CAMBA Y ANDREU, Julio E. (Vilanova de Arousa, Pontevedra, España, 16/12/1882 – Madrid, España, 28/2/1962).
Escritor anarquista en su juventud, reside en la Argentina entre 1901 y 1902, desarrollando una intensa propaganda oral y escrita.
Nacido en un pueblo de Galicia en el seno de una familia de clase media acomodada (su padre, Manuel Camba Bóveda era médico rural; su madre, Juana Andreu Temes, provenía de familia acomodada de origen catalán. Su hermano Francisco, dos años menor, también será un reconocido escritor.
Julio asiste de niño a una escuela rural. En la adolescencia, se niega a ingresar en el seminario para seguir la carrera eclesiástica. Huye de su casa a los trece años, consiguiendo empleo gracias a un amigo de la familia. Comenzó a escribir poesía y prosa desde su adolescencia, publicando sus primeras colaboraciones en algunos medios locales.
Se embarcó en un barco como polizón en abril 1901 rumbo a la Argentina. Veinte días después desembarcó en Buenos Aires. Colabora brevemente con la prensa gallega de la Argentina (El Eco de Galicia), pero a los pocos meses de su arribo a Buenos Aires se había orientado hacia el anarquismo, escribiendo artículos incendiarios en La Protesta Humana (LPH) y otros voceros de la prensa anarquista local. En la redacción del diario anarquista traba amistad con el periodista anarquista Félix Basterra, lo acompaña en los mitines y se hace cargo de la dirección de LPH cuando aquel parte en gira de conferencias. Tras las jornadas en la redacción del periódico anarquista, Camba y Basterra prolongan su amistad durante las noches en el Club Sportman.
Ante la falta de un domicilio y de un trabajo estable, debió dormir varias noches en la casa del anarquista Orsini Bertani. Según Diego Abad de Santillán, “se ganaba la vida dando lecciones privadas” a otros inmigrantes, mientras escribía en LPH artículos de crítica social (sobre los “mártires de Chicago”, la prostitución, la doble opresión de la mujer, la inmigración, los carnavales, etc.) y sobre la situación española.
También mantuvo estrechos vínculos con “Defensor de Nuevas Ideas” y “Los Caballeros del Ideal”, dos de los grupos de teatro vocacional anarquista del Buenos Aires de inicios del siglo XX. A fines de octubre de 1902 comparte tribuna con Spartaco Zeo y Oreste Ristori en el local de “Los Caballeros del Ideal”, abordando el tema de “La ciencia Social”. El 2 de noviembre de 1902 pronuncia una conferencia sobre “el amor libre”, compartiendo tribuna con Spartaco Zeo y Faustino de Diego, en el marco de un ciclo de charlas que animaba el “Grupo Defensor de Nuevas Ideas”.
Además, el domingo 9 de noviembre está anunciado como uno de los oradores, junto con Félix Basterra, Francisco Ros, Spartaco Zeo, Orsini Bertani y Oreste Ristori, en el mitin de homenaje a los Mártires de Chicago organizado por el grupo libertario “La Emancipación Humana” en el Teatro Doria. Sin embargo, no pudo participar del evento pues debió viajar la localidad bonaerense de Zárate como delegado de la Federación Obrera Argentina (FOA) para oficiar de mediador entre las autoridades policiales y un numeroso grupo de huelguistas detenidos.
El conflicto se expandió a Campana y otras localidades, escalando hasta que el 20 de noviembre de 1902 la FOA declaró el inicio de una huelga general que paralizó la ciudad de Buenos Aires y ciertos puntos estratégicos del interior del país. El propio Camba dejó un testimonio vívido de aquellos días:
«La huelga general fue terrible. Imaginaos una gran ciudad, una ciudad cosmopolita, industrial y moderna; una gran ciudad cuyo cielo se halla turbado constantemente por el humo de las fábricas y por la voz de las sirenas que anuncian a los buques entrantes o que llaman al trabajo a los obreros; una gran ciudad circundada de mástiles y de chimeneas; una gran ciudad, en fin, que es como una gran máquina funcionando al agua y al fuego; como una gran máquina compuesta de muchas máquinas pequeñas y en donde todo gira, todo chirría, todo palpita y se estremece sin cesar. Imaginaos esta gran ciudad como esta gran máquina y, acostumbrados al movimiento y al ruido, ve que de pronto la máquina se para en seco. Tal sucedió en Buenos Aires.
