ALVARENGA, Ángel (apodo: Chivoly). (Chivoly. Posadas, Territorio Nacional de Misiones, Argentina, 01/03/1903 – Corrientes, Corrientes, Argentina, 02/01/1980).
Calderero y militante sindical en la provincia argentina de Corrientes. Anarquista, en la década de 1920, estuvo vinculado con la Federación Obrera Regional Argentina del IX Congreso, y en los años 40’ y 50’, se sumó al movimiento peronista.
Ángel Alvarenga nació el 1° de marzo de 1903 en Posadas, capital del Territorio Nacional de Misiones, Argentina. Hijo de Miguel Waldino Alvarenga, trabajador marítimo, y Teresa Ares, planchadora, era el mayor de cinco hermanos: Ramón Aurelio (1905), María Eloísa (1912), Mariano Adolfo (1915, quien murió a los 8 días de nacido aquejado de meningitis) y Ernestina (1918). La pareja se casó el 28 de febrero de 1912 en Itá Ibaté, Corrientes. El 26 de noviembre del mismo año, nació María Eloísa en la capital de esa provincia, ciudad que acogerá a la familia Alvarenga-Ares en distintas casas del barrio Aldana ubicado en las inmediaciones del Puerto Italia. De pequeño, sus padres apodaron a Ángel “Chivoly”, un guaraní castellanizado que significa chivo. Todavía de grande, su familia y amigos lo seguirán llamando con ese apodo que se ganó por ser un pibe tan inquieto como travieso.
Alvarenga cursó sus estudios primarios hasta sexto grado mientras trabajaba como estibador en el puerto. A los 15 años, el 26 de enero de 1919, se incorporó a la Escuela de Aprendices de la Dirección General de Obras Hidráulicas de la Nación, Ministerio de Obras Públicas, hoy delegación Corrientes de Vías Navegables Distrito Paraná Superior. Luego, a partir de octubre de 1920, lo seguirá su hermano menor Ramón como aprendiz en la sección mecánica, aunque en los años 30’ se desempeñaría también como policía. Entre 1919 y 1920, y siendo parte de una de las primeras promociones de la Escuela, Ángel Alvarenga aprendió el oficio de calderero que desarrolló como ayudante hasta llegar a convertirse en oficial de primera. Trabajaría en los Talleres Corrientes hasta el 30 de abril de 1953, fecha en que se acogió “a los beneficios de la jubilación”, aunque continuó trabajando porque no le alcanzaba la jubilación. En sus más de 30 años de servicio en ese astillero, Ángel no se destacó por ser precisamente un empleado ejemplar. “Siempre tenía problemas en el trabajo”, comenta su hijo. En el legajo que registra su vida laboral aparecen subrayadas en rojo, entre otras, una baja de cinco meses por “faltas reiteradas al servicio” entre el 9 de marzo y el 26 de julio de 1921 y una suspensión de 15 días a partir del 23 de marzo de 1926 “por tirar piedras al operario Lorenzo Lezcano, en las horas de trabajo” (Legajos Ángel Alvarenga y Ramón Alvarenga n° 189 y 192 de 1953 y 1950; Entrevista a Martín Alvarenga, 27/03/2022).
La vida en un barrio portuario habitado y trabajado por constructores de barcos, embolsadores de yerba, estibadores y “embarcadizos” al que afluían, con el tráfico de navíos, los “delegados en gira” de las centrales obreras desde la capital y otros puntos del país lo llevó a relacionarse, desde temprano, con el mundo del activismo gremial (Díaz, 2014). “Chivoly” Alvarenga conoció las ideas anarquistas a través de esa clase de propagandistas –su hijo Martín se refiere en un cuento a “un italiano y un español” que “vinieron de Buenos Aires (…) y nos formaron como sindicalistas (…) Eligieron algunos que éramos de Corrientes y conocíamos muy bien lo que aquí pasaba”– y, asimismo, de un dirigente local de la Federación Obrera Marítima (FOM), activista itinerante, también él, entre las provincias de Corrientes, Chaco, Misiones y Formosa: Pedro C. Alegría (Alvarenga, 2012). En 1913, Alegría había fundado la sección del Partido Socialista correntino. Esto no le impidió vincularse, esa misma década, con el periódico La Protesta y la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) anarco-comunista del V Congreso y, a principios de los años 20’, con la FORA sindicalista revolucionaria del IX Congreso de la que se convertirá en su secretario general. Importante destacar estos itinerarios heterodoxos y fluidos, frecuentes en el nordeste, que llevarán a otros marítimos anarquistas como Marcos Kanner (luego comunista), Eusebio Mañasco o el propio Alvarenga a activar dentro de la federación sindicalista revolucionaria, sucedida a partir de 1922 por la Unión Sindical Argentina (USA).
