RIVERA LÓPEZ, Gumercindo (Sacaba, Cochabamba, Bolivia, 20/01/1888 -Oruro, Bolivia, 20/06/1968).
Agricultor, peluquero y minero. Dirigente de la Federación Obrera Central de Uncía (FOCU), testigo de las primeras masacres en las minas de Uncía, impulsor de la jornada de trabajo de ocho horas.
Nació en Sacaba, Cochabamba, el 20 de enero de 1888. Sus padres fueron Francisco Rivera y Narciza López. A temprana edad quedó huérfano, debiendo trabajar en la agricultura. En 1907 hizo el servicio militar en la Unidad Militar de Caballería, donde aprendió el oficio de peluquero. Retornó al Chapare (Cochabamba) continuando su trabajo en el campo (Oporto, Campos y Ramírez, 2017). Buscando otros horizontes marchó a la mina de Uncía, en 1915, donde instaló su taller de Peluquería “Tunari” (en referencia a la cordillera del mismo nombre en Cochabamba), a media cuadra de la Plaza Alonso de Ibáñez. Seis años más tarde se veía su prestigio en el anuncio que indicaba que la Peluquería “Rivera” ofrecía “el servicio más esmerado e higiénico, donde la desinfección de los útiles se hace a la vista del cliente” (La Gaceta, 1915).
En ese oficio conoció a industriales y trabajadores, interesándose sobre concesiones mineras y los abusos que sufrían los obreros de La Salvadora de Simón I. Patiño y de la Compañía Estañífera Llallagua de capitales chilenos. En 1916 se asoció con los hermanos Ricardo, Francisco y Cecilio Irusta, de la Sastrería “Elegante”, instalada en 1906 que estaba suscrita a la Revista Modas de París (El Industrial, 1907), para explotar la Mina “San Vicente” y cubrió gastos de explotación, compra de minerales y herramientas, con esfuerzo y recursos propios (Oporto, 2007, pp. 263-265).
En 1918 fue testigo de la primera masacre minera, cuando los trabajadores de “La Salvadora” reclamaron sueldos sin abonar (Soliz, 1944, p. 6) y los trabajadores de la mina abandonaron sus labores encabezados por Fortunato Rivas y presentaron un pliego petitorio que contemplaba:
Substitución de los contratistas de las pulperías (…), mejoras en la atención del hospital, aumento de jornales a un mínimo de 5 bolivianos por día y reducción de jornada de trabajo
(Querejazu, 1984, p. 109).
El Gerente Máximo Nava instruyó reprimirlos a los jefes de punta José Soruco (alias “El Rosco”) y Rosendo Rojas, provocando indignación en los trabajadores que apedrearon y asaltaron la Pulpería y la Caja. Máximo Nava, seguido de su “Guardia Blanca” armada de carabinas y pistolas, “victimó personalmente a un Chivato y [aquella a] varios obreros”. Los trabajadores se defendieron con “una especie de bomba casera en tarros de conservas y en botellas”, preparada a base de dinamita, haciendo volar los techos del Ingenio, desatándose un tiroteo con el saldo de un muerto en la hueste de Nava (el mecánico Ayala del Ingenio) y varios obreros heridos. Nava regresó a “La Salvadora” e informó al apoderado de Patiño, Arturo Loayza, quien consiguió que el presidente de la República, José Gutiérrez Guerra, destacara un Regimiento de Infantería, cuyo comandante, “con la misión de resguardar los intereses de la Empresa, apresó, fustigó y persiguió a los cabecillas de los obreros” por varios meses (Soliz, 1944, p. 6; Lora, 1969, t. II, pp. 364-366).
Una segunda masacre ocurrió en septiembre de 1919, a raíz de las acciones de Emilio Díaz (alias “El Tigrillo”), Administrador de la Compañía Estañífera Llallagua, quien siguiendo consejos de Nava “comenzó a presionar a sus obreros imponiendo reglas, rebajando jornales y precios a los contratistas”, generando la protesta obrera. Trabajadores de Cancañiri, Azul, Blanca y otras secciones bajaron a la Administración de Catavi “donde fueron recibidos por Díaz y sus secuaces a bala”, victimando a obreros. Díaz solicitó un Regimiento que resguarde sus intereses mediante apresamientos y confinamientos (Soliz, 1944, p. 10).
Ante esa situación, los trabajadores decidieron fundar la Federación Obrera Central de Uncía (FOCU), eligiendo a su directiva constituida por Guillermo Gamarra (Presidente), Gumercindo Rivera (Vicepresidente), Ernesto Fernández (Secretario General), Julio Vargas (Tesorero), Primitivo Albarracín, Néstor Camacho, Emil Balcázar y otros (vocales), apoyados por los abogados Gregorio Vincenti, Melitón Goitia y Octavio Moscoso (asesores), a fin de lograr entendimiento con las empresas para el normal desenvolvimiento de sus actividades y evitar la represión.
