MONTOYA NOVA, Juan Segundo (Seudónimo: “Negro Montoya”, “Arauco Indomable”) (Minas Plegarias, Chile, 24/06/1899 – Talca, Chile, 07/03/1988).
Destacado y multifacético anarquista, anarcosindicalista, naturista libertario, trofólogo, iriólogo, imprentero, poeta, propagandista, organizador e intelectual obrero chileno oriundo del Golfo de Arauco.
Primogénito de Juan Montoya, mayordomo carbonífero, y Sara Nova, dueña de casa, quienes además eran padres de Alejandro, María Encarnación, Celmira (1909-1997), María del Carmen (1907-1988) y Florentino. Los dos últimos hijos del matrimonio profesarían años más tarde en la ciudad de Osorno, al igual que su hermano mayor, las mismas ideas políticas, sindicales y naturistas.
La estabilidad laboral de Juan Montoya en su calidad de mayordomo de la Compañía Carbonífera de Plegarias, permitió que su familia no sólo tuviese “privilegios habitacionales” (en un contexto de pobreza generalizada) que influyeron en sus condiciones materiales de existencia, sino también, que su primogénito, Juan Segundo, y sus otros hijos, asistieran a una pequeña escuela de la localidad de Minas Plegarias y se educaran algunos años, a diferencia de otros niños que comenzaban a desempeñarse en los laboreos mineros a tempranas edades. Pese a lo anterior, asistió sólo un lustro a una “escuelita primaria” (1904-1908), ya que tuvo que “enrolarse” como apir (trabajador que transporta minerales en su espalda) en los yacimientos carboníferos dando inicio a su vida laboral a los 16 años de edad, en 1915, situación para nada excepcional en la región y en las grandes urbes del Chile en la transición del siglo XIX al XX. En 1919, a los 20 años de edad contrajo matrimonio con la joven Amelia Espinoza, de 17 años, madre de su primogénita Fresia Candelaria, que nació en 1925 en la ciudad de Coronel.
Montoya al igual que muchos otros (y otras) fue parte de una generación de trabajadores mineros que influenciados por las grandes movilizaciones del año 1920 (la “huelga larga”) comenzaron a politizarse y se impregnaron de la cultura obrera y socialista de comienzos del XX. A la edad de 24 años, dio inicio a sus actividades políticas, sindicales y culturales en el Golfo de Arauco, en los poblados de Minas Plegarias, Curanilahue y Coronel, participando en las movilizaciones sociales de los años 1923-1925 como secretario de diversos comités de huelga de la socialista Federación Obrera de Chile (FOCh). En su calidad de representante obrero desarrolló una profusa actividad en mítines, asambleas y reuniones; gestionó actividades políticas, culturales y sindicales; escribió artículos y manifiestos en la prensa obrera, especialmente en los periódicos La Federación Obrera (Santiago, 1923-1924) y Justicia (Santiago, 1924); y viajó por diversos poblados y ciudades esparciendo los postulados de la organización sindical más allá de las fronteras regionales. En su periplo revolucionario conoció la capital, Santiago, y como delegado obrero se reunió con el presidente Arturo Alessandri Palma en “La Moneda”, quien lo bautizó como “el negro Montoya”. En el golfo de Arauco se nutrió de la cultura obrera y socialista que la “organización madre” (la FOCh) comenzó a desplegar desde 1919 a lo largo del territorio nacional. Fue en ella y su microcosmos social y político específico en el cual Juan Segundo Montoya aprendió que el “socialismo” no sólo era un discurso, sino que para alcanzarlo había que nutrirlo de una práctica política y cultural permanente, cotidiana, educativa y regeneradora. Para Montoya, teoría y praxis iban de la mano, no se podían disociar. Es por eso que tempranamente combatió sin tregua el consumo de alcohol y se “convirtió” al naturismo.
Según sus planteamientos, los revolucionarios antes de iniciar un proceso de transformación social radical debían regenerarse ellos mismos, “abandonando” los hábitos y “vicios burgueses”, ya que la regeneración individual llevaría a la colectiva.