Julio Camba, «El destierro» (1907).
No rodaba un coche, no giraba una grúa, no gemía el pito de
una fábrica; las altas chimeneas se elevaban al cielo rígidas y siniestras; arriba no había humo y abajo no había brasa. El alma misma de la población, el alma inquieta, nerviosa y alegre del monstruo, se llenó de frío y de espanto. El segundo día de la huelga iba yo del brazo con un camarada por una de las calles más céntricas cuando acertamos a pasar junto a dos gordos burgueses de chistera y levita. En aquel momento uno de ellos le decía al otro: —Esto se va poniendo muy serio. Y, ciertamente, aquello se iba poniendo muy serio. Había una fábrica en donde, a pesar de la huelga, unos obreros estaban trabajando. Se enteró un grupo de muchachas tejedoras y se fue allí.
—¿No tenéis vergüenza? –les dijeron– ¿Seréis cobardes cuando nosotras somos valientes? Los huelguistas mataron e hirieron a una porción de esquiroles. Muchos policías fueron también muertos y heridos. En el puerto, un oficial mandó a los soldados que disparasen sobre un grupo de propagandistas de la huelga, y los soldados se negaron a disparar. Indudablemente, aquello era serio.
La huelga fue ratificada al día siguiente en un mitin realizado en el Teatro Iris, en el que Camba participó. Camba escribió numerosos manifiestos que se repartían o de mano en mano, o se imprimían en las paredes:
Seguramente no faltarán amigos que me desprecien al saber que yo he cultivado ese género de literatura. Sin embargo, cada una de aquellas páginas, que se imprimían en hojas sueltas y que se fijaban clandestinamente en las paredes de los edificios, tenía más emoción y más intensidad que muchas de las cosas que he escrito después con arreglo a tratados de estética […]. La sangre lo ennoblece todo, y en la huelga general de Buenos Aires no se echó de menos este gran elemento literario. Enardecido por él, yo confeccionaba mis proclamas y yo mismo las pegaba y las repartía, esquivando las miradas de la autoridad. Aquel entusiasmo será ridículo en cualquier otra circunstancia, pero allí no.
Julio Camba, «El destierro» (1907).
La huelga se prolonga hasta el día 27, pero se va debilitando, en un contexto donde el gobierno declara el Estado de Sitio y hace sancionar en tiempo récord la Ley de Residencia, que permite deportar a los extranjeros que “perturben el orden público”. Camba también narró sus peripecias durante los días siguientes en «El destierro»:
Creo que fue el segundo día de la huelga. Basterra y yo estábamos en el Sportman cuando se nos acercó un compañero periodista, muy estimado en Buenos Aires: Florencio Sánchez. Este compañero nos comunicó que el Congreso, reunido en sesión extraordinaria, acababa de votar la ley de residencia para expulsar a todos los extranjeros peligrosos. Al mismo tiempo se había declarado el estado de sitio en la capital. Basterra y yo echamos a andar por la calle Florida y torcimos por la de Corrientes. Al llegar a la calle de Artes se nos ocurrió entrar en la Sociedad de cocheros, que hacía esquina a las dos calles. Yo conocía mucho aquel local porque en él habían estado instaladas antes las oficinas de El Correo de España, periódico del que yo fui redactor. Entramos y nos encontramos a unos cuantos compañeros que hablaban muy animados.
Julio Camba, «El destierro» (1907).
—Se ha votado la ley de residencia y se ha declarado el estado de sitio, de manera que nos cogerán enseguida y nos echarán.