Es posible que la huelga marítima de diciembre de 1916 con la que “la FOM comienza a consolidarse con su ‘primer ruidoso triunfo’” también haya permitido acercar al sindicalismo a un joven Alvarenga, pues éste es el primer recuerdo vinculado a su militancia que le transmitirá, medio siglo después, a su hijo Martín (Caruso, 2008; Villena, 2009, pp. 62-65). Según se desprende de una poesía de su autoría que se refiere a este testimonio (Alvarenga, 1977, p. 79), en esa oportunidad,
“Los obreros portuarios se rebelaron contra la patronal por los ínfimos salarios que recibían, entonces decidieron en asamblea realizar una huelga que contó con la decisión unánime de los trabajadores. Los patrones, para quebrar esta acción, trajeron indios del Chaco para que hicieran la tarea del embolsado de yerba, lo que motivó una gran escaramuza de los asalariados que en una gesta heroica desalojaron a los aborígenes y tomaron el puerto hasta que la patronal accedió a sus reclamos”
(La República, 13/10/2006).
En enero de 1919, mes y año en que Ángel Alvarenga ingresa a la Escuela de Aprendices, Corrientes fue escenario de otro conflicto portuario de envergadura (Villena, 2009, pp. 67-71). Éste se produjo en el marco del ciclo huelguístico abierto en todo el país con el detonante de la Semana Trágica porteña, aunque recién acabará pasados los tres meses, a comienzos de abril (El Liberal, 03/04/1919). Una de las conquistas conseguidas con la lucha se ve, de hecho, claramente reflejada en el legajo del aprendiz: entre enero y mayo de 1919 su jornal aumenta de 30 centavos a 1 peso. Del mismo modo, las “faltas reiteradas al servicio”, según consta allí, por las que en marzo de 1921 es sancionado con cinco meses de suspensión, muy probablemente estuvieran asociadas con su participación en la Gran Huelga marítima de la FOM que había estallado en febrero de 1920, ya que es dado de baja inmediatamente al término de ella (Villena, 2009, pp. 79-153).
De acuerdo a Martín Alvarenga, Ángel recibía “comunicaciones permanentes” de la FORA, con la sospecha que se trataba de la federación del “costado” sindicalista, es decir, de la FORA del IX Congreso. Actuaba, según él, como un “corresponsal”, al recibir “de todas las publicaciones anarquistas”, incluida La Protesta, propaganda que se encargará de distribuir en el puerto correntino, así también de atesorar en su biblioteca. “Mi padre poseía publicaciones gremiales y libros de teóricos ya clásicos como Bakunin, el príncipe Kropotkin, Eliseo Reclús y del gran novelista León Tostoi, un anarquista católico” (La República, 13/10/2006). Fue así como Alvarenga llegó a convertirse en una suerte de anarquista de manual. “Nunca quiso a los curas (…) era anticlerical y antimilitarista. Deploraba el uniforme militar y la sotana de los curas (…) Siempre hablaba y farfullaba contra eso (…) Él detestaba la guerra (…) Era anti-poder” (Entrevista a Martín Alvarenga, 27/04/2022).
En el mismo período, intervino, o bien como protagonista o bien como testigo, de otras movilizaciones que trastocaron la vida diaria de la capital correntina. “Obreros que hacían manifestaciones en los principales sitios –de lo que entonces era ciudad-pueblo– por demandas laborales; manifestaciones de empleadas domésticas que llegaban con sus reclamos hasta la Casa de Gobierno; pronunciamientos y marchas contra la ejecución de Sacco y Vanzetti” (La República, 13/10/2006). En diálogo con Martín, Ángel recupera como recuerdo de ese tiempo, aunque lejano en el espacio, la Semana Trágica de Buenos Aires de enero de 1919 y las huelgas y fusilamientos de los peones rurales de la Patagonia entre 1920 y 1922 (Entrevista a Martín Alvarenga, 03/05/2022).