A fines de 1923 y comienzos de 1924, tuvo una activa participación en la III Convención de Chillán de la FOCH, en su calidad de representante del Consejo de Minas Puchoco-Schwager junto a Fidel Rodríguez. En aquel torneo se congregaron los representantes de los consejos obreros de la organización a nivel nacional, incluidos Luis Emilio Recabarren, Víctor Cruz y Juan Brown. En aquel importante encuentro se dirimieron los destinos de la organización en función de la ratificación de su programa y estatutos. Además, se debatió en torno a la incorporación (efectiva) de la FOCh a la Internacional Sindical Roja (ISR), ya que en la anterior convención (1921), sólo se había adherido “informalmente” a ella.
Paralelamente se inmiscuyó en los conflictos huelguísticos que se suscitaron en el Golfo de Arauco y criticó a través de las páginas de La Federación Obrera la implementación de los Departamentos de Bienestar Social (en 1924), lo que le valió hostigamientos de las compañías carboníferas de la región y la encarcelación por parte de las autoridades locales, que lo inculparon junto a otros fochistas (entre otros el destacado fochista Fidel Rodríguez) de un atentado dinamitero. Una vez en libertad, después de una reclusión de casi seis meses en la cárcel (fines de enero-julio) en la ciudad de Coronel, reapareció en 1925 en la ciudad de Concepción actuando como miembro activo de la Industrial Workers of the Word (IWW) fundada en 1919, luego de ser suspendida su militancia en la FOCh producto de discrepancias con dirigentes de la región. En la ciudad de Concepción, siguió un curso por correspondencia, destacándose como un “alumno distinguido” en Trofología y Trofoterapia de la Escuela Naturista de Torrente (Valencia), de España, dirigida por José Castro. Al igual que su amigo Wenceslao Canales Andrade, oriundo de Osorno, sus primeros acercamientos al naturismo integral fueron por esta vía, aunque desconocemos como accedieron a él. Después de estudiar vía correspondencia, posteriormente lo hizo, años más tarde (en 1936), de forma presencial en la ciudad de Buenos Aires (Argentina), titulándose como Profesor Naturista del Instituto Latino Americano de Biocultura (La Tercera, Santiago, 22/7/1981).
En noviembre de 1928, y en pleno contexto de la dictadura ibañista, las iniciales inquietudes naturistas de Juan Segundo Montoya se materializaron. Fundó junto a otros cultores penquistas de la trofología el Centro Naturista de Concepción, asumiendo como su Secretario General. Dicha organización tuvo como finalidad difundir los principios de la “vida sana” y, en particular, Juan Segundo Montoya dio inicio a una activa campaña, personal en pro de la “revolución integral” de los individuos. También, desde aquellos años comenzó a colaborar en las páginas de la revista Natura (Santiago, 1929-1931), órgano de la Sociedad Naturista de Chile.
En tanto militante de la IWW, Juan Segundo Montoya se inmiscuyó en las luchas sociales que los anarcosindicalistas penquistas enarbolaron durante el período 1925-1929, entre las que destacan: 1) El movimiento de arrendatarios local. 2) Las manifestaciones en pro de la abolición de la legislación laboral (en especial la Ley 4.054). 3) Las reivindicaciones femeninas. Y por último, en 4) Las expresiones de solidaridad por la libertad de los anarquistas italianos en EE.UU, Sacco y Vanzetti. De hecho, desempeñando labores organizativas fue consignado en las páginas de La Voz del Pueblo (LVP, 2/4/1925) como uno de los directores de la Liga de Arrendatarios en Concepción (los otros eran Delfín Tejo, Andrés González, José Sepúlveda, Germán Alarcón, José Campos y Arturo Corbalán). Pero, además, se hacía referencia a la activista Micaela Troncoso, la cual ya contaba con experiencias anteriores en las luchas y reivindicaciones de los sectores populares. Labor que había desplegado con tesón y perseverancia en Coronel en las filas de la Federación Obrera de Chile en conjunto, por lo demás, con el mismo Montoya (La Federación Obrera, Santiago, 18/9/1923). Durante esos años, además, colaboró con artículos en los periódicos La Voz del Pueblo (Concepción, 1925), vocero de la Unión Local de la IWW, y Bandera Roja (Concepción, 1926), en los cuales plasmó sus ideas y pulió su pluma. El periódico Bandera Roja era dirigido por el anarquista Juan Godoy.
