MASSERA, José Luis (Génova, Italia, 08/06/1915 – Montevideo, Uruguay, 09/09/2002).
Ingeniero y matemático de reconocimiento internacional, con varios artículos académicos de gran influencia en su disciplina y al mismo tiempo dirigente de primer nivel del Partido Comunista del Uruguay (PCU), con abundante producción escrita sobre diversos temas político-ideológicos.
Massera provenía de una familia burguesa de Montevideo de cierto refinamiento cultural. Hijo de Ema Lerena Joanicó y José Pedro Massera, filósofo y senador del Partido Colorado entre 1927 y 1933.
Se ha reconocido frecuentemente la precocidad y certeza de la vocación de Massera por las matemáticas en un país entonces prácticamente yermo de tradición científica. Él mismo contó más de una vez sus comienzos solitarios, tratando de aprender en diccionarios y manuales adquiridos en los frecuentes viajes a Europa de su familia los conocimientos básicos de una disciplina que casi no se enseñaba a nivel formal más allá de los niveles más básicos. Su augural encuentro con el grupo de autodidactas que lideraba Rafael Laguardia, sus estudios de ingeniería y los aprendizajes más o menos sistemáticos en el marco de las redes de científicos exiliados en Buenos Aires, como Beppo Levi y Julio Rey Pastor, forman también parte de la historia heroica de los inicios de las ciencias básicas en Uruguay en los años treinta.
En 1941, dos años antes de recibirse de ingeniero, pero ya afirmado en su carrera científica, Massera se había afiliado al Partido Comunista del Uruguay (PCU). Fue una decisión calibrada junto a su entonces esposa, Carmen Garayalde, como reacción a la derrota de las fuerzas republicanas en España y al avance del nazismo y el fascismo, acontecimientos europeos que tanto repercutieron en la realidad local. Ella provenía de una familia de similares características socio-culturales a las de Massera y ambos encontraron en los espacios de militancia comunista una alternativa al medio social de origen que consideraban opresivo pero que, por las inclinaciones marcadamente liberales y democráticas de sus padres, fue seguramente también propiciatorio de sus derivas a la izquierda.
Con menos de treinta años, Massera fue pionero de los estudios matemáticos en el país y fundador de una escuela sólida de esa disciplina en un medio casi sin tradición científica. La exitosa creación del Instituto de Matemática y Estadística en la Facultad de Ingeniería en 1942, también con Laguardia, y la fundación de la Asociación Uruguaya para el Progreso de la Ciencia en 1948, junto a un grupo de destacados científicos de diversas disciplinas, pueden verse ya como una etapa más avanzada del proceso de institucionalización de la ciencia en la región de acuerdo a estándares internacionales. Massera fue siempre consciente de las dificultades que su opción política podía acarrear para la consagración de su vocación científica. En 1944, apenas inició las gestiones para estudiar en Estados Unidos, donde estaban los matemáticos con quienes quería relacionarse, le aclaró al funcionario de la Fundación Rockefeller que no pensaba, “bajo ninguna circunstancia”, abandonar sus “actividades sociales de carácter no científico” porque consideraba “monstruoso” no colaborar “como ciudadano en las luchas democráticas”. La referencia concreta parecía ser a su condición de Secretario General de la Acción Antinazi de Ayuda a los Pueblos Libres, integrante de la red de organizaciones impulsadas desde la Unión Soviética como parte de su política de alianzas durante la Segunda Guerra Mundial. Al año siguiente, como también supieron sus financiadores estadounidenses, Massera fue elegido miembro del Comité Nacional del PCU (del que era, además, Secretario de Educación y Propaganda, según remarcó el anuncio de su viaje en Justicia, el diario oficial del partido) (recorte sin fecha del diario Justicia, AGU, Archivo Massera, Caja 26).