Nos pusimos a charlar y cuando quisimos salir un compañero nos advirtió que la policía rodeaba la casa. Estábamos bloqueados. Entonces hicimos subir café y nos decidimos a pasar allí la noche. Por la mañana, y aprovechando un descuido de los pesquisas, salimos. Subimos por Corrientes y, al llegar a una calle transversal donde vivía Basterra vimos a un hombre que había en pie arrimado a una esquina. Este hombre se despertó violentamente y pareció desconcertarse. Continuamos andando y observamos que nos seguía. Ya en la calle Callao acordamos dividirnos en varios grupos. Basterra y yo, que formábamos uno de ellos, tomamos un tranvía y el hombre extraño nos siguió. Ya no nos cupo duda de que era policía. Nos bajamos sin avisar y el policía se bajó también. Por último, después de haber tomado tres o cuatro tranvías conseguimos extraviarlo. Entonces Basterra me dijo:
—Yo me voy esta misma tarde a Montevideo. Yo tengo familia y no puedo abandonarla. En Montevideo veré el giro que toman las cosas, y ya decidiré.
Camba logra escapar de la persecución policial durante los primeros días, pero es detenido el día 27 de noviembre por la mañana, después de pasar la noche en la casa de Orsini:
La autoridad había prohibido toda clase de reuniones obreras, y [el diario] La Prensa les había ofrecido un gran hall a los huelguistas. Al dejar a Basterra yo me fui a La Prensa, donde había un mitin a la sazón. Allí me encontré con Oreste Ristori, que según supe no pudo salir de La Prensa en diez días. Conversé un rato con él y con otros camaradas, y al anochecer me dirigí a El Sol. ¿El Sol al anochecer? Sí, señores: El Sol. El Sol era una revista anarquista que dirigía Alberto Ghiraldo. Las oficinas estaban en la calle San Martín. Se bajaban unas escaleras y, ya en el sótano, se llegaba a un cuartucho lóbrego, húmedo y frío. Aquello era El Sol. El Sol no tenía puerta, ignoro si por falta de dinero o si por las convicciones anarquistas de Ghiraldo, de modo que allí llegaba uno, entraba y, si era gimnasta, podía sentarse en una silla donde yo no pude contar nunca más de tres pies.
Julio Camba, «El destierro» (1907).
Arrimadas a las paredes había grandes pilas de números atrasados, de folletos y de obras de Ghiraldo… Desde el primer día de la huelga, El Sol había comenzado a publicar un suplemento diario. Cuando yo llegué me encontré allí a Ros, el tesorero de la Sociedad de Estibadores, que estaba por todo Buenos Aires; a Ghiraldo, a un chico escultor que se llamaba Castro, y a Florencio Sánchez. Florencio Sánchez ignoraba que un periodista no debe manejar la tinta como un tintorero. Muy ocupado en hacer el suplemento, se había arremangado los brazos y los presentaba de tal suerte bañados en tinta, que a uno se le ocurría pensar cómo se las habría arreglado para pintarse de un modo tan difícil y tan perfecto.
Estuve un gran rato en El Sol, y a las nueve de la noche me fui a cenar con Castro a un restaurante contiguo. Castro vivía en casa de Orsini; y después de cenar, yo lo acompañé. Ya a la puerta, me dijo:“Si me voy a mi casa me van a detener. Lo mejor es que me quede a dormir aquí.”
Y me quedé a dormir en la casa de Orsini. Aquello fue una estupidez, de la que no me arrepiento. Si la policía vigilaba mi casa, porque había en ella un anarquista, mucho más debía vigilar la de Orsini, que era una madriguera. Por la mañana salí a la calle, y no habría andado aún cincuenta pasos cuando se me acercó un policía y me detuvo…”.
Es deportado por aplicación de la Ley de Residencia el 30 de noviembre de 1902 en el barco Reina María Cristina, junto con ocho compañeros de ideas, entre ellos Adrián Troitiño.
El barco llegó a Barcelona en la mañana del 21 de diciembre de 1902. Los deportados fueron recibidos y detenidos por la policía, siendo interrogados y fotografiados de frente y perfil. Para atenuar las penas, algunos se declararon socialistas o apenas simpatizantes del anarquismo. Camba manifestó ser «anarquista solamente teórico» (La Veu de Catalunya nº 1407, Barcelona, 22/12/1902, p. 3). Una vez interrogados y fotografiados, algunos de los detenidos fueron puestos en libertad, mientras que otros fueron enviados a sus ciudades de nacimiento para cumplir con el servicio militar.