La Unión Local de la IWW de Concepción, de la cual fue miembro Juan Segundo Montoya, se abocó en el contexto de las luchas de los arrendatarios en llevar adelante una activa “campaña de ajitación por los barrios obreros” — “donde está la miseria más repugnante”, según señalaron en el periódico Bandera Roja (BR, Concepción, abril de 1925) — con la finalidad de difundir los ideales de “redención social”, es decir, las concibieron como una oportunidad para socializar las ideas y prácticas de la IWW en el marco de una forma de hacer política de carácter prefigurativa.
Fue tal el impulso de la IWW durante estos años en la ciudad de Concepción que un grupo de mujeres fundó la Unión Local Femenina de Propaganda, que contó con la cifra, para nada despreciable, de 56 integrantes en su primer mes de vida. Un dato interesante de consignar es que la secretaria general de la organización era María Espil, la cual será posteriormente la compañera sentimental de Montoya (con la que emigrará a la ciudad de Osorno en 1929) y que en el cargo de directora figuraba Amelia Espinoza, su esposa en ese entonces (LVP, Concepción, 2/4/1925).
Desde su adscripción al movimiento libertario, Juan Segundo Montoya participó en las más importantes organizaciones que animaron el siglo XX en Chile. En la IWW militó desde 1925 hasta 1929, año en que emigró a la ciudad de Osorno tras la instauración, en 1927, de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo y como consecuencia de la represión a la que fue sometido. De hecho, producto de su incansable labor propagandística y cultural sufrió nuevamente la prisión política junto a otros anarquistas (Luis Heredia, Ernesto Miranda Rivas (1911-1978), Pedro Ortúzar, Luis Soza), siendo relegado al campo de concentración de la Isla de Más Afuera en el Archipiélago de Juan Fernández (La Antorcha, Buenos Aires, 1/5/1927).
En libertad, huyó al sur de Chile junto a María Espil (con la que practicaba el “amor libre”) la cual, posteriormente, será la madre de dos de sus hijos: Luis (1932-2014) y Sergio (1936-), que fueron educados en su niñez a partir de los postulados naturistas.
En la ciudad de Osorno fue parte de un grupo que realizó propaganda clandestina contra el régimen autoritario de Ibáñez, aun en el poder, en compañía de los anarquistas Osvaldo Solís Soto (¿1900?-1932), Antolín Moreno Quilodrán (1905-1999), Wenceslao Canales Andrade (1910-2006) y Alfonso Fuica Morán (1898-1973), entre otros y otras. Una vez finalizada la dictadura, en julio de 1931 se desempeñó como el principal organizador de la sección austral de la Confederación General de Trabajadores (CGT) —la Federación Obrera Local de Osorno, FOLO— que nació, a fines de octubre y comienzos del mes de noviembre de ese mismo año, con la finalidad de rearticular al anarcosindicalismo criollo disperso producto de los embates represivos de Ibáñez. Desde su radicación en Osorno, se desempeñó como secretario general de la FOLO, director del periódico Vida Nueva (Osorno, 1934-1942) y fue militante de la Federación Anarquista de Chile (FACh), organización específica que nació en Chile en 1933, homologando a la Federación Anarquista Ibérica (FAI) de España, constituyéndose como un infatigable organizador y propagandista. Propició la creación de un sinnúmero de sindicatos obreros y campesinos, y diversas organizaciones culturales. Inclusive se preocupó por la situación de opresión colonial de los pueblos indígenas locales, mapuche y huilliche.
Desde 1936 solidarizó con los anarquistas españoles de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y a través de la FOLO de la CGT coordinó múltiples actividades político-culturales en la región que tuvieron como objetivo recaudar dineros para la compra de pertrechos y armas en apoyo a la “España leal”. Organizó muestras fotográficas, jornadas de recolección de dineros por las calles, charlas informativas en plazas y locales obreros y onces frugales, entre otras instancias de vida societal.