En 1947 y 1948, a poco de pasar los treinta y ya miembro del Comité Nacional del PCU, viajó a Estados Unidos con una beca de la Fundación Rockefeller que le permitió conocer a los matemáticos más destacados de la época y familiarizarse con algunas de las instituciones científicas más reconocidas a nivel mundial. En esa misma etapa publicó algunos de sus trabajos matemáticos más importantes en revistas académicas de Estados Unidos. En las décadas siguientes construyó su reputación académica en sentido estricto al margen de esos canales de prestigio asociados al mundo comunista. Sus redes de contactos profesionales fueron diversas y no estuvieron exclusivamente marcadas por sus adhesiones político-ideológicas. La política y la ciencia corrían, para el matemático uruguayo, por carriles separados, pero no puede entenderse como un divorcio entre esas dos facetas de la actuación de Massera. Por el contrario, una serie de alocuciones para diversos fines y públicos muestra su preocupación por poner en diálogo esos dos aspectos y por compatibilizar sus reflexiones con el marxismo-leninismo que, también con sus inflexiones, emanaba de la Unión Soviética. Se puede así reconstruir su pensamiento sobre el desarrollo científico-tecnológico en diferentes sistemas sociales, sobre el papel político de las universidades, sobre la importancia de la investigación y el conocimiento y sobre la parte que les cabía a los intelectuales y a los sectores medios como aliados de la clase obrera en el proceso revolucionario.
Aunque debieron afrontar varias objeciones del Departamento de Estado, los antecedentes políticos de Massera no desanimaron a sus impulsores más directos en la Fundación Rockefeller y en diversos centros académicos, empeñados, como estaban, en detectar a las jóvenes promesas de las matemáticas en América Latina y Europa para hacer de Estados Unidos el centro de difusión de esa disciplina a nivel global. Entre los restos de las alianzas de la guerra y los estertores de las políticas de buena vecindad, Massera pudo aprovechar, sin renunciar a su fe comunista, esos años de intercambios fructíferos entre lo que pronto fueron los bandos enfrentados de la Guerra Fría. A comienzos de 1947 estudió con los emigrados europeos Gabor Szego, George Pólya y Hans Rademacher en la Universidad de Stanford, para trasladarse luego a las universidades de Nueva York y Princeton, donde mantuvo hasta mediados de 1948 ricos vínculos académicos con los también emigrados Kurt Friedrichs, Emile Artin, Richard Courant, Solomon Lefchetz, Witold Hurewics y Eberhard Hopf. Como pronto percibieron los mentores y el mentado, fue una etapa fermental de su formación y de lo entonces meditado surgieron sus primeros artículos influyentes sobre “estabilidad de las ecuaciones diferenciales”, rápidamente publicados en importantes revistas estadounidenses como Annals of Mathematics y Duke Mathematical Journal, y nacieron las líneas de trabajo que desarrolló en los próximos lustros.
Por otra parte, Massera se interesó por la política y la sociedad de Estados Unidos y tuvo frecuentes contactos con comunistas y otros izquierdistas de ese país, aunque sin repercusiones que alertaran mayormente a los agentes del FBI que lo vigilaban. Las cartas que con intensa frecuencia enviaba a su esposa Carmen están llenas de observaciones agudas sobre la sociedad de masas y las dificultades del pensamiento crítico y la acción opositora en una de las potencias ganadoras de la guerra.
En los años posteriores a su estadía en el norte, el uruguayo tuvo el interesante papel de seguir vinculando a quienes hacían matemática en ambos bloques de la Guerra Fría. Era conocido y respetado por los científicos de Estados Unidos, donde había estudiado, y también por los de la Unión Soviética, donde tenía la confianza política de ciertos cuadros dirigentes, además de manejar con fluidez el inglés y entender el ruso, entre otros varios idiomas. Por esos atributos y méritos harto infrecuentes fue convocado repetidamente a realizar reseñas y evaluaciones de trabajos de diversos autores del campo socialista en revistas estadounidenses (sus editores lo consideraban “el más competente fuera de la URSS” en ciertos temas, tal como lo deja ver la carta de Solomon Lefschetz a J. L. Massera desde Nueva Jersey en 1949), tuvo la oportunidad de que aparecieran algunos de sus más importantes resultados en publicaciones soviéticas y viajó a conferencias y encuentros científicos en el campo socialista.