Escoltado por la Guardia Civil, Camba debió cruzar el territorio español rumbo a La Coruña, Galicia. Las vicisitudes del destierro y del encarcelamiento en Barcelona son seguidas por toda la prensa, no sólo la anarquista.
Finalmente, el 11 de enero de 1903 fue puesto en libertad, pasando a vivir durante un semestre con su familia en Vilanova de Arosa. Poco después se instala en Madrid para participar de la redacción de Tierra y Libertad, que Federico Urales (Juan Montseny) y Soledad Gustavo (Teresa Mañé) habían convertido por entonces en diario. Editaban, asimismo, La Revista Blanca (1898-1905), donde también colabora Camba. Enseguida después de concluida la experiencia del diario, lanza con Antonio Apolo el semanario El Rebelde (1903-1905), recibiendo innumerables denuncias por “delito de imprenta”. En 1905, concluida la experiencia de El Rebelde, lanzó La anarquía literaria.
A partir de entonces, comienza a colaborar de modo profesional en la gran prensa comercial, alejándose paulatinamente del ideario anarquista. En 1905 es enviado a Constantinopla por La Correspondencia de España, primera de sus muchas corresponsalías (Francia, Inglaterra, Alemania, etc.). En su libro Leyendas de humildad (Montevideo, 1904) reúne buena parte de sus colaboraciones en la prensa libertaria.
En 1908, cuando publica Asuntos Contemporáneos, ya había abandonado las filas anarquistas. Desde 1916 colaboró, hasta su muerte, en el ABC de Madrid. La Guerra Civil Española lo sorprendió en Londres, retornando a España en 1939, cuando ya hacía tiempo que se había distanciado del anarquismo para consagrarse al periodismo y a la literatura humorística.
En el folleto «El destierro» (1907) y otros textos autobiográficos dejó crónicas muy vívidas de sus experiencias en el anarquismo argentino.
Obra
- Leyendas de humildad, Montevideo, Maximino García, 1904.
- “El destierro. Memorias de Julio Camba”, en El cuento semanal n° 43, Madrid, 1907.
- Alemania. Impresiones de un español, Madrid, Renacimiento, 1916.
- Londres. Impresiones de un español, Madrid, Renacimiento, 1916.
- Playas, ciudades y montañas, Madrid, Renacimiento, 1916.
- Un año en el otro mundo, Madrid, Renacimiento, 1917.
- La rana viajera, Madrid, Calpe, 1920.
- Aventuras de una peseta, Madrid, Calpe, 1923.
- “El matrimonio Restrepo”, en La Novela de Hoy, Madrid, 1924.
- Sobre casi nada, Madrid, Espasa-Calpe, 1928.
- Sobre casi todo, Madrid, Espasa-Calpe, 1928.
- La casa de Lúculo o El arte de bien comer, Madrid, CIAP, 1929.
- La ciudad automática, Madrid, Espasa-Calpe, 1932.
- Haciendo de República, Madrid, Espasa-Calpe, 1934.
- Esto, lo otro y lo de más allá, Madrid, Plus Ultra, 1945.
- Etc., etc., Madrid, Plus Ultra, 1945.
- Un año en el otro mundo, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947.
- Mis páginas mejores, Madrid, Gredos, 1956.
- Ni fuh, ni fah, Madrid, Taurus, 1957.
- Millones al horno, Madrid, Espasa-Calpe, 1958;
- (ed. de James Shearer) Países, gentes y cosas, New York, Holt, Rinehart and Winston, 1962.
- Hay una edición de sus Obras Completas, Madrid, Plus Ultra, 1948, 2 vols.
- Sus escritos anarquistas están recopilados en: Julio Camba, «¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! Los escritos de la anarquía (1901-1907), Logroño, Pepitas de Calabaza, 2014, ed., pról. y notas de Julián Lacalle.
Cómo citar esta entrada: Tarcus, Horacio (2021), “Camba, Julio”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org