El 1° de Mayo de 1926, según informa el órgano de la USA, Bandera Proletaria, comenzó con un acto en la Plaza Cabral donde intervino “el camarada” Regalado Jiménez. “La manifestación recorrió varias calles hasta la Plaza Mayo, donde hablaron los compañeros B. Saucedo, H. Sánchez, E. Alvarenga y un obrero ferroviario. Por la noche se realizó una conferencia en el local de la F. O. Marítima, con un crecido número de concurrentes” (Bandera Proletaria, 08/05/1926).
Esta agitada década de 1920, coincide con el momento en que Ángel Alvarenga forma su familia con Justa Martina Laredo, hija del chófer español Cristóbal Laredo y Matilde Artigues, de profesión ama de casa, a quien conoció en el barrio Aldana donde ambos vivían. En 1925 nace Aníbal Ramón (inscripto con el apellido Laredo), en 1926 Arnaldo –quien trabajará en el Aserradero Cichero–, en 1928 Gloria Argentina, en 1929 Aida Argentina, en 1932 Teresa Benigna, en 1936 Héctor Eladio, en 1937 “Tulio” Aldo Waldino –los dos estudian, por algunos años, en la Escuela de Aprendices– y en 1940 Martín Eduardo. Se casan, tras varios años de pareja y cuatro hijos, el 19 de abril de 1930. Alvarenga, como el “hedonista” que describe el menor de los ocho, además de gustarle “mucho” la comida, fumar y beber vino con soda, era un hombre “mujeriego”. Esto, junto con una militancia cuestionada, le va a traer problemas recurrentes con su esposa, una mujer menos instruida que él (Martín cree que su madre no llegó a ir nunca a la escuela), católica y conservadora. De ahí, tal vez, los segundos nombres de Gloria, Aida y Teresa, que poco tenían que ver con las ideas del calderero anarquista. A pesar de sus diferencias, Ángel y Justa compartían una afición común: escuchar la radio en compañía de sus hijos e hijas (Entrevista a Martín Alvarenga, 30/04/2022).
Con el golpe de Estado de José Félix Uriburu los primeros días de septiembre de 1930, la ofensiva anti-obrera y la represión llegan a Corrientes. “El 7 de septiembre de 1930 el Teniente Coronel Luis J. Laredo tomó posesión del gobierno provincial, pero su tarea se redujo a tomar medidas de seguridad”. Cinco días después, se nombraba al antipersonalista santafesino Carlos F. Gómez como interventor nacional (Sánchez de Larramendy, 1999, p. 104). El Liberal de Corrientes, órgano del Partido Autonomista local, llama el 9 de septiembre a la calma y denuncia la propalación de informaciones falsas “que sembraron la inquietud y la ansiedad en la población”: “El pueblo de Corrientes puede estar tranquilo, nada de lo que se dice con respecto a supuestas alteraciones del orden se podrá producir, el ejército argentino sabrá guardar el orden y el mismo pueblo colaborará en ese sentido” (El Liberal, 09/09/1930). En este contexto, el gobierno de Uriburu prorroga por decreto la aplicación de la Ley 11.544 relativa a la jornada de trabajo de ocho horas sancionada en 1929 que beneficiaba, entre otros gremios, “al personal afectado a los servicios marítimos, fluviales y portuarios”, dadas las actuales “circunstancias” que implicaban, a juicio de aquel, “un peligro inminente para la seguridad pública” (El Liberal, 11/09/1930). Además de reclamar al gobierno militar el ejercicio de los derechos sindicales “hoy injustamente y depresivamente privados”, el Partido Socialista de Corrientes solicita al interventor, mediante una nota firmada por Delio J. Martínez, José García Pulido y Bernardo Cisneros, la restitución de las libertades de asociación, reunión, pensamiento, palabra y prensa vulneradas por la legislación de emergencia (El Liberal, 30/09/1930). En el mismo sentido se pronuncian ante Gómez, Fermín Villanueva y “demás firmantes” en nombre de los “Sindicatos Obreros de Corrientes” (El Liberal, 03/10/1930).