A su vuelta al sur, Massera se propuso también promover el desarrollo de su disciplina a nivel regional, con frecuentes colaboraciones con colegas de Argentina y Brasil, fundamentalmente, y afianzar los lazos de la incipiente escuela matemática uruguaya con sus pares del mundo. Al mismo tiempo, Montevideo logró convertirse en un polo de atracción para estudiosos de diversas procedencias que buscaban contribuir a la difusión de sus ramas de especialización y solían apoyarse en los subsidios de varios organismos internacionales dedicados a fortalecer esas redes. A pesar de dedicarse a una rama de las matemáticas con antecedentes en Rusia y continuadores en la Unión Soviética, sus colaboraciones con los colegas de ese y otros países socialistas no fueron definitorias en su carrera. Su principal guía en esta materia fue siempre la excelencia académica. Esa brújula lo llevó tempranamente a Estados Unidos para dirigirlo después, en combinación con sus preocupaciones por el desarrollo de la ciencia en países dependientes, a quedarse en Uruguay y relacionarse con matemáticos de la región para fortalecer la investigación y la enseñanza de la disciplina. Esas decisiones, junto con su innegable talento, posibilitaron la creación y consolidación de una escuela matemática potente en un país casi sin tradición científica. Se unió para ello con otros destacados universitarios de la época: con Laguardia en la fundación del Instituto de Matemática y Estadística, con Ricaldoni y Maggiolo para la renovación de la Facultad de Ingeniería, con ellos tres y muchos más en la Asociación Uruguaya para el Progreso de la Ciencia, entre los que se cuentan científicos como Clemente Estable, Rodolfo Tálice y Félix Cernuschi. En esos mismos años en que forjó su reconocimiento internacional, el matemático fue protagonista de la renovación de su partido.
Hacia mediados de siglo, mientras continuaba una exitosa carrera académica desde Uruguay, Massera tuvo un papel clave en la destitución de parte de la vieja dirigencia comunista y el inicio de un proceso de renovación de la estrategia y forma de funcionamiento del PCU. Se ocupó en esa etapa (y por largos años) de conducir las actividades de lucha por “por la paz”, centrales a la política exterior soviética del momento, y de planificar y supervisar las tareas de educación partidaria, de capital importancia a medida que se empezó a captar a cientos y miles de nuevos militantes.
A partir de 1955 se dio un proceso de cambio profundo en la dirección y muchas de las orientaciones del Partido Comunista Uruguayo (PCU), se trató fundamentalmente de una crítica de base “moral” a las modalidades sectarias y extremadamente autoritarias del período anterior llevada adelante por parte de la misma cúpula partidaria que Massera integraba (G. Leibner, 2010, p. 146). De todos modos, no queda duda de que su papel, junto al del nuevo Secretario General, Rodney Arismendi (que también era miembro de la vieja dirigencia), fue clave no sólo para poner fin a ciertas prácticas sino también para reorientar políticamente a los comunistas uruguayos en un ambiente internacional ahora más favorable a esos procesos de renovación. Gracias al viraje de 1955, el PCU demostró en las décadas siguientes un importante grado de autonomía y creatividad que, sin apartarlo de la órbita soviética y sus lineamientos ideológicos, lo convirtieron en una fuerza política mucho más gravitante que la mayoría de sus pares de la región en la misma etapa.
Gran parte de esta capacidad de iniciativa y adaptación del PCU tuvo que ver con la labor de Arismendi y Massera en el plano doctrinario y sus esfuerzos por promover una nueva actitud hacia los intelectuales como parte de una amplia política de alianzas, luego de un período de marcada desconfianza que abrevaba en las políticas soviéticas del período stalinista y las purgas conducidas bajo las directivas de Andrei Zhdanov. La tarea oficial de Massera, como en la etapa anterior, era dirigir lo que en el partido se llamaba “lucha por la paz”, central para la política exterior soviética de “coexistencia pacífica” entre países de diferentes sistemas sociales. En esa doble función, y siempre en acuerdo con el secretario general del PCU, Rodney Arismendi, puso los temas relativos al papel de los intelectuales en el proceso revolucionario como eje de sus preocupaciones, revirtiendo la anterior posición anti-intelectualista del PCU para considerarlos aliados claves del proletariado en esa etapa de “acumulación de fuerzas” de la revolución en Uruguay. Por otro lado, se fue afianzando en esos años la imagen de Massera como “un sabio”, que a un tiempo se nutría de y reforzaba la valoración de los intelectuales que caracterizó a los comunistas uruguayos en todo este período (y que podía, dicho sea de paso, trazar sus orígenes en el leninismo).