Sin duda, el periodo en el que Juan Segundo Montoya vivió en Osorno (1929-1942), fue el más productivo en tanto se constituyó no sólo como el director responsable sino también como el principal articulista del periódico Vida Nueva (donde escribe con su nombre de pila y su sedónimo), editado en la ciudad y vocero de la CGT en la zona sur austral. Es durante estos años, además, cuando publicó sus primeros folletos anarcosindicalistas (La organización y la cultura, 1931; Un llamado a los campesinos, 1933; Defendamos las tierras de la región austral, 1938) y libros naturistas (Cocina naturista, 1933). Y en que combatió al “nacismo” criollo, que emergió con fuerza tras el estallido de la II Guerra Mundial en Europa entre los colonos alemanes del sur de Chile. De hecho, en más de una oportunidad fue agredido (física y verbalmente) y el local de la FOLO saqueada por las tropas nacistas.
Mientras tanto en la zona central el anarquismo se replegó en relación al período previo a la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), en el sur, después de ésta (1931-1942), Juan Segundo Montoya y sus compañeros contribuyeron a su revitalización y le dieron nuevos bríos al elaborar una “lectura” anarquista —en clave regionalista— de las problemáticas locales. La desarticulación de las organizaciones sindicales constituidas en el período previo a 1927, permitió que el anarquismo en la ciudad arraigara con inusitada fuerza ya que no tuvo competidores que les hicieran contrapeso dentro del campo revolucionario. También influyó el auge del fascismo local, sus férreos contrincantes. Las agrupaciones creadas por los militantes cegetistas, desde 1931 en adelante, llenaron el vacío que dejó la represión respecto de aquellas organizaciones que apostaban desde los primeros años del siglo XX por ir más allá del mutualismo y los postulados demócratas.
Desde el punto de vista teórico, Montoya, nutriéndose de los clásicos del anarquismo (Kropotkin, Bakunin y Proudhon, en particular) y reivindicándolos en tanto se sentía heredero de ellos, planteaba que para realizar un proceso de transformación “social” revolucionario debía partirse desde lo “individual”. Para Montoya, sólo si los seres humanos se emancipaban individualmente, al mismo tiempo lo haría la sociedad en su conjunto, avanzando a un estadio superior de “perfección”. Es por este motivo que imbricó las propuestas anarquistas con el naturismo libertario, en tanto las primeras permitirían la transformación colectiva, es decir, subvertir el orden social hegemónico que diezmaba a los grupos humanos desposeídos, mientras que el segundo, la “reconversión” y metamorfosis a nivel individual, personal.
En relación al anarquismo, Montoya, planteó que el principal método para alcanzar el socialismo integral (o “socialismo libertario”), es decir, la construcción de una sociedad “comunista” en lo económico y “libertaria” en lo político, social y cultural, era el anarcosindicalismo. Sin embargo, para alcanzar dicho fin, previamente los sujetos debían estar “regenerados” y abolirse las instituciones que permitían la perpetuidad del status quo: el Estado, las religiones y el capitalismo. Según las concepciones anarquistas esta triada “explotadora” era la base que sustentaba el régimen de dominación y la guerra social desatada por los burgueses.
Para Montoya, los principales medios de lucha lo constituían los sindicatos y la propaganda revolucionaria, pero no descartaba la insurrección armada a partir de las propuestas del ruso Mijail Bakunin. Al igual que éste, pensaba que era preciso destruir para construir. Romper con los hábitos, tradiciones e instituciones anacrónicas y caducas. En este sentido, reivindicaba el “odio” y la “destrucción”, y le atribuía un importante rol por su carácter “fecundo”.
Según sus postulados, la lucha institucional a través de partidos políticos (y sus propuestas estadocéntricas) no hacía más que retardar la transformación social en tanto desorientaba a los individuos y desunía a los productores (a través de la “intriga”), ya que la representación anulaba sus capacidades y habilidades poniéndole límites a su libertad y a las instancias de deliberación creadas por éstos.
De este modo, Montoya asumió la militancia revolucionaria como un acto de reconversión cuasi religiosa, una toma de posición, un “despertar” del oscurantismo que inexorablemente llevaría a que otros también lo hicieran.
Es más, el deber del revolucionario era precisamente ese, diseminar las semillas de la anarquía, despertar las conciencias dormidas. Para Montoya, los militantes “donde quiera que vayan, nunca deben ir mano sobre mano y con los bolsillos desocupados […] Hay que llevar siempre folletos, periódicos y manifiestos en los bolsillos con el fin de desparramar la semilla anarquista, a manos llenas por todas partes”. No había que perder ninguna oportunidad para hacer proselitismo político y tensionar el orden vigente.