En efecto, el ejército y, junto a él, la Liga Patriótica Argentina y la caballería de la policía de Corrientes, se convirtieron en garantes del orden público en ocasión de su actuación en la masacre del arroyo Poncho Verde. Partidaria del golpe de Estado y censurada en el mismo momento en que se prorrogaba el estado de sitio a inicios de octubre (El Liberal, 06/10/1930), la prensa local no dejó registro de esta matanza obrera cometida en el arroyo que desemboca en el Parque Mitre, masacre de la que Ángel Alvarenga fue un “observador participante” (Entrevista a Martín Alvarenga, 03/05/2022) y en base a cuyo testimonio su hijo escribió, décadas más tarde, el cuento titulado El último anarquista. A medio camino entre la historia y la ficción, el cuento que recrea el diálogo entre una investigadora interesada en conocer más acerca de la represión y un portuario en fuga –Félix Francisco Alegría, “el último anarquista”–, dice así:
“Los fusileros se pusieron en las orillas, en una quince y del otro lado quince, en el medio, metidos en el barro y el agua, mucho más abajo, los nuestros recibieron la balacera (…) el insomnio y la pesadilla fueron ganando en todo el Puerto Italia, en el Aserradero Cichero, en la Fábrica de Madera Terciada La Facomate (…) El arroyo ya no parecía de agua sino de sangre” (Alvarenga, 2012).
Según lo relatado a Martín Alvarenga por su padre, éste “pasó inadvertido” de la cacería –en sus propias palabras, “pude zafar de la redada”– porque Justa “lo salvó” quemándole todas las publicaciones y libros de la biblioteca. “Mamá siempre estuvo en contra de que él fuera un sindicalista” (La República, 03/11/2006; Entrevista a Martín Alvarenga, 03/05/2022).
La década de 1930 hasta la llegada del peronismo, son años de bajo perfil en los que “se llama a silencio, porque si no lo hacían boleta”. Disuelta la FOM en 1947, se funda el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), afiliada a la Confederación General de Gremios Marítimos y Afines (CGGMA). “La dirección del SOMU quedó en manos de los militantes de la ex FOM (…) quienes pese a no ser peronistas estaban dispuestos a convivir con los trabajadores justicialistas y el gobierno de Perón”. En 1950, la CGGMA es intervenida por la Confederación General del Trabajo peronista, pasándose a denominar Asociación Marítima Argentina (Contreras, 2008, p. 10; Contreras, 2013). Hombre “de su gremio”, Alvarenga se suma al movimiento justicialista. El 2 de abril de 1949 jura la Constitución Nacional reformada en marzo de ese año, posiblemente compelido por la cláusula transitoria que establecía la pérdida de su cargo como funcionario público si no lo hacía (Vita, 2019, p. 34). El 8 de julio, la bandera. “Él se sumó a eso no porque era peronista, sino porque fue necesario, era necesario para sobrevivir (…) Estando dentro del peronismo, él decía ‘yo primero soy anarquista’”. Además de estas consideraciones, Martín Alvarenga vuelve a un episodio vivido en su hogar –un hogar donde no había, como en otros, imágenes que adoraran a Perón o a Evita– que pone de manifiesto la relación que su padre mantenía con el peronismo. Antes de la Revolución Libertadora, en 1955, el hijo lanzó un comentario crítico hacia éste, respondida por Ángel con un consejo acaso una orden: que una crítica semejante podía hacerse en la intimidad de su casa, pero no públicamente. “Él era consciente que tenía sus limitaciones el peronismo” (Legajo n° 189 Ángel Alvarenga, 1953; Entrevista a Martín Alvarenga, 30/04/2022).
Fue así como durante los años 40’ y 50’ peronistas y, luego del golpe a Perón en 1955, antiperonistas, Ángel Alvarenga prosiguió con la militancia gremial. En estos últimos años de proscripción al peronismo, “A mi padre –como a otros– le habían empezado a marcar; al poco tiempo lo ubicaron para que trabajara en caños que se internaban en la profundidad del río, con una temperatura de 45°, a trabajar el hierro en forma manual, a martillazos, lo que le produjo una considerable sordera”. Aún después de jubilado, “De tanta presión que recibiera de la patronal tuvo que irse de la ciudad y alejarse de su familia” pues allí no le daban trabajo. En la década de 1950, pasó algún tiempo en Buenos Aires. “En 1958 hizo su exilio en Bella Vista; en 1960, fue a Puerto Tirol (Chaco), contiguo a Barranqueras. En cada uno de esos lugares mi padre continuó trabajando como obrero portuario” realizando tareas de herrería (La República, 27/10/2006). De Barranqueras, regresó seriamente lastimado tras caer de varios metros de altura. En Corrientes, complementaría su jubilación como empleado en los Astilleros Corrientes, propiedad del empresario Samuel Gutnisky, y como herrero.