En los sesenta, con la radicalización que acompañó la percepción de una crisis sin precedentes en el país, la actividad política fue ganando la jornada. En 1962 fue electo diputado por su partido. Mantuvo la banca hasta 1972. Luego del golpe de Estado de 1973, pasó a ocupar posiciones cada vez más importantes en el PCU en la clandestinidad. Cayó preso en octubre de 1975, al comenzar la embestida represiva contra los comunistas, y recién recuperó la libertad en 1984, reintegrándose de forma plena a la actividad política y contribuyendo también de modo esencial a la reconstrucción de la vida académica tan diezmada por la dictadura.
El grueso de la reflexión de Massera sobre estos temas apareció en materiales partidarios como Estudios, la revista teórica fundada en 1956 como parte de la reformulación del PCU. Esos escritos revelan claramente su protagonismo en la revalorización de los intelectuales en la nueva etapa, derivado en alguna medida de modo natural de su prestigio científico y destacada inserción académica. Sus primeras formulaciones al respecto señalaban a la “intelectualidad avanzada” como la “vanguardia de la pequeña burguesía” y, por ende, “el aliado más importante del proletariado” luego de los campesinos.
Apartándose en seguida del mecanicismo extremo tan extendido en el campo comunista, asignaba a los intelectuales la necesaria tarea de crear “una nueva cultura” que pudiera convertirse en “un arma fundamental de la revolución política”. En este sentido, Massera alertaba sobre el peligro simultáneo de las “ideas proletarizantes” que derivaban en el “menosprecio del papel de los intelectuales” y de las “concepciones intelectualizantes” que resultaban en un “paternalismo intelectual sobre los trabajadores”.
La preocupación por el papel específico de ese sector se manifestó primero que nada en la interna del PCU donde cinco años después de la fundación de Estudios se creó el Centro de Estudios Sociales, un ámbito que, bajo la dirección de Massera, promovió el análisis y el debate de diversos temas de la realidad nacional. Estas herramientas buscaban extender entre los militantes comunistas la capacidad de polemizar con los grupos que empezaban a disputar desde la izquierda con su poder de convocatoria. En la misma línea, Massera planteó y supervisó entonces los cursos de diferentes niveles por los que pasaron miles de los viejos y nuevos miembros del partido en una etapa de gran crecimiento cuantitativo. La insistencia en “vincular a la vida” la teoría marxista-leninista y en que los alumnos pensaran “con la propia cabeza” muestra la veta docente. Se trataba, repetía, de “perder el miedo al estudio” y de lograr “que cada afiliado se sienta incómodo si no ha dedicado en la semana aunque sea un par de horas al estudio”, tratando de combatir de ese modo la falta de posibilidades de los sectores populares, propia del sistema de dominación capitalista aun en un país, como Uruguay, con altos porcentajes de alfabetización y acceso a la educación formal. En los hechos, es claro que el ascendiente intelectual e ideológico de Massera era funcional a la estrategia de un partido que no dudaba en afirmar la necesidad de “elevar a las masas” para que estuvieran “a la altura” de las luchas políticas y de los grandes cambios que se creían inminentes. A partir de esas y otras iniciativas de educación política, como ciclos de radio y su posterior Manual para entender quién vacía el sobre de la quincena (1973), “el ingeniero”, como muchos le decían, se reveló como “un verdadero sabio”, para usar palabras de Arismendi que evidencian, precisamente, ese proceso de consolidación del prestigio intelectual en los ámbitos partidarios.