Según las concepciones de Montoya, sólo el anarquismo y el naturismo permitirían la construcción de un nuevo orden social, “superior”, a través de un proceso revolucionario previo que socavaría las bases del régimen vigente. El ser humano “bueno” y “noble” por naturaleza -en un sentido rousseauniano-, era corrompido por instituciones autoritarias que creaban formas corruptas (y antinaturales) de convivencia. Por ende, había que terminar con ellas, sólo así se podrían enmendar los rumbos.
Desde la década de 1920 y en las filas de la Federación Obrera de Chile, Juan Segundo Montoya había comenzado su propio proceso de reconversión individual que radicaliza a medida que se autoeduca y hace dialogar teoría y práctica. De hecho, buscó siempre la retroalimentación continua entre ambas. Para Montoya los discursos disociados de las prácticas eran sólo “palabrería”, y las prácticas escindidas de la teoría, llevaban a la confusión y la perpetuidad de la dominación en cuanto no había principios “nobles” que las sustentaran. Por esto mismo pensaba que los intelectuales (de “verdad”, “honestos”) debían estar al servicio de la transformación social y no de su perpetuidad. El rol que les atribuía Montoya era principalmente “educativo” ya que debían inculcar “conciencia de clase”.
En esta misma línea, concibe al anarquismo como un sistema abierto de ideas con principios rectores, pero que son moldeables, en especial, a partir de la experimentación, del ensayo y el error. Lo antinatural, para él, es que éstas se estanquen, que no estén en permanente movimiento. Es más, para Montoya el “programa” trazado por los anarquistas debía ser flexible. En la FOCh y en la IWW, Montoya aprende desde “el hacer”, en la práctica, a medida que lee y se nutre al mismo tiempo desde el punto de vista ideológico. Pero no sólo lee, a través de diversas instancias de organización aprende de otros con más experiencia. Es un agudo observador que socializa con sus pares, los escucha, dialoga con ellos, pone en tensión los postulados que pregona. Busca el debate, la confrontación de ideas. Es por este motivo que le atribuye un importante rol a la propaganda, a la diseminación de los postulados libertarios. Para Montoya, todos los oprimidos y explotados por el régimen capitalista debían sacudirse del yugo de la dominación política, económica y cultural mediante la autogestión y la crítica permanente de los pilares que sostienen al sistema de dominación. Es decir, las instituciones que lo reproducen.
Su amplio bagaje cultural nos da cuenta de su individual proceso de autoeducación y de politización. Juan Segundo Montoya se cultiva no sólo intelectualmente (lee poesía, sociología, historia, dramaturgia), sino también desde el punto de vista físico. Según sus concepciones, los portadores de la buena nueva anarquista debían ser sujetos íntegros, sanos y vigorosos. Para tal fin le atribuye un importante rol a la educación en tanto permitiría la emancipación de los prejuicios de diverso tipo, especialmente religiosos y culturales introducidos por la Escuela y las Iglesias. Para él, la Escuela chilena vivía de “espaldas a la realidad y divorciada por completo de las necesidades espirituales de las nuevas generaciones”. En el caso particular de la Escuela en el sur de Chile, Montoya sostenía: “No se pueden poner en práctica sistemas pedagógicos cuando falla el material humano por falta de vitalidad física; no se pueden poner en práctica nuevos métodos educativos en locales ruinosos, estrechos e insalubres, como esos cuartuchos y bodegas indecentes que se conocen en la región austral y que para vergüenza nuestra le llaman escuelas primarias”. La Escuela “proletaria” debía estar ligada a la “lucha de clases”. Para Montoya era preciso sacudirse de la disciplina que inculcaban las podridas instituciones estatales tensionando la educación que, en lo particular, inculcaban los profesores “ganapanes”, pero también la nociva influencia que ejercían tradiciones católicas, como la popular Fiesta de la Candelaria a nivel local. A partir de estas concepciones teóricas, Juan Segundo Montoya propició la creación de una de las secciones más activas de la CGT, la Federación Obrera Local de Osorno, FOLO, fundada en 1931.