Rivera se incorporó a la dirigencia minera sin dejar su oficio de peluquero. Los industriales veían en la FOCU un peligro para sus empresas, optando por el uso de la fuerza para disolverla, reiterando que estaba abolido el derecho de reunión o asociación en sus minas, generando desde marzo de 1923 una pugna con los trabajadores.
Las memorias del propio Rivera aprecian la manifestación de protesta del 1° de Mayo, organizada por la FOCU, como potente, lo que a su parecer alarmó al gerente de “La Salvadora”, Francisco Blieck, y a Emilio Díaz de la Compañía Estañífera, aquel promovió divisionismo con la creación de la Unión de los Obreros de Llallagua (UOL), compuesta “por elementos de trabajo más salientes [que] viven en el Cantón Llallagua y laboran en la Compañía, con un personal de 2.500 hombres” y se estableció una mesa directiva presidida por Juan Miranda, quien señaló que incluía representantes de secciones Maestranza, Carpintería, Taller Eléctrico, Hornos, Ingenio, Tranques, Almacenes, Bodega Barrilla, Socavón Cancañiri y Siglo XX. La UOL trató de deslegitimar a la FOCU, afirmando que “no podemos entregar nuestros intereses a tinterillos, peluqueros, zapateros, tipógrafos y sastres de pueblo, que ganan mucho menos que nosotros y que hacen la vida de miseria debido a su misma ineptitud (1967, pp. 32-38).
Ante el rechazo patronal a su petitorio, la FOCU “decretó la huelga o paro general de sus labores previa notificación reglamentaria, la que duró de tres a cuatro días”. El presidente Bautista Saavedra, destacó los Regimientos “Abaroa” de Caballería y “Campero”, 5° de Infantería. Los militares apresaron a la directiva dela FOCU, cuando se encontraban en Asamblea en el Teatro Municipal, con la orden de desterrarlos. Los obreros “en tumulto se apersonaron a las autoridades (…) demandando libertad de sus dirigentes”. Los militares respondieron con balas de fogueo primero y luego “con proyectiles de guerra que dispararon desde el Hotel Francia, ubicado en la Plazuela Alonso de Ibáñez”, acribillando más de un centenar de obreros, mujeres y niños, la noche del 4 de junio de1923. Alberto Molina Aguilar, Secretario General de la FOCU, quien “ha visto ocularmente la masacre de Uncía del 23 de junio de 1923”, relata que “los cadáveres de sus víctimas fueron abandonados a medio enterrar… otros fueron también trasladados al Ingenio Miraflores, para consumirlos en humo en sus potentes Hornos de Calcinación» (Soliz, 1944, pp.13-14).
Un informe de Emilio Díaz sobre la masacre, contiene la relación de gastos de la represión financiada por las dos empresas:
La cuota de gastos correspondiente a la Compañía por la movilización, alimentación delas tropas y varios otros desembolsos durante la huelga de junio fue de Bs.71.969.65. Las sumas gastadas en la disolución de la Federación y pago de desahucio y pasajes a obreros retirados fue de Bs. 22.118.19 hasta el 31 de diciembre de 1923. Ambas sumas han sido cargadas al costo de producción de la barrilla
(Díaz, 1924).
El dirigente Gumercindo Rivera López, pionero de las luchas sociales e impulsor de las ocho horas de trabajo, fue confinado a Corque, Oruro. El 28 de diciembre de 1923, junto a otros dirigentes, fue puesto en libertad por orden del Gobierno de Bautista Saavedra bajo la conminatoria de abandonar el país o fijar residencia en Oruro, sin derecho a retornar a Uncía o Llallagua.
Vivió en humildad en Oruro. Allí escribió su trayectoria sindical y la memoria del movimiento obrero, un libro testimonial sobre La Masacre de Uncía, publicado por la Universidad Técnica de Oruro, el 26 de junio de1967, en homenaje al 1°de Mayo. Sin embargo, a raíz de la masacre de San Juan, ordenada por el Gral. René Barrientos, su servicio de inteligencia encontró la obra impresa en la universidad, siendo requisada y destruida en la hoguera para no dejar huella de este testimonio. Pocos ejemplares sobrevivieron y fueron de utilidad para informar a la conciencia colectiva.
Falleció en Oruro, el 20 de junio de 1968.
Obra
- La masacre de Uncía, Oruro, Universidad Técnica de Oruro, 1967.
Cómo citar esta entrada: Oporto Ordoñez, Luis (2020), “Rivera López, Gumercindo”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. Disponible en http://diccionario.cedinci.org