La mayor parte de sus reflexiones sobre la relación entre intelectual y político se encuentra en materiales partidarios y en ellos predomina, al igual que en muchas de sus intervenciones en el parlamento, la jerga ideológica en boga en la época, aunque siempre con un esfuerzo por pensar particularidades locales, empresa e interés que compartió con Rodney Arismendi luego del proceso de renovación que ambos condujeron en los años cincuenta. Otros textos derivan de su participación en diferentes instancias de discusión sobre la actualización de la actividad académica en Uruguay. Están formulados en términos técnicos y refieren a las cuestiones concretas de crear institucionalidad científica en un país (y una región) casi sin tradición al respecto, poniendo a Massera en el grupo reducido de intelectuales que trató de modificar el rumbo y la estructura de la Universidad de la República (Udelar) entre los años cuarenta y el golpe de Estado de 1973.
En los años sesenta, Massera siguió acrecentando su prestigio científico (su libro matemático más importante, Linear Differential Equations and Function Spaces, en coautoría con Juan Jorge Schaffer, fue publicado en 1966) y fortaleciendo su compromiso político (asumió la banca de diputado primero en 1963 y nuevamente 1967). Al afianzarse como una figura que trascendía tanto los espacios académicos como los ambientes partidarios, se fue convirtiendo en una autoridad en todo lo relativo a la educación y la cultura para amplios sectores de izquierda y los movimientos sociales. Fue activo en el planteamiento de los problemas del sistema educativo en el parlamento y no dudaba en opinar públicamente sobre diversos asuntos que parecían relativamente alejados de sus intereses inmediatos pero de alguna manera caían en la órbita de sus preocupaciones. Así, por ejemplo, presentó un trabajo en un evento sobre Machiavelo celebrado en la Facultad de Humanidades y Ciencias en 1969 y un año más tarde envió sus opiniones sobre didáctica de la geometría a Revista de la Educación del Pueblo, editada por educadores cercanos al PCU, por citar un par de ejemplos. Un intelectual como Massera en el aparato del PCU no puede asimilarse fácilmente a trayectorias que se suelen tomar como paradigmáticas del “intelectual comunista” en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Aunque en esos años Massera fue renunciando a sus principales posiciones académicas en aras de una dedicación más completa a la acción política y parlamentaria, sus vínculos con la comunidad educativa y especialmente con la Universidad de la República no se cortaron totalmente. Mantuvo el dictado de algunos cursos en la Facultad de Ingeniería y siguió colaborando con ciertos espacios de discusión y comisiones de trabajo. Además, recibió en 1967 el título de “profesor emérito” de la Facultad de Humanidades y Ciencias en reconocimiento a sus múltiples aportes a esa institución. En esa ocasión, diputados de todas las tiendas lo alabaron por sus méritos científicos, mientras Luis Pedro Bonavita, representante de la coalición que integraba el PCU, expresó con claridad la concepción que argumentaba la singularidad y hasta la superioridad de quienes se dedicaban a tareas intelectuales y los encomiaba doblemente por su entrega militante:
Massera, si no fuera quien es, podría él también permanecer más allá, en la cumbre de la ciencia, en una especie de torre de marfil o de castillo consagrado pura y exclusivamente a su disciplina, alejado de la sociedad y del pueblo, en medio del cual vive. Sin embargo, Massera desciende desde allá, se funde en el pueblo que integra, convive con sus afanes, participa de sus esperanzas, se solidariza con sus dolores. Es un hombre cabal, y un hombre cabal es un revolucionario
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, Tomo 580, 17 de mayo de 1967, pp. 304-305, citado en M. Bruno y N. Duffau, op. cit., p. 190.
Para Massera (como para Arismendi) era central entender de “modo científico”, como gustaban afirmar en sintonía con el marxismo-leninismo de esos años, el carácter revolucionario de la época histórica del “tránsito del capitalismo al socialismo”. Le dedicaron, por tanto, cientos de páginas y decenas de discursos e intervenciones públicas en las que la referencia teórica preferida era, por supuesto, Lenin. Massera se abocó especialmente a reflexionar sobre la universidad como institución del conocimiento y su papel en los conflictos sociales contemporáneos, así como sobre la participación de los universitarios en el proceso revolucionario, fundamentalmente en la lucha ideológica.