Pero así como fue parte de la rearticulación del anarquismo después de la dictadura de Ibáñez, también lo fue de su crisis y descomposición a nivel nacional, coincidente con su migración de la ciudad de Osorno a Talca a inicios de la década de 1940.
Desde el año 1942, comenzó una nueva etapa no sólo en su vida familiar, que se reestructuró por completo unos años más tarde (se separó de María Espil y se emparejó con Alicia Castillo con la que tuvo dos hijos más: Juan Carlos (1956-) y Alba (1958-), sino también, en su militancia revolucionaria. En la ciudad de Talca inició una nueva vida destacando, otra vez, como un infatigable organizador anarquista y propagandista local.
En Talca, Juan Segundo Montoya fue gestor (con el apoyo de otros anarquistas), de dos iniciativas libertarias de trascendencia, en especial, durante la segunda mitad de la década: la Agrupación Pedro Ortúzar, cuyo fin era la capacitación doctrinaria y educativa y la Federación Local de Sindicatos Libres de Talca, que aglutinó a organizaciones locales, muchas de ellas creadas gracias al trabajo propagandístico y organizativo desplegado por Montoya desde su arribo: el Sindicato de Canillitas y Suplementeros, el Sindicato de Comerciantes Ambulantes y Estacionados, el Sindicato de Panificadores y el Sindicato de Molinos Arroceros, entre otros. Paralelamente, y de forma perseverante, siguió difundiendo el naturismo a través de las páginas del periódico Vida Nueva que verá la luz en 1946-1949 y en 1964, su segunda y tercera época, respectivamente. A dichas prácticas sumó la iriología, la cual era parte de la amplia gama de la medicina natural y cuyos defensores afirmaban que los patrones, colores y otras características del iris podían examinarse para determinar la salud sistémica de un paciente.
A propósito de las acciones reorganizativas del anarquismo criollo, en marzo de 1947, Juan Segundo Montoya participó, en compañía de una comisión del Consejo Nacional de la CGT (de la ciudad de Santiago), en la constitución de la Federación Obrera Local de Curicó, la primera que se conformó en pos de la reestructuración confederal. En efecto, este proceso partió en las ciudades de Curicó, San Antonio, Santiago, Concepción y Talcahuano.
A pesar de seguir pregonando las mismas causas de décadas anteriores, comenzó a introducir nuevas temáticas en el periódico Vida Nueva, buscando adaptarse a los cambios sociales y revitalizando sus postulados libertarios. La protección a la infancia, la salud mental, el regionalismo (crítico del centralismo santiaguino) y el cuestionamiento de los tiempos rutinarios del capital, fueron algunos de los nuevos tópicos que abordó a través de Vida Nueva, en su segunda época.
Tras la implementación de la “Ley Maldita” (Ley de Defensa Permanente de la Democracia), en 1948, el movimiento de trabajadores en Chile será golpeado, en especial los comunistas y, en menor medida, los sindicalistas revolucionarios y anarquistas. En este contexto, estos últimos aún seguían llamando a la militancia cegetista a reorganizarse y proseguir en la lucha, pero desde la Conferencia de Militantes realizada en octubre de 1947, la dispersión de los grupos, salvo excepciones, era dramática. En medio de esta crisis que comenzó a manifestarse desde comienzos de la década de 1940, surgieron algunas voces a favor de levantar una nueva entidad que reuniera a todos los trabajadores y trabajadoras al margen de los partidos políticos. Juan Segundo Montoya fue una de esas voces. Desde 1946, comenzó a abogar por la creación de una Central Sindicalista Revolucionaria. Pero no será el único, durante los últimos años de la década de 1940, varios militantes del universo libertario reflexionaron en torno a un eventual proceso unificador de organizaciones sindicales autónomas. No obstante, algunos militantes se mostraron suspicaces. Desde la ciudad de Rancagua, Jorge Veraclis, fue uno de ellos.
