, consideraron que su deber era “intervenir en las actuaciones del gobierno y en la reorganización funcional de la república”. Dicho manifiesto señalaba que la constitución y las leyes no podían transformarse en barreras para obstruir la renovación económica del país y la depuración administrativa del Gobierno. Por ello aplaudían la “obra salvadora” del nuevo gobierno prestando “todo su apoyo moral y material de sus fuerzas organizadas para sostener al jefe de gabinete y todos los buenos patriotas”. De este modo, pocos meses después, Ibáñez fue proclamado oficialmente como su candidato a la presidencia de la república. (“Manifiesto político. A las agrupaciones demócratas del país”, El Diario Ilustrado, 3 de marzo de 1927, Santiago, cit. Grez, 2016, p. 414, 419).
Hasta 1928, Escobar y Carvallo llegó a ocupar cargos políticos en la colectividad demócrata para finalmente colaborar con la Dictadura de Carlos Ibáñez del Campo en 1929, al ser nombrado Gobernador de Pisagua por el militar. Ese mismo año, en el mes de julio, escribió un prólogo para un libro de quien fuera también su ex compañero en las huestes anarquistas, Luis Ponce, quien asimismo se había pasado al bando ibañista. En dicho escrito Escobar levantaba al dictador Ibáñez como
“el hombre que mejor ha sabido interpretar el verdadero sentir del país… no con discursos grandilocuentes y faltos de verdad, sino con hechos prácticos y grandes reformas legislativas que han colocado al país a la cabeza de las naciones subamericanas, si exceptuamos al Brasil y a la República Argentina” (Escobar y Carvallo, 1929, p. 4).
Luego, Ibáñez nombró a Escobar como Gobernador en Traiguén, cargo desde el cual trató de impulsar una política de colonización agrícola en beneficio de los campesinos pobres. (Escobar y Carvallo, 1960a, 1931, pp. 9-11). Pasada la dictadura ibañista, Escobar continuó defendiendo la labor del dictador.
Muy poco se sabe qué pasó con Escobar en los años próximos. Ya con más de 55 años, a mediados de los 30’, divorciado de toda la amalgama de partidos y movimientos de izquierda y en tiempos en que se formaba el Frente Popular, al parecer no tuvo otra opción que dar un paso al costado y ecluirse.
En agosto de 1953 volvemos a tener noticias suyas, con motivo de una carta al escritor Joaquín Edwards Bello (1887-1968) a objeto de felicitarlo por su defensa de María de la Cruz Toledo (Chimbarongo, 18/09/1912 – Santiago de Chile, 1/09/1995). Ella fue la primera mujer en ocupar un escaño en el Senado y fungió como fundadora del segundo partido femenino en Chile, el Partido Femenino de Chile (1946-1954), creado para luchar por el sufragio femenino, que se había conseguido parcialmente en 1934. Además, Cruz Toledo fue simpatizante ibañista y justicialista, y participó en la campaña presidencial de 1952 de Carlos Ibáñez del Campo.
Escobar decía en esa misiva que la invalidación de Cruz Toledo en el cargo legítimamente ganado era obra de la vieja oligarquía más reaccionaria, la cual empleaba “recursos tinterillescos” de la más baja moral declaran su inhabilidad parlamentaria, pisoteando la sagrada y augusta soberanía del pueblo chileno… Este atropello es una grave ofensa que se infiere a los ciudadanos conscientes y libres de nuestro país”. Terminaba su carta con felicitación al autor por su “leal” artículo de prensa y manifestación de la más sincera admiración de los Humanistas Eclécticos de Antofagasta (Carta, 1953).
No sabemos cuánto tiempo estuvo en Antofagasta Escobar y Carvallo participando en este movimiento Humanista. Lo cierto es que ya para el año entrante se encontraba en Santiago, pues desde calle Díaz Ramos 1093, envía una carta de felicitaciones a la importante poetisa nacional Lucila Godoy Alcayaga (Vicuña, 1889 – Nueva York, 1957), más conocida como Gabriela Mistral, por entonces Cónsul en Nueva York y quien había sido invitada a su patria por Carlos Ibáñez, quien nuevamente estaba en el poder. En dicha epístola incluía “La nueva república” escrita por él mismo en 1928 al “S.E., el Presidente de la República General Don Carlos Ibáñez del Campo” y que se republicó en 1952 en Antofagasta. Su tendencia ibañista parecía estar más viva que nunca (Carta, 1954).