El pensamiento de Massera sobre estos temas, quizás no demasiado renovador en el plano teórico, tuvo, sin embargo, un gran impacto político en la definición de la línea de acción de los comunistas en la Universidad de la República, donde adquirieron, desde comienzos de los sesenta, un peso relativamente importante en los gremios y en los órganos de cogobierno (en gran parte sostenido en figuras prestigiantes en lo científico como el propio Massera). Más allá de las posibles restricciones ideológicas de su encare, es claro que su conocimiento profundo de la vida académica le permitió a Massera articular una reflexión estratégica sobre las características únicas de la Universidad en los conflictos sociales del capitalismo dependiente uruguayo. La principal consecuencia en términos de política universitaria fue el apoyo a ciertos procesos de reforma para “asegurar las mejores condiciones para desenvolver el ser-político, no simplemente el ser-técnico” de la institución sin por eso postergar los avances en materia científica y la modificación de las estructuras académicas y los planes de estudio.
Estas posiciones sobre los objetivos y funciones de la Udelar lo fueron acercando a otros académicos de muy diversas posiciones políticas, orígenes ideológicos e intereses científicos, especialmente en la Facultad de Ingeniería. Massera se involucró tempranamente en el combate contra la orientación “profesionalista” que predominó hasta los años sesenta en esa facultad, como en casi todo el resto de la Udelar, gracias a la influencia de un grupo de ingenieros-empresarios que promovía la formación y el ejercicio profesional con fines puramente económicos y en respuesta a las demandas del mercado. En contra de esa tendencia dominante se fue conformando otro bloque donde confluyeron, ya en los años cuarenta, Massera y Laguardia, matemáticos de extracción izquierdista, con ingenieros como Óscar Maggiolo y Julio Ricaldoni, provenientes de los sectores progresistas del Partido Colorado.
Massera tuvo participación destacada en varios acontecimientos claves que mostraron su voluntad de sumarse a la transformación universitaria, aunque no integró los principales ámbitos del cogobierno (fue claustrista de Humanidades pero no miembro de los consejos de las facultades ni del Consejo Directivo Central), su opinión fue requerida en diversas instancias de debate sobre el rumbo de la Udelar y realizó importantes aportes al proceso de afianzamiento de la institucionalidad científica en el país. En los años sesenta, estos posicionamientos lo alejaron de quienes, dentro de izquierda, pensaban a la Universidad básicamente como un campo de reclutamiento de sectores radicalizados, en detrimento muchas veces hasta de su marco normativo (otra dimensión de la despreciada “legalidad burguesa”) y lo acercaron a quienes la veían un espacio de lucha específico, con sus lógicas y necesidades no reductibles a la política (en el plano de las anécdotas, esto puede ejemplificarse en las reiteradas referencias a Massera como duro evaluador de sus “camaradas” y acérrimo defensor de la calidad académica de personas que no eran de izquierda) (Ver por ejemplo las declaraciones de Jorge Lewowicz citadas en M. Bruno y N. Duffau, op. cit., p. 189, y R. Markarian, “Las ecuaciones diferenciales están de duelo”, Brecha, Montevideo, 20 de setiembre de 2002). En este segundo grupo figuraban de modo prominente los comunistas, algunos grupos de izquierdistas independientes y personas provenientes de los partidos tradicionales (como Maggiolo y Ricaldoni) que, en su mayor parte, terminaron adhiriendo a la coalición de izquierda Frente Amplio en 1971.
En base a esas articulaciones Massera se integró al grupo de universitarios que intentó actualizar la Universidad de la República en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado y que, sin demasiadas prevenciones, podemos llamar “generación reformista”. Desde el parlamento, Massera se convirtió en un eficaz portavoz de ese grupo al plantear las necesidades presupuestales de la Udelar y defenderla de los ataques del gobierno y otros actores políticos que a veces lo tocaron personalmente. Sin embargo, esta división de aguas no alcanza para entender los comportamientos de ese conjunto de intelectuales que, a pesar de sus grandes áreas de coincidencia, tuvo también divergencias relativas a la problemática específica de la actividad académica.