En el último congreso de la CGT, realizado los días 27 y 28 de marzo de 1948 se aprobó la sugerencia de la Federación Nacional del Cuero y Calzado (FONACC) de crear una Central Única con la finalidad de evitar el asilamiento. En este contexto, irrumpió con fuerza la figura de Ernesto Miranda Rivas, Secretario General de la FONACC, quién propició una línea de acción práctica, basada en una política unitaria de los trabajadores para enfrentarse al capitalismo. De este modo, los planteamientos unificadores de Montoya y de otros militantes como el mismísimo Ernesto Miranda Rivas, irán poco a poco materializándose. Proceso que, tras arduas discusiones y deliberaciones, permitió la creación del Movimiento Unitario Nacional de Trabajadores (MUNT) durante el mes de junio 1950, antecedente directo de la Central Única de Trabajadores (CUT).
El objetivo del MUNT, era luchar contra el reformismo sindical y evitar la intromisión de los partidos políticos de izquierda en las organizaciones de trabajadores. Con estos lineamientos los gremios adheridos al MUNT se agruparon con otros en la Comisión Nacional de Unidad Sindical el 1° de mayo de 1952 y en conjunto coordinaron la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT) el mes de febrero de 1953. En aquella organización Juan Segundo Montoya se desempeñó como Secretario Regional en la ciudad de Talca hasta su automarginación en el año 1957. Desde la fundación la organización fue parte de las discusiones que se llevaron a cabo en su interior que trajeron como consecuencia la automarginación de los anarquistas, cuando en el seno de la organización se decidió participar de las contiendas electorales. Desde ese entonces, Montoya fue protagonista y espectador de la diáspora que vivió el anarquismo criollo en el movimiento de trabajadores en Chile hasta la década de 1980, en la que nuevamente se comenzó a recomponer en sintonía con la contracultura y el desencanto juvenil, aunque alejado del mundo sindical, pese a sus infructuosos intentos. El periodo que vivió en Talca (1942-1988), estuvo caracterizado por la fragmentación que se verificó en el movimiento libertario criollo frente al avance de los partidos de izquierda (legalistas y extra-legalistas) y sus proyectos políticos de construcción del “socialismo desde arriba” y por los denodados esfuerzos de Juan Segundo Montoya por apoyar las iniciativas de los anarquistas en el exilio. Asimismo, es durante este período en que se generaron profundas controversias en el mundo libertario por el estallido de la Revolución Cubana en 1959 y su impacto en América Latina, y años más tarde por el triunfo de la Unidad Popular en Chile en 1970 y su fatal desenlace.
En este nuevo contexto histórico Juan Segundo Montoya participó tanto en organizaciones anarcosindicalistas heterodoxas como específicas (de carácter más doctrinario y puristas). Entre las primeras, militó en el Movimiento Libertario 7 de Julio (ML7J) fundado en 1960, del cual fue delegado regional en Talca y cuyo vocero fue nuevamente el periódico Vida Nueva, editado por él mismo durante el año 1964. Y tras la desintegración del ML7J fue miembro de la ortodoxa Federación Libertaria de Chile (FLCH), creada en 1972, junto a José Ego Aguirre, Félix López, Ramón Domínguez y otros anarquistas de reconocida trayectoria política, organización crítica de la Unidad Popular (y de Salvador Allende) por pregonar, según sus planteamientos, un “falso socialismo” y “desorientar a los trabajadores”. También escribió durante esos agitados años: La salud por el naturismo. Regímenes curativos, alimentación racional y compatible (1972).
Después del bombardeo a La Moneda, el 11 de septiembre de 1973, visitó durante breves períodos la ciudad de Osorno, alojándose en la casa de sus antiguos amigos naturistas y ex miembros de la CGT, Alfonso Fuica Morán y Juana González. En la casa de los Fuica-González, implementó una precaria e improvisada consulta iriológica donde atendió a sus pacientes locales. Desde ese entonces, y con 74 años de edad, comenzó a destinar muchas de sus fuerzas a la “propagación” del naturismo libertario practicando la iriología en Talca, pero también en otros pueblos y ciudades de la región del Maule (San Clemente, Linares, Curicó, etc.) donde residía desde 1942. Con la misma finalidad viajaba una vez por mes al sur austral de Chile recorriendo las ciudades de Temuco, Puerto Montt, Valdivia y Osorno, entre otras. Durante la dictadura de Pinochet el naturismo fue, nuevamente, la enmascarada de las actividades políticas y sindicales de Juan Segundo Montoya. Pero no fue el único. Los antiguos libertarios de Osorno también llevaron cabo dicha estrategia tratando de hacer frente a la dictadura pinochetista. El peluquero Wenceslao Canales Andrade–amigo de Montoya desde la década de 1930 y ex militante de la CGT– fundó el Centro de Estudio y Cultura Naturista de Osorno en 1974. Era la segunda vez que ambos convivían en un régimen militar.