Alvarenga supo cultivar muchas amistades en el puerto de Corrientes. Uno de sus más entrañables amigos fue Carlos Eleuterio Oneto, padre de la famosa cantante de chamamé Ramona Galarza. Oneto trabajaba como personal de limpieza en el Teatro Vera y era dueño de una fonda ubicada en la avenida Italia al 400, donde aquel solía comer y discutir con otros anarquistas en una mesa de madera maciza que acabó recibiendo como regalo. Su hijo Martín recuerda a otros dos “padrinos” que forman parte del elenco del cuento El último anarquista. El primero de ellos es Pedro Ignacio Frutos, vocal del sindicato de peones y carreros fundado en 1920 en Paraná, Entre Ríos en una reunión de la Federación Obrera Local adherida a la FORA del IX Congreso (La Organización Obrera, 04/09/1920). Dueño de otra fonda localizada en la avenida Juan Torres de Vera y Paraguay, allí, a dos cuadras de su primera casa correntina (esquina Plácido Martínez y Uruguay), Ángel se encontraba con sus amigos para tomarse una copa de ginebra y jugar al billar. A veces, se les unía Martín. Frutos no era, en verdad, su padrino de bautismo, sino de Ramón Aníbal (en el registro del bautismo, no figura Alvarenga). El segundo de los protagonistas del cuento, es el alemán Martin Botter, en honor a quien el hermano menor de la familia recibió su nombre de pila. Junto a los “compadres” de su generación (Oneto había nacido en 1902, Frutos en 1904), el calderero tenía también otros amigos a quienes superaba en edad y experiencia. “Cuando andaba en el gremio, él andaba con gente más joven que él. O sea que siempre siguió la misma línea. Desde que tuvo 14 o 15 años hasta que tuvo 70” (Entrevista a Martín Alvarenga, 03/05/2022).
Durante los años 60’, Alvarenga desarrolló con su hijo otra rutina compartida, en ese entonces, estudiante de letras en la Universidad Nacional del Nordeste y parte del movimiento hippie. “Él tenía necesidad de contar y yo de saber”. Se encontraban en soledad, lejos del oído vigilante de Justa. Luego de la cena y con un vaso de vino todavía a medio tomar, Ángel le relataba “con entusiasmo”, aunque “con una especie de resabio de rebelión y de melancolía”, las historias que había vivido como militante décadas atrás, las mismas que aquel se encargará de grabar en su memoria y en un casete lastimosamente perdido. No hablaba mucho, “lo suficiente”. A veces cerraba abruptamente la conversación con un “Eso es todo”. Por ejemplo, cuando le narró los sucesos de Poncho Verde (Entrevista a Martín Alvarenga, 30/04 y 03/05/2022).
Enfermo de cáncer de pulmón, en la década de 1970, viajaba regularmente a Buenos Aires para tratarse en el Instituto de Oncología Ángel H. Roffo. Parte de la familia intentó ocultarle su enfermedad, pero “él era un hombre inteligente”. Ángel Alvarenga falleció el 2 de enero de 1980 en Corrientes. Tenía 76 años de edad. Además de su familia, en los avisos fúnebres lo despide “su hijo en el afecto Rodolfo Díaz de Vivar”, alias “Chocoto”, un pintor y poeta vanguardista local, filiado o auto-filiado en la ascendencia del Cid Campeador, que se casó cuatro años después con su hermana Teresa (El Litoral, 03/01/1980 y 29/01/2009; Entrevista a Martín Alvarenga, 03/05/2022).
Martín define a su papá como un “personaje atípico”. Lo hacían feliz “la buena mesa”, “las mujeres”, su familia… aunque la militancia era “la razón de su vida”. Padre e hijo creían –cree todavía el segundo– que “los anarquistas peleaban por su lugar en el mundo”.
Cómo citar esta entrada: Margarucci, Ivanna (2022), “Alvarenga, Ángel”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en https://diccionario.cedinci.org.