En suma, la trayectoria de Massera aporta diversidad a nuestra comprensión de qué podía querer decir ser “intelectual” y “comunista” en tiempos de Guerra Fría. En muchos casos, a no dudarlo, esto significaba aprovechar públicos locales y redes internacionales, apoyar causas de dudosas virtudes, someterse a directivas ideológicas, callarse ciertas opiniones o poner la creatividad y la inteligencia al servicio de objetivos que se creían por encima de toda sospecha y posibilidad de crítica. En el caso de Massera, como en el de tantos otros, sin negar sus silencios o cegueras frente al admirado “socialismo real”, es claro que lo medular de su recorrido apunta a un esfuerzo de convergencia y coherencia entre sus dos pasiones: la ciencia y la política. Sin ánimo de simplificar demasiado, pero sin ocultar tampoco la admiración que despierta una vida tan rica en desafíos y realizaciones, quizás lo mejor sea terminar con su propia explicación al repasar, desde la vejez, las décadas pasadas:
Desde mi más temprana juventud, he tratado de articular dos aspectos que a menudo se consideran incompatibles, cuando no antagónicos. Por un lado, el estudio de conceptos científicos, a veces muy generales y abstractos, de modo que ellos resulten aplicables, debido a su propia generalidad, a vastas zonas de conocimientos. Por otra parte, siempre me sentí moralmente comprometido a tomar parte en muchos de los sucesos que en el siglo XX han conmovido con tanta hondura a las sociedades humanas de diversas geografías, las sometían a dolorosas pruebas o, a veces, las llevaban a conquistar importantes avances de bienestar o justicia social. Por mucho que ese compromiso estuviera sujeto a inevitables limitaciones y errores, nunca pude concebir mi existencia egoístamente ajena a estos sufrimientos y alegrías y rehuir mi aporte personal a lo que creía más acorde con la verdad y la justicia (.L. Massera al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Puebla, México, 1985, AGU, Archivo Massera, Caja 6).
Obra
Científica:
- Artículos científicos en revistas especializadas como Annals of Mathematics y Duke Mathematical
Journal:
- “Las ciencias exactas en la URSS”, en Instituto Cultural Uruguayo-Soviético, Montevideo, ICUS, 1949.
- (co autoría con Juan Jorge Schaffer), Linear Differential Equations and Function Spaces, Nueva York y Londres, Academic Press, 1966.
- “Ponencia sobre Machiavelo”, Facultad de Humanidades y Ciencias, en 1969 y un año más tarde envió sus opiniones sobre didáctica de la geometría a Revista de la Educación del Pueblo, editada por educadores cercanos al PCU, por citar un par de ejemplos.
Política:
- “Disertación en la Asociación Uruguaya para el Progreso de la Ciencia”, Montevideo, 18 de noviembre de 1947, AGU, Archivo Laguardia, Caja 52.
- “El papel de los intelectuales en la lucha revolucionaria”, Justicia, Montevideo, 2 de setiembre de 1955.
- “Algunas consideraciones sobre reestructuración de la Universidad”, Repartido de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad de la República, Montevideo, 4 de junio de 1958, en AGU, Archivo Laguardia, Caja 48.
- “El partido de la cultura”, El Popular, Montevideo, 9 de octubre de 1958.
- La educación ideológica de los comunistas, Montevideo, Editorial del PCU, 1961.
- “En torno a los problemas de la instrucción pública, la cultura y la ciencia”, Estudios 13, Montevideo, mayo de 1962, pp. 132-142.
- “A propósito de las dos geometrías”, Revista de la Educación del Pueblo 10, Montevideo, 1970.
- Ciencia, educación y revolución, Montevideo, Ediciones Pueblos Unidos, 1970, pp. 66-67.
- “La Universidad y la Revolución”, Estudios 54, Montevideo, enero-febrero de 1970, p. 14.
- Ciencia, educación y revolución, Montevideo, Ediciones Pueblos Unidos, 1970.
- Manual para entender quién vacía el sobre de la quincena (1973) .
Cómo citar esta entrada: Markarian, Vania (2020), “Massera, José Luis”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org