A fines de los años setenta y particularmente durante los años ochenta se fundieron dos generaciones de suma importancia en las transformaciones que empezaron a operar en el mundo libertario local. Al decir del militante anarquista Néstor Vega, durante este período se complementaron el “elemento viejo y joven que lucha por dar vida a nuestras ideas, en un trabajo de base” (Godoy, 2018). Es decir jóvenes con inquietudes político-sociales y los antiguos veteranos que permitieron la perpetuidad de la memoria libertaria a través de sus relatos orales. Ambos grupos, contaron con el apoyo de los anarquistas chilenos que vivían en exilio en Europa y de organizaciones libertarias del viejo continente. Es más, la profusa labor desarrollada por los libertarios en el exilio, especialmente en París, permitió la articulación de los pocos y dispersos militantes anarquistas en el interior hacia fines de la década de 1970 y comienzos de 1980. Los principales nexos en Chile con los miembros del Grupo Pedro Nolasco Arratia de París (GPNA) y la Coordinadora Libertaria Latinoamericana (CLLA) fueron tres viejos militantes con amplias trayectorias dentro del mundo anarquista de la primera mitad del siglo XX: José Ego Aguirre (de Santiago), Juan Segundo Montoya (de Talca) y Julio Reyes (de Llo Lleo, San Antonio). El puntapié inicial o la base de partida como la define desde Europa, Néstor Vega en una de sus misivas.
Posteriormente, y ya anciano, Montoya se abocó principalmente al cultivo del naturismo del cual, como hemos señalado, fue uno de sus precursores en Chile desde comienzos del siglo XX, sin abandonar las filas anarquistas. Durante esos años fundó la Asociación Naturista de Talca (1976), organizó el 1er. Congreso Nacional de Naturismo en Talca (1983) y dirigió (y editó) la revista La Voz del Naturismo (1985-1986), que se distribuyó a lo largo del país a través de una red de colaboradores, entre los que se encontraban Ulises Cordero y su antiguo amigo Wenceslao Canales. También publicó durante esta etapa su libro de poesía titulado: Poemas. Cultura, ética, salud (1981), que dedicó al poeta libertario José Domingo Gómez Rojas y a “Carlos” Chaplin. Y dos años más tarde su libro Alimentación naturista racional y compatible (1983).
El día 4 de noviembre de 1986, en la ciudad de Talca, y a la edad de 87 años contrajo matrimonio con la que fuera su compañera en su vejez María Rebeca Guzmán (1928-). Tres años más tarde falleció a los 89 años como consecuencia de una bronconeumonía. Sus restos yacen en el Cementerio Católico de Talca, en Chile.
Obra
- “La organización y la cultura”, Osorno, Imprenta Cervantes, 1931.
- “Un llamado a los campesinos”, Osorno, Imprenta Vida Nueva, 1933.
- “Cocina naturista. Racional y compatible”, Osorno, Imprenta Vida Nueva, 1933.
- “¡Defendamos las tierras de la región austral! Reivindicaciones inmediatas de obreros y campesinos”, Osorno, Imprenta Vida Nueva, 1938.
- La salud por el naturismo. Regímenes curativos, alimentación racional y compatible, Talca, Esc. Tip. Salesiana El Salvador, 1972.
- Poemas. Cultura, ética, salud, Talca, DELTA, 1981.
- Alimentación naturista racional y compatible, Talca, s/e, 1983.
- Arauco Indomable. Escritos anarquistas, anarcosindicalistas y naturistas de Juan 2° Montoya Nova (prólogo Eduardo Godoy), Puerto Montt, Editorial La Minga, 2017.
Cómo citar esta entrada: Godoy Sepúlveda, Eduardo (2020), “Montoya Nova, Juan Segundo”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org