A fines de la década del 50’Escobar y Carvallo ya escribía sus memorias para la revista Occidente. Al parecer, esta iniciativa partió luego de una visita que por el año 1958 le hiciera el historiador marxista Julio César Jobet (Perquenco, 1912 – Santiago de Chile, 1980), junto al ex compañero de Escobar en las trincheras anarquistas y tolstoyanas de comienzos del siglo XX: el zapatero Augusto Pinto Barrera (Santiago, 1882-1 de agosto de 1960). El tercero era Alejandro Gallegos. Los tres, formaban parte por entonces de un grupo de estudios (y de camaradería intelectual), cuyas figuras centrales eran el mismo Pinto, Laín Diez Káiser (1895-1980) el ex combatiente en las filas españolas republicanas Mariano Rawicz (Lvov, 1908 – Santiago de Chile, 1974), y como entusiastas acompañantes estaban Alejandro Gallegos, Federico Godoy Guardia y Perrin Godoy Lagarrigue, hijo del anarquista Pedro Godoy Pérez (1886-1944). Dicho grupo, según recuerdos de Jobet, “celebraba reuniones semanales”, donde Augusto Pinto presidía por su “talento e ingenio” (Godoy Sepúlveda, 2017, pp. 171 – 180).
De esas sesiones de lecturas, estudios y discusiones surgieron interesantes iniciativas. Una de ellas fue justo la de ubicar a Alejandro Escobar y Carvallo para solicitarle sus apuntes sobre sus actividades en la “divulgación del socialismo” y en la educación del proletariado” que les interesaban para publicarlo como un “aporte al conocimiento directo de aquella heroica época”. Esto se concretó a mediados de 1958, cuando los tres personajes señalados visitaron en su casa a Alejandro Escobar y Carvallo. Este encuentro fue altamente “emotivo” y simbólico: “un instante emotivo contemplar el estrecho abrazo de los dos tolstoyanos. Pasamos una agradable tarde escuchando su inagotable y sabrosa charla, repleta de recuerdos del más alto interés” (Jobet, 1960).
Más allá de la publicación de sus Memorias, este reencuentro no fue para Escobar y Carvallo una reconciliación con la vieja izquierda, ya fuera de manera institucional o extrainstitucional. Cuando falleció el 26 de noviembre de 1966, nadie advirtió su deceso o desarrolló algún artículo recordatorio de su obra o persona. Sólo meses después, el mismo Jobet le recordó en un número de la revista Arauco. Se titulaba: “Alejandro Escobar Carvallo y el movimiento obrero chileno”. Se trataba de un artículo tributario de lo ya escrito por Escobar en sus Memorias, en el que el historiador marxista hacía una síntesis de su obra (Godoy, 2017, p.174 y p. 179). Dicho en las palabras de Jobet:
“con todo, la actitud de Alejandro Escobar Carvallo en esos años y su fecunda actividad, merecen respeto y son dignas de recuerdo. Por lo demás, poseen un sitio inamovible en la historia del movimiento y del socialismo chileno. Es en virtud de este leal reconocimiento que le hemos dedicado estas modestas líneas” (Jobet, 1967, pp. 53-60).
Los restos de Escobar y Carvallo se encuentran enterrados en el Cementerio General, Recoleta, Santiago, Mausoleo de la familia Escobar, patio 102 (Cementerio General, Libro de sepulturas).
Obra
Bibliográfica
- (con Juan Cementerio), La sirena santiaguina: hermoso folleto de canciones, cuecas, tonadas, etc., Santiago, Imprenta La Comuna, 1908.
- Los sucesos del norte: folleto en verso, Santiago, Imprenta y Encuadernación Gálvez, 1908.
- El problema social en Chile (conferencia), Santiago, Imprenta i Encuadernación Minerva, 1908.
- “Prólogo”, en Luis Ponce, La Cuestión social obrera de la Pampa. Artículos de Luis Ponce (Lirio Pampino). Redactor obrero de “La Provincia”, Iquique, 1929
- La colonización agrícola del norte, Santiago, Imprenta La República, 1931.
- La cadena de oro de la esclavitud, Santiago, Imprenta La República, 1932.
- Un precursor socialista: Jorge Gustavo Silva, Santiago, Imprenta La República, 1932.
Hemerográfica
- “Chile a fines del siglo XIX”, en: Occidente n° 119, julio-agosto de 1959, pp. 5-16.
- “Chile a fines del siglo XIX”, en: Occidente nº 119, julio-agosto de 1959a, pp. 5-16.
- “Inquietudes políticas y gremiales a comienzos de siglo”,en: Occidente nº 120, septiembre-octubre de 1959b, pp. 5-16.
- “La agitación social en Santiago, Antofagasta e Iquique”, en: Occidente nº 121, noviembre-diciembre de 1959c.
- “La organización política de la clase obrera a comienzos de siglo”, Occidente nº 122, marzo-abril de 1960a.
- “El movimiento intelectual y la educación socialista”, en: Occidente nº 123, mayo-junio de 1960b, Santiago de Chile.
Cómo citar esta entrada: Lagos Mieres, Manuel Andrés (2024), “Escobar Y Carvallo, Alejandro”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org.